Por Jesús Alfaro Águila-Real

 

No se puede creer en algo que no puede recordarse. Lo que convierte una historia en una creencia es su repetición. Conforme lo recordamos, vamos olvidando su origen pero, como lo recordamos, tendemos a creer que es cierto. La familiaridad con una afirmación es una regla heurística de nuestro cerebro para determinar si una afirmación es cierta o falsa.

La otra regla heurística es la convicción – sinceridad – con que se expresa el que habla. Recuérdese que razonamos para convencer (el raciocinio tiene su origen en el lenguaje). Cuenta Heath cómo se extendió en EE.UU. la creencia de que las vacunas tenían algo que ver con el autismo. El supuesto estudio en el que tal asociación se basaba resultó ser un fraude pero una madre de un niño enfermo de algo que podría ser – o no – un síndrome autista contó en el programa de entrevistas más famoso de la televisión norteamericana que su niño había empezado a mostrar los síntomas al poco de vacunarlo. Y cuando se le indicaba que no había base científica para su creencia en que las vacunas causaban el autismo, la buena madre descartaba las razones científicas. No necesitaba Ciencia. Lo estaba viviendo. La sinceridad de la exposición de la madre hace creíble lo que narra por muy irracional que sea. Nuestro cerebro ha evolucionado para descubrir a los mentirosos, no para descubrir las supersticiones o las creencias irracionales. “En términos de la psicología de proceso dual, esto equivale a privilegiar absolutamente nuestro sistema intuitivo, heurístico de resolución de problemas sobre el sistema , mediado por el lenguaje, de carácter explícito y racional”. El primero trata de resolver los problemas de la forma menos costosa posible, lo que implica resolverlos mal en muchos casos a costa de desarrollar menos esfuerzo en conjunto para resolver el conjunto de problemas de que se trate. La rapidez y la posibilidad de hacer varias cosas a la vez son dos cualidades muy apreciadas de este nuestro cerebro animal y cuando obtenemos una respuesta rápida e intuitiva, tendemos a creer que es correcta.

Heath narra un experimento al que le sometió un psicólogo que se parece a uno que experimenté cuando tenía unos diez años. Vino un maestro de ajedrez al colegio a jugar partidas simultáneas. Cuando pasó delante de mi tablero yo había hecho un movimiento que me pareció bueno. Y el maestro, en lugar de jugar, me dijo si lo había pensado bien. Mi intuición me condujo a pensar que el movimiento era muy bueno en lugar de pensar que había cometido un grave error y que el maestro me estaba dando una oportunidad de rectificar. Naturalmente, hizo mate en la siguiente jugada. Unos años después, el profesor de matemáticas planteó un problema de esos de trenes que salen de extremos opuestos de una dirección etc. Alguien dio una respuesta inmediata y varios dijimos ¡claro! El profesor pidió que lo demostrara y, naturalmente, no pude. Un compañero lo explicó– con ayuda de la tiza y la pizarra – resolviendo la ecuación correspondiente. “Si nuestro objetivo es resolver correctamente los problemas – no hacerlo lo suficientemente a menudo como para sobrevivir y reproducirnos, sino resolverlos correctamente – entonces el “método” es desastrosamente inadecuado”.

Sólo cuando un tercero o una circunstancia del entorno nos hace entender que el problema no está resuelto (lo que puede tardar mucho en ocurrir), utilizaremos los recursos cognitivos del sistema explícito, lingüístico y racional. Piénsese en cómo se aborda uno de esos famosos problemas lógicos como el The Marriage Problem Bill mira a Nancy, mientras Nancy mira a Greg. Bill está casado. Greg es soltero. ¿Hay un casado mirando a un soltero?. Nuestro cerebro no está preparado especialmente para resolver este tipo de acertijos porque podemos resolverlo cuando sea necesario, simplemente, añadiendo información (en el caso, preguntando a Nancy si está casada o es soltera) por lo que, cuando no podemos añadir esa información, optamos por la respuesta inmediata (que es la de afirmar que no se puede resolver el problema porque falta información). El problema es hipotético y nuestro cerebro no resuelve automáticamente problemas hipotéticos. Para eso necesitamos la mediación del lenguaje y, a su través, del razonamiento abstracto.

La vacunación obligatoria y todas las reglas sociales para resolver problemas de acción colectiva basadas en la Ciencia justifican los límites a la libertad. Si la libertad plena y absoluta puede otorgarse a los individuos si fuéramos racionales, se justifican las limitaciones a la libertad cuando tenemos la seguridad de que nuestro cerebro primario es el que toma el mando y las consecuencias sociales son negativas. El límite contrario es el de imponer una racionalidad técnica, no basada en la Ciencia, y en acabar tratando a las personas como objetos. Cuando hay evidencia científica de que un comportamiento individual – libre – genera daños a la comunidad (los que se niegan a vacunar a sus hijos los mantienen inmunes gracias a que los demás niños están vacunados, lo que impide al virus o la bacteria encontrar suficientes anfitriones en los que reproducirse) porque induce a comportamientos semejantes por parte de los demás con el resultado final de la extensión de la enfermedad infecciosa, la obligatoriedad de la medida está justificada.

Los problemas sociales son muy difíciles de resolver pero se pueden presentar y los políticos los presentan a menudo como fáciles. Al presentarlos así, se apela, no a la razón, sino a la intuición para resolverlos. Sólo pensamos analíticamente cuando el problema es lo suficientemente difícil como para obligarnos a utilizar el sistema explícito, basado en el lenguaje, racional.

¿Cuando hay que ser conservador? Cuando – a diferencia de la vacunación – no hayamos “resuelto” el problema científica/racionalmente. Y la mayoría de los problemas sociales (la educación, el sistema sanitario, el reparto de la riqueza, la distribución territorial del poder, la organización de las elecciones…) son problemas muy complejos para los que no tenemos una solución racional. En tales entornos, los cambios incrementales, la experimentación a pequeña escala, las mejoras incrementales y, sobre todo, las reformas reversibles son preferibles.


foto: portada del disco de James