A propósito del libro de Richard Wrangham, The Goodness Paradox, 2019

 

“Nuestra extrema sensibilidad respecto a lo que está bien y lo que está mal es una respuesta evolutiva al enorme riesgo que corremos de acabar en el lado del mal: que nuestros congéneres acaben ejecutándonos”
Richard Wrangham
«La hombría se mide por la invulnerabilidad ante las armas enemigas o ante los impactos del mundo exterior. El estoicismo es la más alta de nuestras virtudes guerreras y políticas. Nuestra historia está llena de frases y episodios que revelan la indiferencia de nuestros héroes ante el dolor o el peligro. Desde niños nos enseñan a sufrir con dignidad las derrotas, concepción que no carece de grandeza. Y si no todos somos estoicos e impasibles —como Juárez y Cuauhtémoc— al menos procuramos ser resignados, pacientes y sufridos. La resignación es una de nuestras virtudes populares. Más que el brillo de la victoria nos conmueve la entereza ante la adversidad»
Octavio Paz

Los zorros plateados de Novosibirsk tienen varios rasgos asociados al síndrome de la domesticación, como las orejas caídas, cola y extremidades más cortas o una cola curvada hacia arriba.

‘Nature has implanted in the human breast that consciousness of illdesert, those terrors of merited punishment which attend upon its violation, as the great  safe-guard of the association of mankind, to protect the weak, to curb the violent, and to chastise the guilty

Adam Smith, TMS

La tesis de este libro es que, en lo que se refiere a nuestras tendencias agresivas, los seres humanos somos a la vez ovejas y leones. Tenemos una propensión baja a la agresión reactiva y una alta propensión a la agresión proactiva… a diferencia de lo que ocurre con la agresión reactiva, en la agresión proactiva se produce un ataque deliberado, intencionado con una recompensa interna o externa como objetivo, en lugar de un esfuerzo por eliminar una fuente de miedo o amenaza” que incluyen las ofensas recibidas o percibidas como tales y la frustración de no conseguir lo que queremos.

Somos como los bonobos en lo baja propensión a la agresión reactiva y como los chimpancés en la alta propensión a la agresión proactiva (y en la enorme capacidad de los varones para formar coaliciones). Por eso no empezamos una guerra que no podamos ganar y Gila pudo hacer aquel chiste titulado ¿Me meto o no me meto? Por eso también somos tan dóciles en el seno de los grupos y tan capaces de sostener guerras atrozmente cruentas contra los que no forman parte de nuestro grupo

(sobre esta cuestión, pueden verse las páginas 114 ss de Pablo Malo, Los peligros de la moralidad, Barcelona 2021 con una buena explicación de cómo la conservación de la agresión proactiva generó un equilibrio social entre los cazadores-recolectores en el que había escasa violencia dentro del grupo – como en los bonobos – y fuerte disposición a la violencia contra los extraños – como en los chimpanchés-. En su opinión, esto «ayuda a entender la violencia moralista… la cometida por personas que creen estar haciendo el bien… por otro… ayudaría a explicar el mantenimiento de la psicopatía en la población… la violencia de los psicópatas y la de los verdugos tiene puntos en común… ambas son planificadas y frías», de modo que aunque ocasionalmente sean ‘ejecutados’, los psicópatas tienen utilidad para el grupo trabajando como verdugos o en épocas de frecuentes enfrentamientos con otros grupos y, en niveles bajos, permiten llevar a cabo planes drásticos tales como despidos masivos de trabajadores o medidas que se sabe causarán daños a muchos individuos. «La mayor parte de las violencias moralistas… son proactivas… son conductas agresivas que buscan castigar lo que se juzgan como malas acciones de otras personas o grupos», lo que llevaría a pensar que el proceso de domesticación del que se hablará más adelante no redujo la capacidad humana para intensificar la cooperación a través de la aplicación de reglas morales.

La domesticación es un proceso por el cual los individuos de una especie reducen mucho su propensión a la agresión reactiva, es decir, a reaccionar violentamente cuando se percibe una amenaza que es tanto como decir cuando se percibe la presencia próxima de un ‘extraño’. Los perros son producto de la domesticación de los lobos. Los bonobos son producto de la domesticación del antecesor común a bonobos y chimpancés. Las ovejas son muflones asiáticos domesticados.

Para domesticar a una especie hay que seleccionar para reproducirse a los ejemplares más dóciles y descartar a los más agresivos. En este punto, es sorprendente la rapidez con la que se logra el proceso de domesticación de una especie animal (los trabajos de Belyaev y Trut con zorros plateados en Siberia prueban que bastan13 generaciones para domesticarlos con los consiguientes cambios no sólo de comportamiento sino anatómicos y fisiológicos). La “selección contra la agresión reactiva causó el síndrome de la domesticación” y ésta generó rasgos anatómicos y de conducta “que no tienen significado adaptativo”, es decir, que no facilitan la supervivencia de los individuos que los presentan. Por tanto, que los perros tengan orejas caídas, que vean adelantada la madurez sexual o que pierdan la estacionalidad en la crianza no se explican como adaptaciones paralelas, sino como consecuencias aleatorias de las presiones selectivas contra la agresividad reactiva que causan ralentización en la migración de las células de la cresta neural a las glándulas que producen las hormonas. La pedamorfosis y el retraso en el desarrollo de conductas y características anatómicas y fisiológicas están correlacionados. Los rasgos anatómicos y fisiológicos que acompañan a la domesticación no se explican como ‘adaptaciones paralelas’ según Wrangham sino como subproductos aleatorios de la domesticación, de la pedamorfosis: si los adultos conservan rasgos físicos o de conducta de los infantes, serán fácilmente menos agresivos y más amistosos porque las crías de los mamíferos, como sólo se relacionan con sus madres en los primeros tiempos de vida, son, en general amistosos y muy poco agresivos (su mundo social viene filtrado por la protección materna) y no perciben a los que se aproximan a ellos como amenazas. Y si no percibes a los demás como amenazas, la colaboración con ellos resulta mucho más fácil (“la evolución de la cooperación depende de la tolerancia al diferente”).

Hasta hace relativamente poco, sin embargo, se ha pensado en la domesticación como resultado de un proceso de selección llevado a cabo por los humanos como el de los zorros plateados que se ha referido más arriba. Pero los humanos también sufrimos un proceso de domesticación hace cientos de miles de años (sobre la domesticación v., aquí). Wrangham lo sitúa ya en el nacimiento de la especie humana. La domesticación produjo características anatómicas y de conducta en los humanos adultos que sólo estaban presenten en la etapa juvenil en un antecesor del homo sapiens. Este fenómeno se conoce como pedamorfosis, (los adultos de una especie conservan rasgos o características que sólo se presentan en la infancia de una especie antecesora). El capítulo más divertido de este libro fascinante es el dedicado a argumentar que los bonobos (y el reshus colobus de Zanzíbar) sufrieron un proceso semejante que explica las grandes diferencias de organización social y de comportamiento de estos antropoides respecto de los chimpancés (en particular su gusto por el sexo y el uso que hacen del mismo como engrasante de las relaciones sociales y desactivador de conflictos). Según Wrangham, la domesticación de los bonobos se podría explicar en la falta de competencia con los gorilasUna hipótesis ecológica apunta a las consecuencias funcionales de la ausencia de gorilas en el área de distribución de los bonobos, mientras que la mayoría de los chimpancés que viven en hábitats similares a los de los bonobos coexisten con los gorilas. Según esta idea, la ausencia de protogorilas en el hábitat de los protobonobos permitió a estos últimos utilizar más los «alimentos de los gorilas» y, por tanto, ser más gregarios que sus antepasados chimpancés).

Según Wrangham, el proceso de domesticación humana facilitó enormemente la cooperación en el seno de los grupos humanos (v., aquí para una crítica del propio Wrangham a las explicaciones alternativas sobre la base, muchas de ellas, de que no explican, digamos, el paso de la política de los chimpancés – macho alfa sometido al riesgo de ser derrocado – a la política de los humanos – gobierno igualitario de una coalición de varones -). Sólo se puede trabajar en común, aprender y enseñar si no se percibe al otro como una amenaza y si se reprimen las reacciones agresivas a las acciones de los otros. Y, si es la domesticación lo que permitió que los humanos pudiésemos vivir y trabajar juntos y desarrollar una potentísima cultura que acumulase las innovaciones y las pasase a las siguientes generaciones (lo que parece que no lograron los neandertales), no necesitamos de la guerra y la competencia con otros grupos humanos para explicar nuestras tendencias cooperativas.

Para los que se dedican a las Ciencias Sociales lo más interesante es lo relativo a los

 

Efectos de la domesticación sobre la organización política de las sociedades humanas

¿Cómo nos domesticamos los humanos? Básicamente, ejecutando conspirativa y sistemáticamente a los varones con mayor propensión a la agresión reactiva, es decir, en la línea de razonamiento propuesta por Boehm, cortándole el cuello a los varones más antisociales, a los ‘gallitos’ prontos a la ira, siempre dispuestos a apoderarse de los bienes o las parejas de sus compañeros y altos en rasgos psicopáticos. Pero, ¡ojo! estas coaliciones para asesinar es una forma de agresión proactiva que, en cuanto deliberada y movida por la obtención de una recompensa exige que el que participa en la conspiración no corra un elevado riesgo de salir escaldado, lo que implica que la coalición ha de tener una superioridad brutal sobre el objetivo que ha de ser asesinado. No es suficiente poder matar a los que aspiran a convertirse en machos alfa. Es necesario que pueda hacerse sin riesgo para los conspiradores

Aunque Wrangham está básicamente de acuerdo con lo que he resumido aquí, discrepa en relación con la importancia de las armas letales. Según Wrangham el uso de armas precedió a la aparición del homo sapiens y pueden ser tan antiguas como el homo erectus mientras que la domesticación no es anterior al antecesor común al sapiens y al neandertal que él sitúa como máximo hace 750.000 años. Los primates que matan en grupo a sus congéneres en luchas por el poder no usan ni armas letales pero tampoco tienen lenguaje (aunque de Waal no estaría de acuerdo). Y dice Wrangham que “no tenemos pruebas de que los chimpancés o cualquier otro no humano puedan decidir por anticipado cómo cuando y dónde matar a un miembro de su propia comunidad social. Sin lenguaje, parece imposible”. En realidad, si aceptamos que los chimpancés tienen también algún tipo de lenguaje y pueden coordinarse y pueden recordar conductas pasadas conducirían a admitir que el lenguaje humano no es imprescindible para poner en marcha procesos de domesticación mediante la supresión física de los machos más agresivos. De hecho, los chimpancés consiguen formar coaliciones exitosas contra machos alfa demasiado agresivos. Lo que ocurre es que el derrocamiento del macho alfa no implica su sustitución por un gobierno colectivo, sino por otro macho alfa acompañado de sus propios ‘socios de coalición’. Como dice Wrangham en otro trabajo más reciente.

los asesinatos de chimpancés de otros chimpancés de su mismo grupo mantienen el papel de macho alfa. Los asesinatos humanos lo eliminan. Los ataques de los chimpancés suelen estar dirigidos por individuos que defienden su estatus de alfa o intentan adquirirlo. Los demás miembros de una coalición se ajustan a una estrategia de «apoyo al ganador». En cambio, en los humanos que viven en sociedades acéfalas a pequeña escala, las ejecuciones son mecanismos de nivelación: se utilizan para impedir que alguien se comporte de forma despótica. Es cierto que las sociedades humanas a gran escala tienen líderes, pero esos líderes no son alfas al estilo animal. A diferencia de los animales, los líderes humanos dependen para su poder de la fuerza de sus coaliciones más que de su capacidad para derrotar a sus rivales en peleas individuales.

Por el contrario, si la dinámica en un grupo humano fuera idéntica a la de los chimpancés, la existencia de armas letales lo que provocarían es el fin del grupo (como ocurre en las guerras entre bandas mafiosas). En su opinión, además, las armas letales no son necesarias para que el grupo pueda ‘ejecutar’ a los varones más agresivos. Dice que para ejecutar las penas de muerte no son necesarias armas, basta la cooperación y para articular la cooperación, como se verá inmediatamente, basta el lenguaje. La aparición del lenguaje coincide con la domesticación humana. Es más, la disponibilidad de armas hace más difícil la ejecución si el delincuente tiene también armas con las que defenderse. En realidad, lo que las armas permiten es la ejecución del agresivo por un solo individuo (o sea, que aunque la ‘condena a muerte’ sea colectivamente dictada, el verdugo sea un sólo individuo, normalmente un pariente del condenado). El resultado de la disponibilidad de armas podría ser justo el contrario: la disgregación social, porque cada individuo podría ejecutar la ‘sentencia’ individualmente y podría considerar que tiene derecho, también, a dictarla él mismo. De ahí que el papel del lenguaje sea esencial para asegurar que las ‘sentencias de muerte’ son colectivas.

Y “el lenguaje parece necesario para el asesinato planificado de un individuo concreto”, es decir, la conspiración no puede tener éxito si los conspiradores no pueden comunicarse entre si de forma efectiva. Cuando se necesita comunicar información muy compleja y gran cantidad de detalles, un lenguaje como el humano parece imprescindible para lograr la coordinación exitosa en un grupo. Contra el ‘gallito’ agresivo no es posible actuar individualmente. Porque es capaz de vencer a todos los rivales en peleas sucesivas. La coordinación para el ataque colectivo (Bruto y César) requiere del lenguaje. Ha de formarse un consenso sobre la necesidad de acabar con el varón agresivo.

Lo importante, pues, de aplicar la pena de muerte a los varones agresivos de forma sistemática es que los grupos humanos dejaron de estar gobernados por un macho alfa y pasaron a estarlo por una coalición formada por todos los varones casados. Este sistema de ‘adopción de decisiones colectivas’ reduce los costes de ‘dictar’ una sentencia de muerte de manera que la coalición de varones casados puede liquidar, de esa forma, a cualquier otro varón que ponga en duda la autoridad de dicha coalición lo que le permite hacer cumplir cualquier regla que se considere conveniente implantar:

 

“Cuando el peligro de salirte del tiesto es que te apliquen el garrote vil, es fácil imaginar una intensa selección a favor de emociones morales que te mantienen dentro de las reglas»

De forma que los grupos humanos sustituyeron la tiranía del macho alfa y su coalición por la ‘tiranía de los primos’ casados (Gellner), se conviertieron en sociedades en las que es posible una intensa cooperación pero en la que no hay lugar para el disidente y en la que cualquier norma social, por absurda que sea, puede imponerse. Una sociedad gobernada por nacionalistas, para entendernos.

Parece razonable entender que solo se ejecuta a los individuos proclives a la reacción agresiva, esto es  alos individuos incapaces de controlar sus emociones hasta el punto de reaccionar con violencia o fuerza en las cosas; individuos que se apoderan por la fuerza de los bienes de otro o que reaccionan golpeando a los demás. No así a los que – como César – tenían una gran capacidad para la agresión proactiva. Estos deberían ser premiados evolutivamente con una mayor descendencia ya que conducen, normalmente, a la victoria del grupo y a su florecimiento. De lo cual se deduciría que la selección contra la agresividad reactiva no debió de alcanzar a los ambiciosos, a los que tenían aspiraciones de liderazgo, sino sólo a los que pretendieran consolidarse como tiranos. Cerrada esa vía al ascenso social, no quedaba otra para los ambiciosos que aplicarse a la producción de bienes para sus compañeros. No es extraño que la generosidad y las jerarquías productivas pudieran florecer en los grupos humanos como formas de encauzamiento de la ambición. A la vez, se podían reducir así suficientemente el número de ejecuciones necesarias para lograr la plena domesticación de la especie: se ejecutaba a los violentos, no a los agresivos. La extraordinaria capacidad de los humanos para compartir objetivos abunda en la misma dirección. Como se ha dicho, el objetivo común de los chimpancés es derrotar al actual macho alfa. El de los humanos era suprimir la posición de ‘macho alfa’. Los incentivos para derrocar al macho alfa de un chimpancé del común son muy inferiores a los de un ser humano. Para el chimpancé se trata solo de cambiarlo por otro más favorable a sus intereses de modo que sólo los chimpancés que podrían ocupar el lugar del actual tienen fuertes incentivos para arriesgarse a enfrentarse a él y a coordinar una coalición que pueda derrotarlo. Por el contrario, todos los humanos salen perdiendo si se consolida el más agresivo como jefe.

Otro aspecto interesante de la domesticación humana es que la pedamorfosis está relacionada con un retraso en el desarrollo de las conductas y características anatómicas y fisiológicas propias de los adultos humanos. O sea que es verdad que maduramos cada vez más tarde y que la adolescencia se prolonga cada vez más. En sentido positivo, eso, unido a la velocidad a la que se produce la domesticación a la que se ha hecho referencia, llevaría a la conclusión de que cabe esperar que la edad de los que realizan innovaciones tecnológicas o sociales sea cada vez más elevada y, por tanto, a que el declive en la productividad y el ‘gran estancamiento’ de nuestras economías envejecidas no tenga por qué ser un resultado fatal.

Para terminar, este párrafo p 221, es particularmente apropiado para extraer alguna conclusión ‘jurídica’

… nuestra psicología moral se forjó durante una época en la que ser un marginado social era aún más peligroso de lo que es para la mayoría de la gente hoy en día. La naturaleza esencialmente social del comportamiento moral está clara para todos los estudiosos, y también está extendida la creencia de que gran parte del comportamiento moral tiene que ver con evitar la censura ajena pero censurar intensamente la conducta de otros. Sin embargo, las hipótesis alternativas para establecer los orígenes de la moralidad, basadas en los beneficios de la cooperación, normalmente no han impuestos costes tan elevados a los comportamientos antisociales como la ejecución de los individuos que no respetan las normas básicas… Los descarriados han sido tratados de forma similar en todas partes en el pasado. Un control social tan eficaz hace que la teoría de los orígenes morales de Boehm sea inquietantemente atractiva. Si Boehm tiene razón, la nueva mentalidad de la que la humanidad se enorgullece con razón (la prosocialidad) tuvo orígenes más oscuros de lo que normalmente nos gusta pensar. La fuerza que engendró la conciencia y la condena en nuestros antepasados comenzó en la revolución de los varones que competían por un nuevo tipo de poder. Terminó en una tiranía de los primos con dos grandes tipos de efectos sociales. Por un lado, en palabras de Haidt, un estrechamiento de los vínculos y un fortalecimiento del grupo. Obliga a la sociedad a seguir principios morales que promueven la cooperación, la ecuanimidad y la protección contra el daño. Ha traído un nuevo tipo de virtud al mundo. En promedio, todos se benefician. Por otro lado, también trajo un nuevo tipo de dominación, porque

 

«El poder limitado de un único macho alfa se sustituyó por el poder absoluto de la coalición masculina»

Este paso del liderazgo individual de un macho alfa al poder absoluto de la coalición masculina formada por todos los varones casados del grupo es mucho más rica en consecuencias de lo que se deduce de la reflexión de Wrangham.

Porque la adopción de decisiones sociales por un grupo en lugar de por un individuo, esto es, la adopción colegiada de decisiones permite al grupo iniciar el proceso que le llevará a regirse socialmente según reglas generales. El collegium que decide ha de hacerlo de forma igualitaria y ateniéndose a los precedentes. Sería muy difícil construir un consenso en torno a la aplicación de la regla (incluida la decisión de ejecutar a alguien) si ésta no tuviera pretensiones de generalidad – aplicarse a todos los casos semejantes – y si fuera contradictoria con los precedentes – con lo decidido por el collegium en el pasado en casos semejantes –. Al contrario, cualquier pretensión de privilegio haría despertar en todos los miembros del collegium el temor a la aparición de un macho agresivo en el grupo con pretensiones de convertirse en un macho alfa.

Es decir, que la domesticación y la sustitución del macho alfa por la coalición masculina como sistema de gobierno de las sociedades humanas llevaba en sí misma el nacimiento de un sistema de control social y de gobierno del grupo basado en reglas que podríamos llamar ‘jurídicas’:

 

Reglas generales fundadas en el principio de igualdad y aplicadas de acuerdo con los precedentes

Y, por supuesto, una vez que el grupo se rige por reglas generales aplicables igualitariamente a todos sus miembros varones adultos, la progresiva extensión al resto de los miembros (jóvenes solteros, mujeres, extraños al grupo pero con algún lazo con él) parece inevitable.

Sustituir, pues, la tiranía del macho alfa por la tiranía de los primos no es irrelevante. No supone simplemente cambiar una tiranía por otra. Supone sustituir el gobierno de los hombres basado en la voluntad del rey por el gobierno de las reglas y por reglas para tomar decisiones, esto es, órganos. Las reglas generan su propia dinámica que extiende la igualdad y la racionalidad en su formulación y aplicación. La tiranía de los primos no conduce necesariamente a más y más opresión, porque la opresión recaería sobre todos los varones lo que haría más y más difícil formar los consensos necesarios para la adopción de decisiones y el grupo acabaría por dividirse quedándose los más ortodoxos que vivirían en sociedades cada vez más ‘puritanas’. Pero lo que se trata de señalar es que no se puede prescindir del contenido de las órdenes que se obedecen por la amenaza del castigo si los que dan las órdenes también están sometidos a ellas (como en la escena de la lapidación de La vida de Briam y la prohibición de decir ‘Jehová’ cuando el que aplica el castigo dice ‘Jehová’ y es, a su vez, lapidado). De ahí que, históricamente, las órdenes más estrictas y más opresivas se dirijan a los ‘no varones’ (mujeres) o a los que carezcan de alguna de las cualidades que se atribuyen a todos los varones que participan en la toma colectiva de decisiones (extranjeros, discapacitados, albinos)


Sergei Prokudin-Gorski