Por Jesús Alfaro Águila-Real

A propósito de Gasiorowska, Chaplin, Zaleskiewicz, Wygrab and Vohs, Money Cues Increase Agency and Decrease Prosociality Among Children: Early Signs of Market-Mode Behaviors Psychological Science 2016

 

Money priming brings to mind an exchange mentality, in which people consider what they are giving up for what they will get in return

Kathleen D. Vohs

Introducción

En otras entradas he dicho que las dos formas básicas de la cooperación entre los humanos son la producción en común y los intercambios en el mercado. Los autores de este trabajo lo expresan de una manera distinta:

“los individuos pueden satisfacer sus necesidades de dos formas: mediante lazos comunitarios o haciendo tratos con otros en un mercado”

y los individuos adoptan diferentes estrategias en uno y otro caso, entendiendo por estrategias comportamientos, roles o actitudes mentales y motivaciones. También he explicado que, cuando se trata de producir en común, las reglas morales son imprescindibles y es probable que las que se consideran universales (la golden rule) se hayan impreso en la mente humana precisamente sobre la base de la cooperación para incrementar la producción de los bienes que un grupo humano necesitaba para sobrevivir mientras que, en las relaciones de mercado, los individuos pueden dar rienda suelta a sus intereses siempre que se abstengan de usar el engaño y la violencia. Los autores explican que, como también he contado, las relaciones de intercambio no se producen en el seno de grupos sino con extraños. Refinando estas afirmaciones, diría que la producción en común se sostiene en normas mientras que los intercambios se sostienen en los precios. 

Lo maravilloso de los intercambios de mercado es que aumentan la riqueza de los grupos que se enzarzan en el comercio estrepitosamente en comparación con las limitadas ganancias – más allá de la subsistencia – que permite la producción en grupo. El genio humano logró, no hace muchos siglos, combinar ambos mecanismos de cooperación. Lo hizo con la creación de las empresas (en el sentido más amplio del término). Grupos de individuos se coordinan para producir bienes o servicios especializadamente y dividiéndose las tareas entre ellos y comercian con esos bienes o servicios en el mercado, obteniendo a cambio los bienes o servicios que otros grupos de individuos, también especializadamente y dividiéndose las tareas entre ellos, han producido. Cuando Coase o Alchian y Demsetz “crearon” la nueva teoría de la empresa más allá de la concepción neoclásica como unidad de producción, hicieron algo revolucionario: explicar que la producción en grupo y los mercados se expanden y se mezclan – se seleccionan – reasignándose continuamente las tareas. Cuando se crean mercados – lugares de intercambio – y precios, la producción en grupo se sustituye por el intercambio pero la producción de nuevos bienes y servicios requiere del grupo. Y viceversa, cuando los mercados se degradan o se interrumpen los intercambios, los grupos vuelven a producir en su seno los bienes o servicios correspondientes.

 

Excursus sobre el contrato de trabajo

Aunque no queremos ocuparnos ahora de esta cuestión, es necesario repensar el contrato de trabajo en estos términos. La tradición marxista ha conducido a aceptar que el contrato de trabajo es un contrato de intercambio como cualquier otro sinalagmático (una compraventa de una partida de vino). Así lo analizan los economistas y los juristas (“la fuerza de trabajo” es el objeto del contrato y el salario la contraprestación, según los laboralistas). Esta visión es, a mi juicio, incorrecta y ha llevado a los economistas a un mundo en el que se compara la relación laboral con la relación entre un proveedor y su cliente o entre un comprador y un vendedor. Y el contrato de trabajo tiene mucho más que ver con el contrato de sociedad que con esos contratos. Al fin y al cabo, es la única relación jurídica entre el titular residual de una empresa – la persona jurídica empresario – y un stakeholder que se despliega y ejecuta en el seno de la empresa. Las consecuencias para el Derecho son muy relevantes: la relación laboral debe dejar de verse como una relación conflictiva y pasar a analizarse como se analiza el contenido y el cumplimiento de los contratos de sociedad. Pero dejemos esto para otra ocasión.

 

El estudio

En su trabajo, los autores nos muestran cómo es relevante el “modo” en el que los individuos realizan actividades económicas. Si están en “modo” producción en común, no se comportan de la misma forma que si están en “modo” intercambio de mercado. La presencia de dinero en la transacción económica hace muy claramente perceptible que estamos en “modo” intercambio de mercado. Y la actitud, los sentimientos, los pensamientos y la conducta de la gente, cambia. Recuerden el experimento de las multas por llegar tarde a la guardería que analizaba en estos términos o la entrada sobre el efecto «sobrejustificación«. No todo es malo, es decir, el dinero no suscita o sugiere necesariamente conductas o pensamientos antisociales. Nos dicen los autores que, cuando hay dinero por medio, la gente se motiva más y mejora su performance y, entre los niños, aumenta su perseverancia y, sobre todo, aumenta su capacidad para retrasar la recompensa, lo que es muy relevante para educar adultos felices y coincide con los estudios que indican que esa capacidad es mayor en las sociedades modernas que en las primitivas.

 

Los niños y el dinero

Lo interesante del paper que comentamos es que, hasta ahora, los experimentos para comprobar los efectos de la presencia de dinero en las relaciones humanas se habían realizado con adultos. Y los autores llevan a cabo uno con niños. Hasta los 7 años, los niños no son capaces de identificar y asignar valor a los billetes y monedas, pero desde los 3 años entienden que el dinero es un “bien” distinto de los demás y que sirve para comprar cosas. Y parece que también comprenden que, cuando hay dinero por medio, estamos en una relación de mercado y las actitudes y conductas son diferentes, es decir, “se forman expectativas respecto de qué conductas son apropiadas” en ese contexto. Los autores resumen los trabajos previos diciendo que

“los niños interpretan el grado de esfuerzo desplegado por alguien como indicativo de su motivación para alcanzar un determinado resultado… también, los niños de incluso tres años de edad comprenden la idea de proporción y asignan los recursos de acuerdo con dicha proporción… Tomadas en conjunto, estas capacidades podrían ser los bloques sociales-cognitivos que permitirían construir una mentalidad de <<modo-mercado>>”.

Porque lo que ya sabemos es que los niños cooperan para ayudar a otros desde – casi – venir al mundo. Esta conducta prosocial se debe a que los niños captan enseguida la similitud con otros y comprenden la interdependencia y la intercambiabilidad de los roles de los que participan en una actividad común. Pero, en el caso de las transacciones de mercado, los roles de las partes son, precisamente, diferentes. El vendedor no puede cambiar su posición con el comprador.

De modo que los autores trataron de comprobar si la presencia (o indicios de) dinero refuerzan el modo-mercado en las conductas de los niños y debilitan el modo-comunitario. En experimentos previos realizados en los EE.UU – el país más capitalista del mundo – “cuanto más tiempo habían utilizado dinero los niños, menos dispuestos a ayudar y con menos generosidad se comportaban a la vez que obtenían más recompensas”. Los autores utilizaron niños polacos, un pais ex-comunista y, por tanto, donde el “ambiente” debería ser diferente al de los EE.UU.

 

Los resultados

confirmaron que, cuando se primaba a los niños con dinero, el nivel de esfuerzo y persistencia aumentaban (la tarea era completar un rompecabezas primero y uno imposible de resolver, después – para comprobar la tenacidad) y aceptaban, de peor grado, la ayuda de adultos no solicitada y ayudaban espontáneamente en menor grado (ofrecer y aceptar la ayuda de otros es propio del modo-comunitario o de producción en común), es decir, los niños se volvían menos generosos y se apropiaban de más bienes “gratis” (recuérdese, en las relaciones de mercado, no “hacen falta” reglas porque hay precios). Estos resultados coinciden, en lo fundamental, con los disponibles en experimentos con adultos. Parecería que, cuando estamos en «modo de mercado» sabemos que estamos «cada uno para sí mismo» y que no podemos esperar de la contraparte comportamientos morales, de manera que nuestra mente trae a primera línea al homo oeconomicus y deja al homo sodalis en la retaguardia.

 

La conclusión

es que estas actitudes de los individuos no son producto de la educación o del entorno, sino que son universales tanto geográficamente como en relación con la edad de los sujetos lo que añade un argumento más a favor del origen evolutivo de las reglas morales y de los modos de cooperación entre los humanos. Los individuos – nos dicen los autores – adaptan su comportamiento al que esperan de los demás (¿mind reading o focal point?) y se mueven guiados por las señales al respecto que les proporciona el entorno y la conducta de éstos.

“¿Por qué las señales de modo-mercado impiden las conductas comunitarias? Los diferentes modos mentales tienen diferentes costes y beneficios. Entre los costes, se incluye el tipo de operaciones mentales necesarias mientras que entre los beneficios se incluye el grado en el que las interacciones sociales se coordinan más o menos estrechamente. Los modos de mercado y comunitario son los dos extremos de un continuum. El modo comunitario requiere escaso proceso mental y no permite un grado elevado de organización social. El modo de mercado depende de muchas más operaciones cognitivas y, a cambio, permite que los individuos se comporten de forma más coherente. Podría especularse con la idea de que cambiar de un modo a otro no es fácil, de forma que una vez que se ha adoptado el modo de mercado, las operaciones cognitivas de cálculo que este modo requiere no es fácil que se abandonen por el sujeto”.

En definitiva, que como dice S. Pinker, “The logic of the market remains cognitively unnatural”