Por Fernando de Castro Soubriet

Sobre la Escuela Neurológica Española fundada por Santiago Ramón y Cajal

 

Un estudio de la Fundación BBVA en 2023 arroja un dato escalofriante: cuando se les pregunta por un científico, sólo un 7% de los españoles nombra a Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Es el sexto más nombrado y el segundo español, por detrás de Severo Ochoa (1905-1993). Sin embargo, en un reciente programa de TVE1, Cajal ha ganado en la votación realizada entre la audiencia, el título de “el mejor español de la Historia”. Pero, ¿conocen de verdad nuestros compatriotas el impacto que tuvo y tiene (¡y va a seguir teniendo…!) uno de los cinco o diez científicos más revolucionarios de la Historia de la Ciencia… ? Porque el navarro-aragonés Cajal es uno de ese selectísimo club al que pertenecen Newton, Darwin o Einstein… y, como ellos, adelantó cincuenta o cien años en el conocimiento de su época: Cajal, en efecto, es universalmente reconocido como el fundador de la moderna Neurociencia.

Cajal se hizo médico e, interesado en una disciplina apenas inaugurada en España por Aureliano Maestre de San Juan (1828-1890), y siendo ya catedrático en la Universidad de Valencia, realizó su tesis sobre la histopatología de la inflamación. Es en 1887 cuando Cajal aprende el método de Golgi, de la mano de Luis Simarro (1851-1921), en la casa de éste en Madrid. Fascinado por las alambicadas morfologías de las células nerviosas teñidas por el depósito de cromato de plata, Cajal decide dominar esta caprichosa tinción histológica y aplica sus grandes conocimientos de Química para mejorarlo. Porque Cajal era, formalmente, médico, pero sus conocimientos de Histoquimia y de la química que subyace a la fotografía tradicional tienen un papel destacado en esta historia. A fin de cuentas, el método de Golgi tiñe la intrincada ramificación de una neurona depositando esa sal de plata sobre el cuerpo de esta célula y las dendritas y el axón que salen del mismo. Igual que la fotografía clásica plasmaba la luz visible gracias al depósito de microgramos que surgen de la reacción de las sales de plata con oxidantes en presencia de la propia luz. Cajal introdujo mejoras en la fijación y una doble impregnación argéntica, reduciendo parcialmente el capricho de la reazione nera” de Golgi (que nunca sabemos qué células va a teñir en un corte histológico) y, sobre todo, mejoró significativamente la tinción de las células nerviosas. Por todo ello, desde las bambalinas químicas al resultado final, se conoce también a este procedimiento como el ‘método fotográfico’.

En ese momento, Cajal comienza a ejercer como catedrático en la Universidad de Barcelona, y es allí donde aplica sistemáticamente el nuevo método histológico al estudio del sistema nervioso de diversas especies. Los resultados ven la luz desde 1888 y en una revista que el mismo Cajal editaba y publicaba. Y desde su primer artículo, dedicado a la corteza del cerebelo, Cajal demuestra la individualidad de las células nerviosas:

“… las ramificaciones colaterales y terminales de todo cilindro-eje [axón] acaban en la substancia gris, no mediante red difusa, según defendían Gerlach y Golgi con la mayoría de los neurólogos, sino mediante arborizaciones libres, dispuestas en variedad de formas (cestas o nidos pericelulares, ramas trepadoras, etc). Estas ramificaciones se aplican íntimamente al cuerpo y dendritas de las células nerviosas, estableciéndose un contacto o articulación entre el protoplasma receptor y los últimos ramúnculos axónicos [lo que, desde 1897 conocemos como sinapsis].

Ese descubrimiento ilumina el tenebroso mundo reticularista que explicaba el sistema nervioso como una red continua de las neurofibrillas de citoesqueleto. Pronto corroboró Cajal sus observaciones en la retina o la médula espinal y, después, en todas y cada una de las estructuras del sistema nervioso que fue estudiando. Así, Cajal armó de evidencias científicas a quienes pensaban que, como en el resto de sistemas del organismo, la teoría celular tenía que cumplirse, también, en el sistema nervioso. La victoria pública se produjo en Berlín, cuando Cajal sentó al microscopio a August Köelliker, el más influyente histólogo de la época, quien quedó maravillado al ver los detalles de las preparaciones traídas desde aquella España descabalgada del primer mundo. En apenas cuatro años (1888-1892), siempre desde el pequeño laboratorio de su casa y casi siempre publicando en español, Cajal sentó las bases de la moderna Neurociencia:

  • la individualidad de las células nerviosas,
  • la Teoría Neuronal,
  • la Ley de polarización dinámica de las neuronas (sustanciada en las famosas flechas que Cajal, ya muy pronto, comenzó a indicar en sus dibujos la dirección seguida por los impulsos nerviosos),
  • la descripción de pequeños elementos (espinas dendríticas, conos de crecimiento axonal) indispensables para el funcionamiento de las neuronas y el conjunto de la fisiología nerviosa,
  • la Hipótesis Quimiotrópica

En pocos años, premios y distinciones comenzaron a llover desde Italia, Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, incluso desde la propia España, normalmente tan ingrata con sus grandes figuras, sobre todo del ámbito de la Ciencia… En su discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales (1897), Cajal escribió algo que, si no se ha querido directamente ignorar, muchas veces ha pasado desapercibido:

 “La más pura gloria del maestro consiste, no en formar discípulos que le sigan, sino en formar sabios que le superen. […] crear espíritus absolutamente nuevos, órganos únicos, a ser posible, en la máquina del progreso. Fabricar órganos dóciles e intercambiables, denota que el maestro se ha preocupado más de sí mismo que de su país y de la Ciencia”.

Cajal no dejó de trabajar prácticamente nunca, hasta su muerte, pero, en cuanto pudo, contrató a investigadores que le ayudasen en su ingente tarea. Al ganar el Premio Internacional de Moscú (1900), nuestro adolescente rey Alfonso XIII instó la creación de un laboratorio para Cajal con cargo “al presupuesto”: Cajal sale de su casa para desarrollar su investigación en un moderno Laboratorio de Investigaciones Biológicas-LIB (desde 1920, oficialmente Instituto Cajal), incorporando ayudantes y, muy pronto, investigadores como Jorge Francisco Tello (1880-1958) y Domingo Sánchez (1860-1947), sus primeros discípulos. Hasta ese momento, su único colaborador verdadero había sido su hermano menor, Pedro Ramón y Cajal (1854-1950), pero siempre a distancia, mientras trabajaba como médico rural en Aragón o, ya como catedrático, en Cádiz y Zaragoza. Fueron los primeros, pero no los únicos: el francés Jules Havet vino de la Université de Lovaine (Bélgica), el bilbaíno Nicolás Achúcarro (1880-1918) se instaló en Madrid tras su periplo europeo y norteamericano, la británico-australiana Laura Forster vino desde Oxford y así sucesivamente.

Si lo pensásemos como una pirámide, la primera planta del conocimiento neurológico generado por Cajal y su círculo se centró en describir, de la manera más exhaustiva posible, la estructura del sistema nervioso de los vertebrados (Pedro Ramón y Cajal, Tello, Río-Hortega, Fernando de Castro) y de los invertebrados (significativamente, Domingo Sánchez).

Con la incorporación del citado Achúcarro y de su discípulo directo, Pío del Río-Hortega (1882-1945), la Escuela Neurológica Española (o Escuela de Cajal o de Madrid) construyó una sólida segunda planta estudiando las células gliales (Río-Hortega descubrió dos de los tres tipos fundamentales de las mismas: la microglía y la oligodendroglía: o, en definitiva, ¡dos de los cuatro tipos fundamentales de células del cerebro…!) y, ampliando los estudios iniciales de Cajal y Tello sobre degeneración y regeneración del sistema nervioso, se expandió al estudio de las enfermedades neurológicas, en general, incluyendo aspectos puramente neuropsiquiátricos con la incorporación al LIB de Gonzalo Rodríguez Lafora (1886-1971) o José Mª Villaverde (1888-1936).

Y con la tercera y última planta de esa hipotética pirámide, la Fisiología que Cajal había intuido y encauzado con sus famosas flechas, incorporó métodos y una orientación plenamente fisiológica con los dos últimos discípulos “mayores”, los más jóvenes y cercanos al Maestro en la última década de su vida: Fernando de Castro (1896-1967) y Rafael Lorente de Nó (1902-1990). Todos ellos, en cada una de esas plantas de la hipotética pirámide, contribuyeron de forma significativa a la Neurociencia, confirmando los hallazgos previos de Cajal quien, además, les dio completa libertad para que sus discípulos enfocaran sus estudios respectivos a los más diversos ámbitos, estructuras y especies donde comprobar el neuronismo y derrotar a los siempre pugnaces reticularistas.

La lista de descubrimientos generados básicamente desde Madrid y hasta el estallido de la Guerra (In)Civil Española, en el verano de 1936, es imposible de incluir aquí pero, a manera de breve pincelada, destacaremos dos cosas:

(i) que casi todos esos descubrimientos, más importantes o menos, siguen vigentes, algo que es muy difícil en la verdad efímera que es el conocimiento científico y a pesar de los ingentes avances tecnológicos;

(ii) que en apenas tres décadas de relativa estabilidad y apoyo presupuestario, tres de los discípulos directos de Cajal rozaron un segundo, tercer y cuarto Premio Nobel en Fisiología o Medicina antes del recibido por Severo Ochoa en 1959 (¡la Historia de la Ciencia Española nos la tendrían que haber contado de forma radicalmente diferente si Río-Hortega en 1929 ó 1937, de Castro en 1938 y/o Lorente de Nó en 1949, 1950, 1952 ó 1953 hubiesen recibido ese galardón…!); y la lista sería más larga si incluyésemos a algunos discípulos indirectos de Cajal, como el farmacólogo y patólogo británico-australiano Howard Florey (1898-1968), que compartió el Nobel de 1945 “por el descubrimiento de la penicilina y su efecto curativo en varias enfermedades infecciosas”, o el neuropatólogo y gran neurocirujano del s. XX Wilder S. Penfield (1891-1976), quienes vinieron a Madrid en sus periodos formativos para aprender las técnicas neurohistológicas de la Escuela de Cajal, respectivamente, en 1925 y 1924.

Fue Cajal, primero en solitario, y después en compañía de Río-Hortega (quien creó su propia escuela en el laboratorio de la Residencia de Estudiantes y, después, también en el Instituto Nacional del Cáncer) y del resto de miembros de la Escuela Neurológica Española quienes hicieron de Madrid el destino obligatorio para todo aquel científico interesado en poder estudiar el cerebro: vinieron desde Australia hasta los EE.UU., desde la extinta Unión Soviética hasta Uruguay, Argentina y Chile, y a sus instituciones regresaron para transformar o implantar de novo el estudio de la Neurociencia. Si Cajal fundó, directamente, la moderna Neurociencia, él y el conjunto de los descubrimientos de la Escuela Neurológica Española transformaron la Neurología, la Neurofisiología (sobre todo, Lorente de Nó), la Otorrinolaringología (también Lorente de Nó), supuso un bagaje fundamental para que la Neurocirugía se desarrollase de la mano de Hugh Cairns y Wilder Penfield (discípulo de Río-Hortega), fueron fundamentales para el nacimiento en Norteamérica de la moderna Cibernética durante la IIª Guerra Mundial (los modelos que han dado lugar los ordenadores y la Inteligencia Artificial tratan de imitar la estructura del cerebro que describió Cajal y que desarrollaron sobre todo Lorente de Nó y en menor medida Lawrence Kubie -discípulo de Río-Hortega-) o de la moderna Neuroncología (Río-Hortega realizó la primera clasificación moderna de los cánceres del sistema nervioso y su discípula oxoniense Dorothy Russell, fue quien la expandió en forma de libro de texto hasta que la Organización Mundial de la Salud adoptó esta clasificación en la segunda mitad de la década de 1970), incluso hoy en día la propia Psiquiatría comienza, también, a despertar de su letargo freudiano para convertirse, por fin, en una disciplina científica al ser estudiada a la luz de los principios de Cajal… Por todo ello, la UNESCO decidió en octubre de 2017 incluir los “Archivos de Santiago Ramón y Cajal y la Escuela Española de Neurohistología” como parte del Patrimonio de la Humanidad (Collection ID: 2016-31).

“Estos archivos [ los de Cajal, su hermano Pedro, Río-Hortega, de Castro y Lorente de Nó] son esenciales para estudiar la historia de los descubrimientos y teorías que conducen a nuestra actual comprensión del cerebro humano en su doble aspecto de composición anatómica (células individuales) y propiedades fisiológicas (formación de circuitos y propagación del impulso nervioso)”.

Repito: no sólo la Historia de la Ciencia Española, sino la propia realidad científica actual sería otra si Río-Hortega, de Castro y/o Lorente de Nó hubiesen conseguido un segundo, un tercero e incluso un cuarto Premio Nobel entre 1929 y 1953, antes del que ganó Severo Ochoa. Tenemos que mostrar a nuestra España mediocre de hoy lo verdaderamente excepcional que fue Cajal para la Ciencia. Ya lo advirtió el propio Cajal:

“Si se nos desdeña, acabamos por desdeñarnos”.

Es nuestra responsabilidad, como científicos, respetarnos y no desdeñarnos. Elites y jóvenes estudiantes, la sociedad española, en suma, deben aprender lo importante que es apoyar el sistema español de I+D como fuente fundamental de riqueza y bienestar presente y futuro en un mundo que lo ha comprendido ya, lanzándose a una demanda acelerada de conocimientos científico-técnicos. Por tanto, no sólo es justo, si no también necesario para todos y para todo que se cree el prometido Museo Cajal y Escuela, ¡YA…!


* Adaptado de un artículo previo, publicado por el autor en SEBBM Divulgación (La Ciencia al alcance de la mano/ Boletín de la Sociedad Española de Bioquímica y Biología Molecular), en septiembre de 2023