Por Jesús Alfaro

Hausman lleva unos pocos años desarrollando la teoría de la riqueza de las naciones basada en lo que los países “saben hacer” y lo que “pueden saber” y, por tanto, producir y exportar. Cuanto mayor es la sabiduría de los habitantes de un país en un comercio determinado (pongamos el de productos del cuero) mayores son las posibilidades de que extiendan su comercio a productos en los que el “saber hacer” desarrollado con la fabricación de productos de cuero (tratamiento, teñido, diseño) es valioso (de la fabricación de botas a la marroquinería y de ahí a la de prendas de ropa). Hausman pone el ejemplo de Finlandia, la tala de árboles – tienen enormes bosques – y la fabricación de herramientas para la explotación silvícola.

Jonathan Israel cuenta un caso de este tipo al examinar el desarrollo de los mercados financieros en Amsterdam desde finales del siglo XVI. En toda Europa había bolsas y la principal, en el siglo XVI, había sido la de Amberes. Conforme llegaban a Amsterdam especialistas en una determinada mercancía – pongamos sedas – la bolsa podía crecer y producir mejores precios porque estos eran el resultado de una mejor valoración y gradación de la mercancía gracias a su examen por especialistas. Pero

«la innovación en la Bolsa de Amsterdam iba más allá de la especialización en los tratos sobre mercaderías. También aparecieron nuevas técnicas. El énfasis tradicional de Amsterdam en el comercio al por mayor de grano, para el que se construyó una bolsa especializada en 1617 – y otros comercios a granel, promovió la práctica de comprar por adelantado (futuros), comprar en depósito (no se adquiría en firme la mercancía hasta que era revendida)  etc. La razón se encuentra en que el precio de estas mercancías variaba bruscamente en un corto espacio de tiempo. Los comerciantes de Amsterdam se convirtieron en especialistas en comerciar con el grano que estaba por llegar y en <<comprar arenques que no habían sido todavía pescados>>

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