Por Pablo de Lora

 

cuando se alude a una brecha de género no necesariamente se está mostrando una discriminación injustificada

 

De acuerdo con las estadísticas oficiales en el año 2017 se produjeron en España 484 accidentes mortales durante la jornada de trabajo. De las víctimas 461 eran varones y 23 mujeres, es decir, el 95% eran varones y el 5% mujeres. ¿Muestra esa “brecha de género” algún tipo de injusticia?

De acuerdo con las estadísticas oficiales, los datos provisionales correspondientes a 2015 revelan que la esperanza de vida al nacer en España era de 85,42 años entre las mujeres y de 79,93 entre los hombres, así como una tendencia de estrechamiento de la brecha. ¿Es ésta una tendencia hacia una situación de mayor “justicia”?

Sabemos que la mayoría de los donantes de vivo de riñón son mujeres, y sin embargo estudios recientes muestran que la mayoría de los donantes de vivo de segmento hepático son hombres. Sólo el 25% de los estudiantes de arquitectura e ingeniería en España son mujeres, pero sólo el 30% de los estudiantes de Ciencias de la Salud son hombres, según los datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. La última lista de aprobados al Cuerpo de Aspirantes a Registradores de la Propiedad, Mercantiles y de Bienes Muebles muestra que de un total de 45, 36 son mujeres, es decir, el 80%. Y suma (y resta y divide) y sigue…

Estos días nos abruman los porcentajes en los que se exhiben diversas brechas de género –señaladamente la brecha salarial que afecta a las mujeres- pero, como de manera destacada arguyó Janet Radcliffe-Richards en un importante artículo, de la constatación de una diferencia entre dos grupos basada en un porcentaje, hasta la conclusión que denuncia una desigualdad que ha de ser reparada por injusta, hay un largo trecho que transitar. Un camino que tiene que recorrerse teniendo claro, en primer lugar, cómo determinar los miembros del grupo (algo que trataba yo de problematizar en un post anterior) y porqué esa clasificación es moralmente relevante; y, en segundo lugar, indicando la métrica de la igualdad (igualdad ¿de qué? como tituló elocuentemente Amartya Sen en un trabajo muy influyente) pues las personas son iguales o desiguales siempre en relación a algo (bienestar, capacidades, oportunidades, recursos, oportunidades para el bienestar, por citar el elenco de los típicos parámetros que se discuten en la teoría política desde hace decenios, una discusión que trasciende la reivindicación feminista, o que no se salda sólo en el seno del feminismo).

Tomemos el caso de la esperanza de vida, uno de los cuatro “rompecabezas” en la igualdad de género que un importante filósofo de la política contemporánea, Philippe Van Parijs, lanzó provocadoramente hará ahora unos años (aquí). A lo mejor no estamos ante ventaja alguna, apunta Van Parijs, pues pudiera ser que esos años extra son miserables (hemos seleccionado entonces una métrica errónea); o tal vez esa diferencia no constituya una injusticia porque, bien mirada – es decir, haciendo los estudios y análisis científicos que corresponda hacer- es causada por factores biológicos o por estilos de vida a su vez determinados por aquéllos, o por una combinación de ambos factores, y ninguno de esos determinantes constituye una “injusticia” que el poder público deba remediar. A lo mejor la corrección que pretendiéramos sería redundante pues la mayor esperanza de vida de las mujeres compensa sus desventajas frente a los hombres a lo largo de la vida. Así, Paula Casal ha considerado que, incluso si concluimos que la menor esperanza de vida de los hombres se debe a estilos de vida “masculinos” (gendered-behaviour), tales como el abuso de alcohol, o la asunción de riesgos extremos, los hombres pueden así y todo ser hechos responsables de su elección de vida, y por tanto no hay brecha que cerrar por razones de justicia.

En conclusión, cuando se alude a una brecha de género no necesariamente se está mostrando una discriminación injustificada. Puede que, a pesar de que se hayan eliminado las barreras formales e institucionales que han discriminado secularmente a las mujeres, existan sesgos sistémicos en la selección y ello explique los llamados “techos de cristal”. Pero en ese caso estaremos ante arbitrariedades que no necesariamente derivarán de la mera constatación de un porcentaje, sino del análisis riguroso de los procesos de selección, premio o asignación.

Pd. En el manifiesto de académicas españolas que se suman a la huelga (“Las académicas paramos”) se aduce que los sesgos a los que antes me refería discriminan a las mujeres en el volumen de citas. En esta breve contribución se citan 4 trabajos académicos y 2 han sido escrito por mujeres. Mi afán ha sido la  relevancia y no el bobo intento de lograr un porcentaje 50/50. Al menos de eso es de lo que me ha convencido una mujer: de que no me obsesione con los porcentajes.