Por Sociedad civil – El día de después

 

La digitalización inversa del capital intelectual o la cosificación de bienes inmateriales

 

Con esta descripción se hace referencia a dos procesos innovadores de producción y distribución de bienes y servicios relacionados entre sí. El primero consiste en un dispositivo (hardware) que convierte «propiedad intelectual» en un elemento físico. El segundo consiste en automatizar el conocimiento de un experto, codificándolo, esto es, incorporándolo a un programa de ordenador, que, de esa manera, se convierte en un activo fijo, en una “cosa” o un “bien”

 

La producción o fabricación in situ mediante la digitalización inversa

 

Este tipo de dispositivo que convierte propiedad intelectual en una cosa, esto es, en un bien físico, podría ser una impresora 3D convertida en un electrodoméstico más de cualquier hogar. Estas impresoras convierten ideas, procedimientos… en formato bit en objetos físicos que se “entregan” o, rectius, se fabrican en el hogar del consumidor (en el “terminal” del consumidor). Hay ya ejemplos espectaculares:

La empresa Made in Space utiliza este sistema para fabricar en el espacio exterior elementos que necesitan las naves espaciales. De esta forma se optimiza el tipo de material y la estructura empleados porque la “fabricación” se realiza en las condiciones en las que el elemento se instalará (bajo gravedad cero) además de eliminar la necesidad de transportar el elemento, una vez construido, desde la tierra al espacio.

Otro caso de la fabricación in situ es el de General Electric con Boeing respecto al  mantenimiento de los aviones. La “digitalización inversa” consiste en este caso en que las piezas de recambio se “imprimen” en el lugar donde está el avión, sin que sea necesario enviarlas desde Everett, en el estado de Washington que es donde tiene su sede Boeing.

¿Qué ganancias de eficiencia ofrece este tipo de digitalización inversa? Para darse cuenta basta pensar en una gran planta de fabricación de automóviles. Los fabricantes de componentes (de volantes, sillones, frenos…) han de instalarse en una parcela contigua a la de la fábrica para ahorrar en costes de transporte y ajustar el ritmo de producción. Se logran así minimizar los costes de disrupción de la producción. Pero no hay comidas gratis. Hay costes contractuales añadidos. El fabricante de automóviles puede explotar a sus proveedores de componentes o piezas modificando las condiciones de compra de sus productos (rebajándoles el precio que paga por cada pieza) una vez que éstos han realizado las inversiones para construir su propia planta en ese lugar. Lo puede hacer porque el proveedor que quisiera rechazar tal modificación del contrato no podría destinar su planta a surtir a otro fabricante. Es el conocido problema de la apropiación de las cuasirrentas o de las inversiones específicas.

Pues bien, la fabricación in situ a través de la digitalización inversa, en los términos que usan los que estudian gestión empresarial, logra las eficiencias de la concentración espacial de todos los eslabones de la cadena de producción sin los costes contractuales descritos: permite hacer más robusta la cadena de suministro.

¿Puede barruntarse qué sectores serán pioneros en la utilización de la digitalización inversa para hacer que los proyectos de ingeniería viajen por las redes electrónicas y luego se construyan y se “entreguen” en el lugar en el que se consumirán los productos correspondientes? Para hacer predicciones sensatas al respecto, habría que pensar en dónde están las mayores oportunidades de ganancia. Esos serán los low hanging fruits. Suponiendo que hay una estrecha correlación entre oportunidades de ganancia y necesidades humanas, puede aprovecharse la pirámide de Maslow para hacer alguna predicción.

Por ejemplo, en el ámbito de la alimentación, podríamos pasar fácilmente de los robots de cocina a impresoras de 3D que fabriquen comidas a base de pastas alimenticias. En el ámbito de la salud, las impresoras de 3D (¿situadas en el portal de cada comunidad de propietarios o en máquinas de vending?) podrían fabricar medicamentos in situ a base de principios activos y excipientes al modo de la medicina tradicional china donde partiendo de un montón de elementos en la botica se prepara una receta específica para ti. Pero las aplicaciones en el ámbito de los productos de consumo son casi infinitas. Piénsese en la fabricación de perfumes personalizados o en la posibilidad de acabar con la tiranía de las tallas estandarizadas en los vestidos. En lugar de comprar el vestido, compro el uso por una sola vez de un patrón. Este tipo de contrato existe ya en el sector de la agricultura donde se pueden comprar semillas de tomate cherry que sólo se puede cultivar una vez.

En el sector de la educación puede especularse que una low hanging fruit para esta tecnología será la formación práctica en FP o en grados científicos y tecnológicos. Se trataría de enseñar habilidades técnicas a distancia en estudios que requieren de instrumentos que, normalmente, se encuentran solo en laboratorios. Mediante un electrodoméstico (digitalizador-personal), cada estudiante o grupo de estudiantes podría fabricarse los instrumentos necesarios. Otros ejemplos serían los de Teamlabs donde la base está en la formación a través de la práctica y la interacción entre diferentes culturas y formas de trabajar.

La tecnología genérica, aunque en fase emergente, ya existe y también existen los incentivos para que esa tecnología se desarrolle y evolucione adaptándose a cada sector y a cada tipo de producto, incluso a un sistema convergente de fabricación y distribución).

¿Cómo evolucionará este sector de bienes digitalizados? Solo se puede especular. Pero, por ejemplo, parece seguro que la psicología humana – de la que cada vez sabemos más gracias a los avances en las ciencias de la evolución – será decisiva. Así, si percibimos con mucha precisión los colores de la piel humana y distinguimos diferencias muy leves en la tonalidad pero los “fondos” de las imágenes nos pasan desapercibidos, será relevante en las tecnologías de mejora de vídeo en la TV que tiene en cuenta lo que tu mente procesa. O, en el sector de la alimentación, se trataría de reproducir lo más fielmente posible los sabores que el cuerpo humano procesa. Piénsese en Ajinomoto (“la esencia del gusto” en japonés), descubridor del glutamato monosódico y del umani. Kikunae Ikeda descubrió que la sal de este aminoácido tenía un sabor propio y distinto de los sabores o gustos básicos (dulce, amargo, ácido y salado). Si nuestro sentido del gusto no aprecia un sabor, no tiene ningún sentido desarrollar tecnología de alimentos que lo produzcan. Con Dolby pasa algo parecido respecto del sonido. Se trata, en definitiva, de mejorar la experiencia del consumidor, pero aquí, en sentido estricto porque son nuestras capacidades y limitaciones perceptivas las que dirigen la tecnología y la innovación.

La codificación del conocimiento humano

 

Alguien dijo que la tecnología es conocimiento situado fuera de nuestro cerebro. Un bolígrafo BIC nos hace más inteligentes, más capaces intelectualmente porque podemos “olvidar” toda la información que recojamos por escrito usándolo. Una vez fijado a través de la escritura, podremos recuperar ese conocimiento cuando lo necesitemos simplemente leyendo lo que escribimos. Como dijo Ridley, él era mucho menos inteligente y sabio que Adam Smith pero tenía una gran ventaja respecto de él: que podía leer los dos libros que Smith escribió en su vida. El software representa un avance extraordinario en la capacidad humana para codificar el conocimiento. Los libros han representado, históricamente, la forma de almacenar dicho conocimiento y no resulta sorprendente que los libros más vendidos en el siglo XIX en la que sería la primera potencia tecnológica e industrial del mundo – Alemania – fueran libros técnicos, esto es, libros que describían como teñir o como construir máquinas.

A falta de software, sin embargo, el conocimiento experto de un individuo era muy difícil de “escalar”. Lo que sabe un buen abogado de Derecho de Sociedades y de Derecho Procesal puede ayudar a su cliente a ganar un pleito o a organizar su compañía de forma más eficiente pero el cliente deberá pagar el alto coste que tiene la producción “artesanal”. Si ese abogado pudiera codificar su conocimiento en un programa de ordenador, podría distribuirlo entre un número potencialmente infinito de clientes que tengan necesidades en ese ámbito y hacerlo, naturalmente, a un coste marginal despreciable. En los términos de los expertos en gestión empresarial la digitalización inversa del conocimiento hecho software permite “imitar” a un experto y hacer escalable el conocimiento más valioso de cada empresa que tendrá, así incentivos para concentrarse en producir ese conocimiento utilizando técnicas de aprendizaje automático – machine learning -) adquiriendo, a bajo precio, todo el restante que necesite en ese mercado que crea la digitalización inversa. Se trata de un cambio en la lógica del negocio hacia una en la que el individuo experto comprueba la exactitud de la lógica que resulta del aprendizaje por parte de la máquina (modelos centauro de cuerpo electrónico y cabeza humana).

Esta transformación afecta radicalmente a la red de distribución. Para entenderlo baste recordar un fenómeno tan bien conocido como las condiciones generales de la contratación. La letra pequeña de los contratos. Su uso se generalizó en todos los sectores económicos hace ya un siglo porque permitían a las empresas “ahorrar” en conocimiento experto. En el caso de las condiciones generales, en el conocimiento jurídico acerca de las cláusulas que habían de incluirse en cada uno de los contratos que la empresa celebrase con sus clientes. Este conocimiento era especialmente valioso en el caso de las compañías de seguros porque, de lo que se dijese en las cláusulas de la póliza dependía si la compañía habría de indemnizar o no un determinado siniestro (exclusiones de riesgos, limitaciones de cuantía de daños que se indemnizan, franquicias, plazos para denunciar el siniestro, derecho nacional aplicable, juez competente…). Los empleados de la compañía de seguros que “venden” seguros no son juristas y sería un derroche insoportable que tuvieran que serlo. Pues bien, al “codificar” los aspectos jurídicos del contrato en las condiciones generales, las compañías de seguro pueden utilizar como comerciales a personal que carece de formación jurídica avanzada y que está especializado en su tarea central: vender seguros. Un sistema de conocimiento experto codificado en programas de ordenador “empodera” al empleado que trata con el cliente porque tiene a su disposición todo el conocimiento que ha producido el experto más sofisticado y puede trasladarlo al cliente a bajo coste. En el caso del seguro, el comercial podrá ofrecer a cada cliente el seguro más adaptado a sus necesidades. No porque tenga incentivos para eso la empresa, sino porque la competencia le obligará a hacerlo.

Un ejemplo de este tipo de evolución nos lo proporciona la colaboración entre Ascensión y Google , donde el conocimiento experto lo tiene la compañía de salud y Google pone el software. Otro ejemplo, sería el Dr. Fernandez-Vigo donde tenemos el conocimiento del mejor experto para diagnosticar de forma rápida enfermedades oculares en zonas remotas. En ambos casos se trata de complementar al experto en aquellos ámbitos de su saber dónde hay certidumbre respecto de lo que sabemos y de lo que no y, por tanto, – si se permite la broma – podemos prescindir del “factor humano”.

Conviene no banalizar la digitalización inversa. Dar una misa por YouTube no es digitalización inversa. Hacer que los feligreses participen sensorialmente en una misa sí lo es. Es fácil continuar con las bromas pero, en este ejemplo, esto significaría que el feligrés podría hacer una de las lecturas y “producir” la forma consagrada en su casa.

La epidemia de coronavirus que padecemos debería verse como una oportunidad en lo que a la digitalización inversa se refiere. Porque necesitamos eliminar el coste que para la producción y distribución de productos impone la distancia física entre el fabricante y el consumidor cuando la reducción de los contagios nos impone, precisamente, que mantengamos esa distancia. Cuanto más dure esta crisis, más posibilidades hay de que los cambios que introduzcamos en la vida social se vuelvan permanentes. Mayor valor tendrán las herramientas que consigamos fabricar para lidiar con la soledad y mayor valor tendrá el reconocimiento de nuestra ignorancia, de que vivimos en la sociedad del desconocimiento. Nueve mujeres no pueden tener un bebé en un mes. Son, como siempre, los costes de coordinación. Los costes de la acción colectiva. La gran capacidad de los humanos para coordinarse nos salvó de la extinción. Esperemos que nos lleve mucho más adelante.


Foto: Julián Lozano www.cuervajo.es