Por Jesús Alfaro Águila-Real

Los economistas han analizado la empresa desde dos perspectivas.

En primer lugar como unidad de producción de bienes o servicios, es decir, examinando qué combinación de los factores de la producción es la más conveniente para obtener los bienes o servicios que oferta la empresa (concepción neoclásica). Esta perspectiva es útil para analizar las relaciones entre las empresas en el mercado y a los juristas les resulta de interés, por ejemplo, cuando se trata de determinar si el comportamiento de una empresa constituye un abuso de su poder de dominio en el mercado (art. 2 LDC) y como veremos, también para explicar, en el caso de las empresas, de qué modo se “seleccionan” aquellas cuyos miembros cooperan peor, es decir, no consiguen maximizar la producción al menor coste posible.

En segundo lugar, y más recientemente, la empresa se ha analizado “desde dentro”, es decir, examinando qué vínculos unen a los sujetos que aportan los distintos factores de la producción que se combinan en la empresa. Titulares de factores de la producción son los trabajadores (titulares del factor trabajo); los accionistas (titulares del capital social si la empresa adopta la forma de sociedad anónima); los obligacionistas y demás financiadores que prestan dinero a la empresa; los administradores de la empresa, que aportan un tipo especial de trabajo y actúan como agentes y representantes de los “propietarios”; los proveedores, que aportan materias primas o producen “por encargo” partes del producto final etc.

Dado que las relaciones entre los titulares de factores de la producción son voluntarias, la teoría de la empresa ha concebido esta como un conjunto de contratos: contratos de trabajo, contratos de administración, contrato de sociedad, contrato de suscripción de obligaciones, contratos de distribución etc. Estos contratos determinan la forma en que se combinan los factores para la obtención de la producción y la forma en que los rendimientos obtenidos se reparten entre los distintos participantes en la empresa. Todos estos contratos no constituyen una red (como Internet, en la que todos los ordenadores están conectados con todos) sino que adoptan una estructura centralizada. Todos los factores de la producción contratan con un nexo (que es la persona física o jurídica que denominamos empresario), al que se califica como el propietario por ser el que asume el riesgo de la empresa. La contratación con el nexo permite ordenar las pretensiones de los contratantes sobre los activos del nexo – preferencias de acreedores – creando patrimonios separados y, eventualmente, incomunicados cuando se trata de sociedades con limitación de responsabilidad,  y formar grupos de acreedores que serán satisfechos, exclusivamente, con los activos correspondientes al patrimonio de cada persona jurídica. Se logra así que los acreedores de la entidad cobren preferentemente con cargo al patrimonio de ésta respecto de los acreedores de los miembros (socios) y que los acreedores personales de los miembros de la persona jurídica no puedan atacar el patrimonio de la sociedad, debiendo atacar exclusivamente la participación del socio en la persona jurídica. A través de la responsabilidad limitada, los acreedores de la persona jurídica pueden atacar sólo el patrimonio de ésta y no el patrimonio de los socios.

La empresa es, por tanto, no solo un nexo de contratos, sino también un nexo para contratar porque facilita a todos los que se relacionan con la empresa la contratación al establecer un nexo central. No sólo a los factores de la producción sino también a los clientes que adquieren los productos o servicios producidos por la empresa.

Coase formuló su teoría de la empresa explicando que las empresas existen porque usar el mercado – es costoso. Si los precios de los distintos factores de la producción son “buenos” (es decir, hay precios para todas las cantidades y formas en que dichos factores son necesarios), la producción se organizará a través de contratos celebrados en el mercado, no en el seno de una organización. Estos costes de realizar transacciones en el mercado son los costes de transacción (los costes de descubrir el precio de la prestación intercambiada, de celebrar el contrato y de asegurar su cumplimiento).  En las sociedades primitivas y en las Economías de subsistencia, los mercados no proveen de los bienes y servicios, de manera que todas actividades productivas se realizaban en el seno de la familia. Pero, en las economías modernas, por ejemplo, no se contratarán trabajadores para que fabriquen clavos que hay que clavar en las cajas que fabrica una empresa si los clavos pueden adquirirse en el mercado en cualquier cantidad, tamaño, resistencia etc. Si no hay un mercado de clavos que produzca los precios correspondientes, la producción de los clavos la coordinará y dirigirá el empresario en el seno de la empresa. El empresario ya no celebrará contratos de compra de clavos, sino contratos con los factores de la producción (hierro o acero, trabajadores, máquinas para fabricar clavos) y coordinará todos estos para obtener el resultado – los clavos –, disponiendo del derecho a usar los factores de producción: a través del contrato de trabajo, del derecho a usar la  fuerza de los trabajadores; a través de la compraventa o del arrendamiento de las máquinas o la factoría etc.

Esta concepción de la empresa que hoy es absolutamente dominante se acompasa mal, sin embargo, con la evolución histórica y no es aplicable a otras organizaciones humanas distintas de las empresas.

En primer lugar, como se habrá comprobado, parte del modelo de competencia perfecta y explica la existencia de las empresas a partir de la idea de que, en la realidad, los mercados son incompletos y lo son especialmente, en lo que a los factores de la producción se refiere, de manera que el trabajo en equipo – la producción empresarial – no puede realizarse a través de intercambios de mercado. Como dice Arrow:

«las empresas de cierta complejidad son ejemplos de acción colectiva, la asignación interna de sus recursos se controla jerárquica y autoritariamente»

Pero si la producción en común precedió a los intercambios, parece más prometedor estudiar la empresa desde el análisis de los costes de cooperar que hacerlo en términos de costes de transacción que, analíticamente, se adaptan mejor a los contratos de intercambio y peor a la producción en grupo. En efecto, los costes de la producción en común no son los costes de intercambiar entre los miembros de la organización. Son costes de cooperar, de asegurar la contribución de todos al objetivo de producción de la organización. Los contratos entre los que participan en la producción son tan incompletos que estudiarlos como si fueran completos es menos iluminador que examinar las relaciones entre los participantes como un intento de cooperar, esto es, de sacrificar los intereses individuales inmediatos para obtener “más” de forma mediata, es decir, una vez que lo producido en común (e intercambiado en el mercado) se reparte entre todos los que han participado en la producción.

En segundo lugar, lo que las empresas tienen de especial, en comparación con otras organizaciones de individuos es que – como definía la Economía neoclásica – las empresas son unidades de producción para el mercado. Es decir, en la definición de la Economía neoclásica, la idea de producción en equipo no formaba parte del concepto de empresa. Un individuo puede ser analizado, desde esta perspectiva, como una empresa si destina lo que produce a intercambiarlo en un mercado. Pero, es obvio, las empresas tal como las conocemos son equipos de producción. Es decir son unidades productivas para el mercado formadas por varios individuos que cooperan para maximizar la producción.

La concepción neoclásica de la empresa – como unidad de producción para intercambiar lo producido en el mercado – es muy relevante también para distinguir las empresas de otras organizaciones humanas. En efecto, lo que distingue una empresa de un club de billar o de una secta es que, en el caso de la empresa, el ámbito de la producción interna a través de la cooperación entre los miembros de la empresa y el ámbito del intercambio mediante la venta de lo producido en el mercardo no pueden separarse porque los precios de mercado de los bienes producidos por la empresa influyen sobre la producción en común en el seno de ésta. Es decir, las empresas cuyos miembros cooperen peor producirán a mayor coste y no podrán vender sus productos en un mercado competitivo y terminarán por desaparecer.

De manera que las empresas son organizaciones especiales porque a diferencia de otros grupos de individuos, su supervivencia depende de que minimicen los costes de producción o, dicho simétricamente, optimicen la cooperación entre todos los que participan en la producción.

Eso no ocurre cuando los humanos se agrupan para cualquier otro fin que no sea producir para el mercado. Cualquier organización en la que los miembros contribuyen al fin común puede sobrevivir en la medida en que proporcione a sus miembros cualquier beneficio que éstos no puedan lograr o logren peor en solitario. Obviamente, si los grupos humanos están en competencia entre sí, los grupos que mejor cooperen internamente acabarán conquistando y terminarán con los grupos que peor cooperen. Pero, en una Sociedad pacífica, los grupos se multiplicarán y los individuos formarán parte de unos u otros en función de que, de esta forma, obtengan el “bien” colectivamente producido por el grupo.

En otras palabras, el benchmark de cualquier organización humana es que proporcione a sus miembros algo que los individuos no pueden lograr individualmente. El benchmark de las empresas como organizaciones es que produzcan a menor coste que sus competidores en el mercado.


Foto: JJBose