Por José Luis Pérez Triviño

 

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en su primera comparecencia en el Congreso de los Diputados para explicar las decisiones que el Ejecutivo tomó respecto a la crisis sanitaria derivada del coronavirus apeló al conocido como sesgo retrospectivo para justificar no haber tomado medidas más drásticas contra el avance imparable del virus con anterioridad al 14 de marzo. Como ha ocurrido con otros gobernantes, la adopción de las contundentes medidas en marzo supuso desperdiciar el mes de febrero, lo cual hubiera evitado en gran medida las catastróficas consecuencias de la pandemia como señala el editor de la revista “Lancet”, Richard Horton.

Pero volviendo al presidente de gobierno, sus palabras fueron estas: “El ser humano sucumbe con frecuencia a lo que se conoce como el sesgo de retrospectiva que consiste en que una vez que la gente conoce el desenlace de un evento tiende a pensar que podrían haber predicho ese desenlace anticipadamente. Es obvio que con lo que sabemos hoy el mundo no hubiera actuado de la misma forma ayer.” Dicho en términos de la sabiduría popular, lo que el presidente quería expresar frente a los que le acusaban de no tomar antes las decisiones preventivas frente al coronavirus, era: “A toro pasado, todos somos Manolete”.

Sin embargo, el presidente y los científicos -aunque probablamente también otros gobiernos y expertos-  tendrán que responder cuando llegue el momento oportuno si no fueron ellos víctimas de otros sesgos, y en este sentido, pudieron adoptar tardíamente el estado de alarma y otras medidas oportunas perturbados (inconscientemente) en su juicio por otras formas de distorsión del pensamiento o “atajos” mentales. Porque esto es lo que caracteriza a los sesgos cognitivos, son errores en que incurre el ser humano en contextos de racionalidad limitada como consecuencia de la necesidad de la mente de procesar y simplificar la información y así adoptar decisiones eficientes. Dichos recursos no son, vale la pena insistir, procedimientos intencionales y no siempre conducen a errores. La mente los utiliza en situaciones corrientes porque precisamente son útiles en muchísimas situaciones de incertidumbre en las que nos encontramos los seres humanos.

Pero no siempre es así, y numerosos estudios han destacado los efectos perjudiciales de algunos de estos sesgos. En particular, un examen constructivo de los procesos de toma de decisiones por los responsables gubernamentales deberá atender a si el grupo de expertos y los políticos no pudo estar influido, al menos, por tres de esos sesgos: el de confirmación; el de conformidad y el de control. En efecto, los expertos y los políticos que tomaron tan trascendentales decisiones deberán cuestionarse en virtud del primer sesgo, si una vez adoptada inicialmente una línea de actuación buscaron y seleccionaron pruebas para confirmarlas, y en consecuencia, desatendieron demasiado ligeramente informes en contrario que alertaban de los riesgos asumidos. En segundo lugar, será necesario examinar si cayeron abducidos por la humana tendencia de adaptación y deferencia hacia el grupo del que se forma parte. O dicho más piadosamente, si erraron al valorar de forma injustificadamente homogénea las actitudes, actos y opiniones de las personas que pertenecen al mismo grupo. Grupo que podía ser el conformado por los propios expertos y miembros del gobierno, como también, el del resto de gobiernos europeos (y no solo europeos) que optaron por la minimización de los peligros. No es fácil adoptar medidas tan drásticas siendo la excepción. Y por último, será oportuno revisar una actitud que quizá no solo fue predicable de los distintos gobiernos, sino de gran parte de las sociedades europeas (de la mayoría de los ciudadanos entre los que nos incluimos, en definitiva): la creencia de tener la situación bajo control. La soberbia de creer que a diferencia de otros países con menos recursos o con una distinta cultura, seríamos capaces de esquivar las balas.


Foto: Julián Lozano www.cuervajo.es