Por Antonio Jiménez-Blanco

 

El bueno de Ángel, ya con 90 cumplidos, llevaba una mala temporada. A los achaques de la edad sumaba un cáncer nada sencillo. El 23 de diciembre nos llegó la noticia que temíamos pero nunca nos hubiese gustado escuchar.

Yo le conocí sólo en los últimos años (y por la común condición de miembros de la Sección de Derecho de la Real Academia de Doctores de España), aunque en las conversaciones pudimos ir descubriendo lo mucho que nos unía, sobre todo por el nexo común del inolvidado Eduardo García de Enterría, fallecido en septiembre de 2013. Para Ángel, un colega, un contemporáneo y un paisano de Potes y del Valle de Liébana. Para mí, un maestro académico y, más aún, un referente vital. Para ambos, un amigo cercano.

Pero sobre todo hablábamos mucho de la Real Academia de Doctores de España y en particular de la Sección de Derecho, con sus 12 miembros. Para él se había convertido en un verdadero empeño que las vacantes de numerarios se cubrieran bien. En la correspondiente asignatura, que, simpatías o antipatías al margen (ya se sabe que el planeta de la selección de académicos está dominado por ese tipo de subjetivismos), fuese “uno de los cinco mejores”. Él se obstinó en que, entre los historiadores del derecho, eligiésemos a José Sánchez-Arcilla. Se empeñó, sí, y (felizmente) lo acabó consiguiendo. En la siguiente ocasión, habíamos consensuado el nombre de Jorge Rodríguez-Zapata e igualmente acabamos teniendo suerte a la hora de la votación en el Pleno.

Las instituciones son lo que quieren que sean las personas que las componen (“Cada cosa engendra su semejante”: Cervantes). Quizá no siempre en esa Corporación han estado los que debieran estar. Por hablar del ramo de conocimiento que más familiar me resulta, hay que recordar que de la generación de la RAP (el propio Enterría, mi paisano Garrido, el gran Villar Palasí o el recientemente fallecido Jesús González Pérez, y eso por no hacer mención a los malogrados Serrano o Ballbé), no sólo no  estuvo ninguno de ellos sino que no se sabe que hubiera sido siquiera tentado con incorporarse. Una verdadera pena. Y, eso sin contar con las áreas más prácticas o positivas (Penal, Mercantil o Fiscal, por ejemplo), donde la carencia sigue estando viva. Ángel Sánchez de la Torre, pese a vivir en teoría en esa estratosfera que es la Filosofía del Derecho, se mostraba muy consciente y, se insiste, puso todo su ímprobo esfuerzo en remediar ese estado de las cosas. Su Seminario en la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación le servía de referencia y bien que lo recordaba a la menor ocasión.

Un hombre sabio y además honrado y cabal. Se le echará de menos.