Por Manuel J. Hidalgo

Gran parte del dinero creado en una economía viene de la mano de los bancos comerciales.  A razón aproximadamente de nueve a uno. Existen varios modos por los que un banco comercial crea medios de pago. Por ejemplo, cuando compra acciones de empresas, cuando paga intereses por los depósitos de sus clientes o cuando remunera a  su personal. Sin embargo, es el dinero creado a través de la concesión de préstamos el que, con diferencia, sobresale respecto de los demás.

Cuando un banco comercial concede un préstamo a un cliente,

lleva a cabo dos operaciones contables en su balance. La primera, una anotación en el activo del banco por el importe del crédito concedido, pues el cliente adquiere una obligación respecto al banco que le ha otorgado el préstamo, y éste último un derecho respecto a quien recibe el dinero. La segunda, el banco anota en su pasivo el importe de dicho crédito, pues una vez concedido, éste se transforma en un depósito a favor del cliente, lo que en realidad supone crear dinero. Lo más desconcertante para muchos es que este dinero simplemente no existía con anterioridad a la concesión del préstamo. Este depósito no tiene más origen que el de una sencilla anotación de dinero electrónico y la firma de las partes, y que, una vez ingresado en la cuentadel cliente, podrá ser usado por éste para realizar compras, invertir, o simplemente atesorar. No es de extrañar que esta capacidad “alquimista” de los bancos para crear medios de pago suponga para muchos un enorme riesgo, pues implica dar poder a instituciones privadas sobre un instrumento de enorme relevancia en las economías modernas. Para estos críticos de la creación de dinero bancario, esta “descentralización”, representa una amenaza para los ahorros de los ciudadanos al suponer riesgo de pérdida de valor de la moneda a través de la inflación. Aunque existen restricciones legales a esta actividad (p. ej., ratios de reservas que los bancos comerciales deben mantener en función de sus depósitos), los críticos las consideran insuficientes.

No hay nada de falso en esta historia pero el argumento sobre el que se basa es incompleto.

  • En primer lugar, si la concesión de un crédito supone la creación de dinero, la devolución del mismo supone su destrucción. En este sentido lo que importa no es el volumen de crédito concedido, sino el saldo neto del concedido con el vencido y devuelto. Dicho en términos sencillos, cuando un cliente hace frente a su letra mensual de la hipoteca o de otro préstamo concedido, el cargo que el banco realiza sobre su depósito simplemente reduce la masa monetaria en circulación.
  • En segundo lugar, los bancos comerciales, a pesar de tener la capacidad, al crear dinero “de la nada”, se enfrentan a importantes limites. Es decir, los bancos comerciales tienen incentivos para limitar el crédito que conceden. En términos microeconómicos, los bancos llevan a cabo una optimización de sus beneficios con restricciones. El óptimo puede no ser una concesión ilimitada (creación ilimitada) de préstamos y dinero. Estas restricciones vienen determinadas por un amplio grupo de variables que son las que los bancos consideran para decidir cuándo otorgar o no un préstamo.

A pesar del gran número de variables evaluadas por los bancos para decidir su nivel óptimo de préstamos, las más destacables son las siguientes.

  • En primer lugar, la propia competencia entre los bancos comerciales, que les lleva a ajustar los márgenes comerciales y a reducir por lo tanto el beneficio marginal de cada operación que realicen. Al elevar tipos de los depósitos y reducir el de los créditos para captar clientes, se reducen los incentivos para llevar a cabo  todas las operaciones que harían si no se enfrentaran a la competencia de otros bancos.
  • En segundo lugar, los bancos centrales con su política monetaria orientada al control de la inflación e instrumentada mediante la fijación de los tipos de interés puede, a su vez, incentivar o no la creación de crédito mucho más rápida y eficientemente que, por ejemplo, los famosos coeficientes de caja, instrumentos cada vez menos relevantes en el control de la creación de dinero.
  • En tercer lugar, y quizás mucho más importante que los anteriores, la falta de información o la asimetría de la misma.

La información, como se suele decir, lo es todo, y en el negocio bancario lo es especialmente. Como bien se sabe, y se ha recordado mas arriba, la principal actividad del negocio bancario es prestar dinero a cambio de un interés. Quien pide prestado lo hace por que desea un adelanto del consumo o de la inversión contra la garantía de unos ingresos futuros. Como el banco permite tal adelanto, exige, a cambio, un precio. En pocas palabras, los préstamos se conceden contra la garantía, colateral (en traducción del inglés), de generación de riqueza futura. Se supone, por lo tanto, que el banco concede el préstamo porque conoce, o cree conocer, que éste será devuelto cuando la riqueza que permita devolverlo haya sido generada. Sin embargo, existe la posibilidad de que un banco preste dinero y  dicho incremento de la renta futura no se materialice. En este caso, el crédito no podrá devolverse.

Si el préstamo no se devuelve, el banco incurre en una pérdida igual al montante del préstamo no devuelto. Existe, pues, cada vez que un banco concede un crédito, un riesgo de impago, y que puede valorarse en función de las características de los prestatarios. Sin embargo, el problema surge cuando la información que dispone un banco sobre sus potenciales clientes es imperfecta, además de asimétrica. Es imperfecta porque los bancos no conocen con exactitud si un prestatario va a incurrir en impago o no. Ni siquiera lo sabe el propio prestatario. Es asimétrica porque, en numerosas ocasiones, es el prestatario y no el banco quien mejor conoce su probabilidad de impago. Por estos motivos, e independientemente de la solvencia o insolvencia que cada uno de lo prestatarios individualmente puedan mostrar, los bancos cubren el riesgo por la falta de información cargando un “sobre-precio”, que se materializa en un mayor tipo de interés si se comparara con aquél que se abonaría en un mundo de información perfecta. Un mayor interés reduce la demanda de crédito, y por lo tanto su volumen.

Sin embargo, y a pesar de lo imperfecta y asimétrica que pueda ser esta información, a veces es suficiente para que el banco deniegue el crédito. Por ejemplo, a prestatarios sin ingresos declarados, o sin ingresos estables en el futuro, o, en el peor de los casos, que se encuentran en riesgo de pobreza. En estos casos, el limite a la creación de crédito no proviene de la demanda, sino de la oferta. La información se convierte, por lo tanto, en restricción crediticia.

El riesgo que supone la falta de información implica, pues, un límite al negocio crediticio. Todo depende de la valoración que los bancos hagan de los riesgos que pueden incurrir cuando otorgan un crédito. El problema reside en que la valoración del riesgo es diferente en función de las condiciones económicas externas e internas en las que el banco toma su decisión. Por razones complejas de evaluar, tanto los bancos como sus clientes pasan por fases de tiempo en las cuales los riesgos se minusvaloran, lo que arrastra a unos y a otros a lo que se ha denominado etapas de «exuberancia irracional» y en consecuencia a la generación de burbujas como la que tuvimos ocasión de experimentar en los años previos a la Gran Recesión. Sin embargo, en otras ocasiones, precisamente después de un proceso recesivo, los bancos sobrevaloran los riesgos, en parte por la sensibilidad de su propia existencia ante posibles eventos negativos y, en particular por la propia  falta de información. En este caso, durante las recesiones que siguen a un boom crediticio, es particularmente intensa la restricción crediticia, lo que termina intensificando la propia recesión. No es de extrañar que tras la Gran Recesión de 2009 los reguladores hayan puesto especial interés en no solo observar sino además identificar con rapidez la exposición de los bancos comerciales al riesgo de sus operaciones, para así intentar evitar de nuevo episodios como los acaecidos entre 2002 y 2006/7.

En resumen,

la creación de dinero por parte de los bancos sigue un proceso complejo en dónde tanto la demanda como la oferta de crédito tienen un papel fundamental que escenificar. Condicionando críticamente a ambas aparece la información, que al ser imperfecta y/o asimétrica, representa un límite claro a dicha creación de dinero bancario. Además, las fases “anímicas” por las que atraviesan los bancos y sus clientes en la valoración de los riesgos provocan ciclos financieros cuyas consecuencias, por desgracia, la tenemos aún presente. Es por lo tanto primordial que, en primer lugar el sistema bancario sepa valorar de un modo adecuado el riesgo que supone su actividad y que, en segundo lugar, el supervisor sea capaz de identificar cuándo el sistema bancario no es capaz de realizar adecuadamente dicha valoración.