Por Juan Antonio García Amado

O de cómo algunas instituciones se suicidan

Delimitación del tema

Me referiré solamente a la carga burocrática de los profesores universitarios relacionada con la investigación. No tomaré en cuenta lo que tenga que ver directamente con la docencia (actas, elaboración de guías docentes de asignaturas, etc.). Y en adelante, cuando diga “investigador” estaré aludiendo al investigador que, como profesor funcionario, forma parte de la plantilla de una universidad pública española.

Con la expresión “carga burocrática” aludo a la elaboración o cumplimentación de documentos más o menos complejos (a veces sumamente complejos) que el investigador debe presentar para fines como los siguientes: conseguir financiación para la investigación suya o de algún grupo del que forme parte (por ejemplo, concursos para la financiación de proyectos de investigación por entidades públicas o privadas); justificación de resultados de investigación (por ejemplo, elaboración de memorias periódicas o finales de resultados de proyectos de investigación); administración y justificación de gastos referidos la actividad investigadora (por ejemplo, llevanza de la contabilidad de un proyecto de investigación, acreditando documentalmente cada gasto e incluyéndolo en el apartado correspondiente de la aplicación informática que se use); organización y gestión de eventos relacionados con la presentación, debate o transferencia de resultados de investigación (congresos y seminarios científicos, etc.); cumplimentación de documentos diversos derivados de la participación en actividades y eventos relacionados con la investigación (inscripción para participar en congresos o seminarios científicos; presentación anticipada de resúmenes o esquemas de ponencias o comunicaciones, etc).

Esta enumeración no es exhaustiva, sino meramente ejemplificativa. Porque otra característica de la burocracia universitaria es que no está compuesta de unas pocas acciones grandes y muy complejas, sino de un sinfín de pequeños trámites que van surgiendo día a día; es como una lluvia fina y constante.

Al hablar de carga burocrática aludo a las actividades de ese tipo que el investigador realiza personal y directamente, no a las que, para tales temas, correspondan al personal administrativo de las universidades. Una de las soluciones consistiría en asignar para esas labores personal de gestión en ellas especializado. Además, y muy en especial, todo depende en última instancia de regulaciones que podrían simplificar muchísimo esos papeleos y procedimientos. Al final de este escrito defenderé la tesis de que si tal personal no se brinda a los investigadores y si las normas no simplifican los procesos burocráticos, sino que los enredan más, es porque detrás hay un ánimo perverso: frenar a los investigadores mejores e igualar a la baja al profesorado universitario.

Las instituciones dirigidas a la investigación, igual que los equipos de fútbol, son elitistas por naturaleza. El gobierno democrático de las mismas y la equiparación de su personal en derechos, régimen de trabajo y remuneraciones nunca hará que puedan rendir más los mejores.

Si las alineaciones del Real Madrid se hiciesen por votación entre todos los jugadores de la plantilla y si no hubiera estímulos económicos para todos por ganar la Liga o la Champions, es probable que Cristiano Ronaldo jugara bastante menos. Si el entrenador se escogiera entre todos los jugadores y siguiera sin haber esos estímulos, acabaría siéndolo el que menos exigiera en los entrenamientos y el que tuviera el apoyo de los más torpes de la plantilla.

Es de suma importancia que se entienda y se asuma lo que sigue: todos los profesores universitarios con estatuto funcionarial (catedráticos y titulares de universidad) tienen formalmente la doble condición de docentes e investigadores, pero no todos cumplen en igual medida con las reales o supuestas obligaciones de enseñar e investigar. Prescindo aquí de cualquier consideración sobre la docencia. En lo que con la investigación tiene que ver, es de todos sabido que hay profesores universitarios españoles que tienen un rendimiento constante, extenso y de muy alta calidad, se mida todo ello como se mida, mientras que la producción investigadora de otros es absolutamente nula. Sabemos que hay más de un treinta por ciento de profesores funcionarios que no cuentan con un solo sexenio de investigación. No es difícil en cualquier departamento o facultad dar con algún profesor que durante los últimos quince o veinte años de desempeño académico no ha publicado nada de nada ni ha participado de manera ninguna en labor investigadora de cualquier tipo. Entre esos dos polos, máximo rendimiento posible y rendimiento nulo, se dan todas las situaciones intermedias.

Inevitablemente, tengo en mente el modelo del investigador en ciencias sociales y humanas, y, más en concreto, el investigador en Derecho. Habrá matices cuando se trate de otras disciplinas científicas y académicas, y en particular en lo concerniente a las llamadas ciencias duras, aunque creo que las coincidencias sobre esto serán mayores que las diferencias.

Modelo

Juguemos con tres personajes imaginarios, tres investigadores a los que llamaré X, Y y Z. Supongamos que, con plena objetividad (hagamos abstracción de los problemas que en la práctica surgen a la hora de evaluar la investigación), el rendimiento científico de cada investigador puede calificarse en una escala de 0 a 10. Tenemos que

  • X es un investigador de rendimiento máximo, 10.
  • Y es un digno investigador de resultados medianos, 5
  • Z es un profesor universitario que no investiga absolutamente nada, ni lo pretende, por lo que su calificación aquí solo puede ser de 0.

La tesis primera que defenderé se puede enunciar en dos pasos.

(i) La carga burocrática de cada investigador es más que proporcional a su rendimiento. Por decirlo de alguna manera, podemos pensar que, como mínimo, dicha carga es la resultante de multiplicar el rendimiento de cada uno por la misma magnitud. Creo que o no exagero nada o exagero bien poco.

Asumamos tal hipótesis. Quedaría de la siguiente manera la carga burocrática de X, Y y Z.

  • X, cuyo rendimiento es 10. Carga burocrática (10 x 10) = 100
  • Y, con rendimiento 5. Carga burocrática (5 x 5) = 25.
  • Z, con rendimiento investigador 0. Carga burocrática (0 x 0) = 0.

(ii) Como fácilmente se aprecia, no solo en este modelo que propongo sino, y sobre todo, en la cruda realidad cotidiana de nuestras universidades, el zángano tiene premio y el esmerado recibe castigo. El perezoso o incapaz, Z, es premiado, porque su falta de trabajo investigador no tiene que compensarla con labores alternativas. Ciertamente, desde hace unos años se ha incrementado la carga docente de quienes no tienen sexenios de investigación o no los tienen al día. Eso ha hecho que pongan el grito en el cielo más de cuatro como Z, pero a los que sí son productivos en investigación eso los ha beneficiado escasamente, ya que:

  • A ellos, X o Y, sus obligaciones docentes se les han reducido muy poco a cambio de que se incrementen bastante más las de los otros.
  • A X o Y el aumento de las horas de docencia obligatoria de los del estilo de Z no los libera nada de su carga burocrática ligada a la investigación.
  • Adicionalmente, es dudoso que para la calidad de la docencia sea muy conveniente el que de ella se encarguen de modo principal los que menos investigan o no investigan nada de nada. Por supuesto que hay grandísimos docentes universitarios que no ejercen de investigadores. No serán más de un cinco o diez por ciento aquellos que para investigar son como Z, pero enseñan muy bien las asignaturas de su campo o disciplina. Creo que está fuera de toda duda que la mayoría de los que andan como Z en investigación también son unos alcornoques a la hora de transmitir conocimientos a los estudiantes. Tiene toda la lógica y todo el sentido que así ocurra, pues nadie puede dar lo que no tiene ni entusiasmarse con lo que no le gusta. Los Z suelen ser de los que se lo montan en clase a base de encargar trabajitos en grupo, exposiciones de los estudiantes y debates sobre simplezas y para ir pasando el rato. En Derecho o en disciplinas como la mía (Filosofía del derecho), dígame qué profesor gasta horas en perpetrar debates en clase sobre la pena de muerte o el aborto y, sin margen de error apenas, le indicaré dónde hay un memo, un ignorante y un docente poco laborioso.

Llegamos a lo que me parece más importante. La cantidad de cosas que cada persona puede hacer tiene, obviamente, un límite. Hasta el más fuerte, laborioso, sacrificado y mejor entrenado necesita dormir unas horas, comer, cumplir con determinados compromisos sociales, satisfacer algunas necesidades emocionales y afectivas, dedicar algún rato al ocio para oxigenar la mente, etc., etc. Todo eso consume tiempo. Una semana tiene 168 horas, de las que nada más que una parte podrá dedicar el investigador a la investigación.

Juguemos nuevamente con un modelo imaginario y concentrémonos en X. De X habíamos dicho que su rendimiento investigador era de 10 (sobre 10), lo que le suponía una carga burocrática de 100 (10 x 10). Pero ahora hay que matizar mucho más realistamente esas cifras. 10 es el potencial de rendimiento investigador de X bajo condiciones ideales. Quiere decirse que si a X se le permite dedicar todo su tiempo laborable a investigar (pongamos que cincuenta horas semanales), si dispone de los medios materiales necesarios para la investigación y si tiene todo el apoyo de personal y material que necesite para que las tareas no esenciales no le consuman tiempo, X obtendrá ese resultado, 10. Va de suyo, pues, que si X debe reservar un parte notable de su tiempo, su concentración y sus energías para cosas tales como rellenar documentos, calcular ingresos y gastos, redactar explicaciones y justificaciones, manejar complejas aplicaciones informáticas relacionadas con la gestión de presupuestos, etc., X no podrá emplear las 50 horas semanales en sus investigaciones. Póngase que nada más que puede aplicar a la investigación 30 horas a la semana. En ese caso, y si entendemos que se mantiene constante la relación entre dedicación temporal y rendimiento investigador, tendremos que X ya no rendirá 10, sino 6.

Conclusión

Lo que trato de mantener es que, en la situación actual en las universidades españolas (y me temo que en las de muchos países),

los investigadores más capaces y más vocacionales tienen que ajustar su rendimiento a la baja, como consecuencia de que la carga burocrática unida a la investigación se incrementa en proporción superior al incremento del rendimiento investigador.

Si X solo investigara y las demás cosas de carácter puramente administrativo las hiciera personal especializado en tales labores y que las universidades asignaran, la producción científica real de X sería más alta, pues a su rendimiento posible no habría que aplicarle el descuento por burocracia. Tal como están las cosas y con esa carga burocrática de los investigadores, hay una pérdida evidente de producción científica en las universidades, debida a la mala organización del personal de las propias universidades y a que se trata de instituciones absolutamente incapaces de discernir seriamente entre buenos, medianos y malos investigadores y de dar un trato distinto a cada uno de esos tipos de investigadores. Lo cual no sucede ni por azar ni porque las universidades carezcan de posibilidad o medios para organizarse de otra forma, sino por una razón infinitamente más terrible y dolorosa: porque

a las universidades no les interesa seriamente la investigación de su profesorado.

Digo más: la mayoría de su personal académico prefiere que se investigue menos y que no haya nadie con perfil superior en ese campo.

Supongamos que usted, amable lector o lectora, tiene tres hijos que, además, son trillizos. Tienen diez años. Los vamos a llamar A, B y C. A es sumamente responsable y laborioso y en su colegio saca las mejores notas. B tiene un rendimiento escolar mediano, es listo, pero se esfuerza poco y, además, cada tanto organiza una buena travesura. En cuanto a C, es tan inteligente como sus hermanos, pero se trata de un pillo redomado, perezoso, mentiroso y que no se esmera ni lo más mínimo en las tareas del colegio y da pie a continuas quejas de sus profesores. ¿Trataría usted igual a sus tres hijos a la hora de repartir regalos por sus cumpleaños, de permitirles ver la televisión más o menos tiempo, de comprarles ropas o darles algún capricho, de dejarles salir más o menos rato a jugar con sus amigos o de forzarles en casa a dedicar más tiempo a estudiar y a cumplir con los deberes del colegio? Si usted me responde que sí, que tendría con los tres el mismo trato, la conclusión es evidente: a usted le importa muy poco que sea tan diferentes la actitud y el rendimiento de sus vástagos y en el fondo le tiene sin cuidado lo que mañana vaya a ser de ellos y de su familia en conjunto.

Bueno, pues las universidades, igual. Si en materia de investigación nos tratan a todos básicamente de la misma manera, es porque, a fin de cuentas, nuestras investigaciones les importan un bledo. No hay más tutía ni cuentos que valgan. Si las universidades quisieran maximizar el fruto investigador de sus profesores, los descargarían de las tareas administrativas relacionadas con la investigación (y con algunas otras) que, precisamente, merman ese fruto. Y si, como viene pasando, las universidades y, en general, las instituciones políticas que gobiernan la investigación, suben las cargas burocráticas de los investigadores, la conclusión se impone por sí sola, aunque suene chocante: se trata de frenar a los investigadores, y de frenarlos tanto más cuando mejores sean y mayor pudiera ser su producción. Si esto es cierto, y a fe mía que creo que lo es, requiere alguna explicación. Intentémosla ahora mismo.

El paraíso de los improductivos

Retornemos a nuestros amigos X, Y y Z. Sabemos que, pase lo que pase, Z sigue feliz en su dolce far niente o fingiéndose ocupadísimo en mamarrachadas (director del área universitaria de eventos folklóricos, miembro de cinco subcomisiones para la reforma de cinco planes de estudios, evaluador de propuestas de cursos de extensión universitaria, secretario de la delegación para la alimentación saludable en el campus…), pues nada es más sencillo en la universidad actual que fingirse o sentirse ocupadísimo mientras no se hace nada que valga la pena o tenga sentido, solo camelos y patochadas. Ahora bien, en un contexto en el que a los gobernantes de cada universidad los elige principalmente el profesorado, importa mucho establecer cuántos son los radicalmente improductivos, pues votan como los demás y su voto vale lo mismo que el de los otros. Si son mayoría, es probable que ganen e impongan a los de su cuerda.

Lo segundo es que, como ya he tratado de exponer, por puro imperativo material, porque las horas del día y de la semana son las que son, en la práctica el rendimiento de X y el de Y se aproximan mucho, tienden a equipararse. X podría llegar a 10, pero debe bajar a 6, ya que solo así puede con la carga burocrática consiguiente. En cuanto a Y, tiene la producción en 5, pero en 5 está también su umbral de rendimiento investigador máximo. Es decir, aunque Y no tuviera faena burocrática, sus resultados no serían mejores. X tiene que investigar menos de lo que podría si no tuviera que ocuparse de burocracias, y si contara con más tiempo, mejores serían sus resultados, dadas sus capacidades. En cambio, Y está al límite de su rendimiento posible, lo que significa que aunque aplicara a investigar todas las horas que actualmente dedica a la burocracia, sus resultados efectivos no mejorarían.

Así puestas las cosas, tenemos que la carga burocrática de la investigación no perjudica en nada a Z, pero a Y en cierta medida lo beneficia. ¿Por qué? Porque, en términos de rendimiento, resultados, prestigio científico o como queramos llamarlo, Y queda equiparado a X, ya que, vuelvo a decir, su “nota” como científico seguiría a siendo de 5 aunque no tuvieran ni él ni X carga burocrática, mientras que, sin carga burocrática, la nota de X no sería de 6, sino de 10. Los rendimientos decrecientes de la investigación sólo duelen a los buenos investigadores, no importan nada a los no investigadores y en cierto sentido benefician a los investigadores mediocres o medianos.

Equilibrio

Si algo hay de cierto en lo anterior, el fomento real de la investigación a base de facilitar en lo posible el trabajo de los investigadores y de liberarlos de labores que acortan su rendimiento posible sólo podría acontecer en una de estas dos situaciones: o que los investigadores de alto nivel fueran mayoría en las universidades o que quienes gobiernan las universidades o el personal todo de ellas tuvieran estímulos muy fuertes para proteger y primar a los investigadores más capaces.

Imaginemos, muy simplificadamente, que los Z son el 30% del profesorado de cualquier universidad, que los Y son el 40% y los X, el otro 30%, y pongamos que, como ahora, el rector se elige democráticamente entre todos los profesores. ¿Posibilidades de que triunfe un candidato a rector que proponga que los X reciban apoyo especial para que puedan ampliar sus logros en investigación y estén exentos de papeleos? Ninguna posibilidad real. Los Z votarían masivamente en contra por despecho y porque preferirían que tales costes se aplicasen a subvencionar cafeterías en el campus o a pagar cursitos para dummies y cretinos, y los Y se opondrían porque no querrían tales subdivisiones por arriba.

Podríamos pensar que ese candidato a rector sí ganaría si su propuesta de descarga burocrática a base de poner medios especiales no favoreciera solamente a los X, sino también a los Y. Pero creo que no vencería tal candidato, pues si todos estuvieran por igual liberados de burocracias, los X llegarían al 10 y se haría patente que a los Y su valía no les permite ir más allá del 5. Los gatos pardos prefieren la semioscuridad que hace a todos de su mismo color.

Esa tremenda atadura que asfixia toda posibilidad de que en las universidades se investigue más y mejor cambiaría si cada uno de los que en las universidades trabajan se jugara algo. Si a todos, desde los Z hasta los X, se les subiera más el sueldo cuanto mejores fueran los resultados globales de la investigación en esa universidad, seguramente todos admitirían que se estimulase especialmente y se dieran particulares facilidades a los que más pueden hacer que aumenten esos resultados. Otro tanto pasaría si acabasen cobrando menos los de las universidades en las que proporcionalmente menos investigación se produzca. Si las universidades estuvieran primadas y recompensadas en función de la investigación que hagan y si entre ellas pudieran competir para captar a los mejores investigadores a base de ofrecerles mayores sueldos y mejores condiciones de trabajo, habría una buena razón para que nadie quisiera ningunear en la universidad suya a los más.

El funcionamiento y los resultados de una institución están determinados por la combinación de unas pocas variables: qué estímulos o incentivos, positivos o negativos, tienen los que las dirigen, cuáles tienen los que eligen o controlan a quienes las gobiernan y cuáles son los incentivos y estímulos que afectan a los que en ellas trabajan. Todo ello depende de las regulaciones, depende de normas que en su parte más importante son jurídicas. Cuando una institución, a todos esos efectos (incentivos para los gobernantes, incentivos para los que los escogen e incentivos para cada uno de los que tienen una tarea remunerada dentro de la institución), se convierte en rehén de su propio personal y su propio personal se mueve por propósitos individuales opuestos a los fines teóricos que justifican la institución (y el gasto que la institución supone), tal institución está abocada a una muerte lenta que empezará por la huida del mejor personal, sea el que tiene o sea el que podría tener. Es el caso de la universidad española (con unas poquitas excepciones quizá, no digo que no). RIP.


Belgrado