En esta entrada, Hanson explica su idea de un ‘dinero sagrado’ que, en síntesis, significa que podríamos crecer e innovar más de lo que lo hacemos – resolviendo mejor los problemas de los humanos y permitiendo el florecimiento de la humanidad – si aplicáramos las reglas del capitalismo a muchos ámbitos de la vida social de los que está excluido.

Lo está a menudo, por buenas razones.

Básicamente porque el capitalismo va de cooperación entre los humanos. Los mercados – y las corporaciones capitalistas y todo el entramado institucional generado por el capitalismo – son mecanismos para facilitar la cooperación entre los humanos y los precios generados por los mercados y, a su vez, potenciadores de los intercambios en que consisten los mercados, son el instrumento más potente para descubrir quién puede producir cada bien o servicio al menor coste con lo que se maximiza el volumen de producción y el bienestar de los consumidores. O no. Porque el mercado maximiza la producción de pan, pero también la producción de veneno si los consumidores demandan veneno. J. S. Mill bramó contra el gobierno chino que impedía a sus súbditos drogarse hasta la inconsciencia con el opio que la Compañía de las Indias Orientales se empeñaba en ofrecerles. ¿Cómo podía oponerse el emperador chino al capitalismo y limitar la libertad de sus ciudadanos de acceder a un ‘bien’ que deseaban consumir? Y es que, a menudo, no queremos maximizar el consumo – y, por tanto, la producción – de determinados ‘bienes’ o servicios. Porque la psicología humana es la que la evolución ha implantado en nuestros cerebros para mejor sobrevivir en un entorno “no capitalista”, desde luego. Por no hablar de las cosas que hablan los economistas desde hace siglos tales como externalidades.

La segunda razón (Polanyi – Milanovic) es que coordinar la conducta de los humanos en relaciones cooperativas a través de precios – mercado – tiene costes de oportunidad: sustituye a otros mecanismos menos eficientes de articular la cooperación entre los seres humanos. Menos eficientes en abstracto pero, quizá, preferibles en concreto por estar mejor adaptados a la psicología humana. Lo que puede traducirse en que ese grupo humano tenga un nivel de bienestar inferior a otro más rico pero más desgraciado (con mayor nivel de suicidios, menor longevidad saludable, más violencia etc).

La extraordinaria habilidad de los grupos humanos para cooperar entre sus miembros ha permitido, contra lo que quizá piensa Hanson, utilizar las mismas herramientas del capitalismo (mercados y corporaciones) para ‘ajustar’ los incentivos de los individuos de modo que se evite la ‘repugnancia de los intercambios” en los que interviene dinero, esto es, en los que hay precios, sin renunciar a los beneficios de intercambiar. Los juristas utilizamos el ‘ánimo de lucro’ en sus dos vertientes, objetivo (ganar dinero desarrollando una actividad) y subjetivo (repartir lo ganado entre los que producen los bienes o servicios) para ‘gestionar’ la repugnancia de los intercambios. A veces prohibimos los intercambios absolutamente (trata de personas), pero son los casos más raros. Lo normal es que sustituyamos la compraventa como forma típica de intercambiar por algún otro tipo de contrato, básicamente, por algún tipo de forma societaria. Por ejemplo, para aumentar la oferta de riñones para transplante (Alvin Roth), podemos formar una sociedad (mutua) entre los que necesitan un riñón exigiendo a cada uno de ellos que “aporten” un donante con el que están relacionados (parientes). Al formar esta sociedad, los demandantes de un riñón ven aumentada la probabilidad de que un donante compatible con ellos ‘aparezca’ porque en esa sociedad-mutua se han concentrado los donantes de la zona, la región o el país. La existencia de estas sociedades-mutuas informa a otros demandantes de riñón y les induce a buscar un donante que puedan aportar. No hay intercambio monetario y, al tratarse de parientes, podemos presumir el altruismo de los donantes.

Las variaciones jurídicas – la imaginación jurídica – que son desplegables en un entorno de mercado donde existen corporaciones son infinitas. Por ejemplo, en otro ámbito ‘sagrado’ como la gestación subrogada, podemos hacer que el contrato entre comitentes y gestante sea vinculante sólo para los padres-comitentes y no lo sea para la madre-gestante. De esa forma, nos aseguramos razonablemente que no hay explotación de la gestante pero no dejamos de obtener los beneficios sociales de esta forma de traer niños al mundo (que son más altos que lo que muchos progresistas quieren reconocer. Basta comparar este proceso con los procesos de adopción).

En otros casos, basta con que excluyamos el ánimo de lucro subjetivo pero no el objetivo. Esto lo explicó perfectamente Hansmann en 1980: es preferible que las residencias de ancianos estén en manos de organizaciones sin ánimo de lucro subjetivo, es decir, en manos de alguien que cobre por los servicios que presta y que ese precio cubra los costes y proporcione un margen de rentabilidad pero que no pueda repartir esos beneficios entre los miembros de la organización que aportaron los bienes que formaron el patrimonio que se explota cuidando ancianos. De esa forma, los prestadores del servicio no tienen incentivos tan poderosos para minimizar los costes y nos aseguramos de que el nivel de calidad del servicio – que no podemos controlar fácilmente los que no vivimos en la residencia – es mayor.

Y es que el capitalismo no es el único ‘juego en la ciudad’ de la cooperación humana.

Lo que ha llamado más mi atención de la entrada de Hanson es cómo comienza su entrada

«El capitalismo es el motor de nuestro mundo; más que cualquier otra cosa, es lo que nos ha hecho ricos en los últimos siglos. No es sólo que seamos libres de intercambiar cosas a precios de mercado. Es que, además, tenemos grupos de individuos que se organizan para formar equipos que apuestan grandes cantidades de capital en empresas arriesgadas que intentan producir cambios trascendentales en los métodos de producción y distribución de los bienes y servicios. Y los humanos más ambiciosos y capaces se sienten llamados a formar parte de tales equipos con la esperanza de hacerse multimillonarios»

En ese párrafo, Hanson no hace referencia sólo a los precios y a los mercados donde se intercambian bienes por precio. Hace referencia también a las corporaciones. Él lo llama “formación de equipos”. Por eso la sociedad anónima es la innovación no tecnológica más importante de la historia de la humanidad: porque permitió la acumulación de capital en volúmenes tales que hicieron posible que los humanos desarrollaran actividades productivas de enorme envergadura. Lo que no dice Hanson es que sólo a partir del siglo XVII, sólo en Europa Occidental y sólo de forma generalizada en los siglos XIX – ferrocarriles, banca, seguros – y XX – la industria en general empezando por los EEUU -, lograron los humanos coordinarse en grandes números y de forma voluntaria para emprender, en común, actividades productivas a gran escala. Hasta – prácticamente – la Edad Contemporánea, la coordinación a gran escala tenía por objeto la guerra contra otros grupos humanos o se llevaba a cabo con una intensa intervención del poder político (todas las corporaciones pre-contemporáneas eran políticas – ciudades – o religiosas).

Libertad para intercambiar y formación de equipos que producen en común a gran escala. Esta es la “combinación mágica” que ha hecho posible el nivel de riqueza y de innovación desplegado por la Humanidad. Si, como decía Adam Smith, lo del intercambio lo llevamos en los genes, lo de la coordinación a gran escala para realizar actividades productivas nos ha costado casi más que la revolución agrícola.

Leer más:

Jesús Alfaro, Gestionar la repugnancia de los intercambios, Almacén de Derecho, 2017

Jesús Alfaro, El interés social: una historia natural de la empresa, Revista de Economía Industrial, 2015

Jesús Alfaro, La persona jurídica, 2023.


Foto: Marta Borreguero