“…Credo che questo avvenga dalle crudeltà male usate o bene usate. Bene usate si possono chiamare quelle, se del male è lecito dire bene, che si fanno una sol volta per necessità dell’assicurarsi, e dipoi non vi s’insiste dentro, ma si convertiscono in più utilità de’ sudditi che si può. Le male usate sono quelle, quali ancora che da principio siano poche, crescono piuttosto col tempo che le si spenghino…”

Il Principe, C. VIII

 

Por Hugo A. Acciarri

Se atribuye a Maquiavelo haber aconsejado al Príncipe, cuando fuese necesario emplear la crueldad, hacer el mal de una sola vez y rápidamente. Intentemos quitar todo valor moral a este consejo e interpretarlo sólo como una directiva técnica. Si lo fuera, podríamos entender que asume que el mal, cuando se inflige rápidamente, será menos recordado por las victimas y por lo tanto, generará menos rechazo futuro de parte los súbditos hacia el gobernante, lo cual tendería a favorecer su gestión. La idea de que acotar la duración del sufrimiento lo hace más tolerable subyace en muchas situaciones cotidianas. Una muy visible -nos recuerda Dan Ariely hablando de su propia experiencia- se da cuando se retiran vendas adheridas a las heridas o se arranca de un tirón una espina, o un pelo corporal.

El sistema jurídico muchas veces determina que se inflija sufrimiento a alguna persona. A veces ese sufrimiento es instrumental a otros fines, como ocurre con las sanciones, ya sean penas del derecho penal, sanciones administrativas o indemnizaciones. Pero otras, se trata apenas del efecto inevitable de optar una de muchas posibilidades incompatibles. Aunque ambos padres de un niño sean buenas personas, si ambos viven en países diferentes, es probable que no pueda lograrse idéntica posibilidad de convivencia para cada uno y que uno sufra más que otro. Más libertades para unos, muchas veces son más sufrimiento para otros. Cuando se requiere culpabilidad como condición del pago de una indemnización, por ejemplo, eso implica que las víctimas deberán cargar con el daño que sufran de parte de personas que no fueron negligentes, aunque ellas tampoco lo hayan sido. El sufrimiento, en definitiva, es un tema central en el derecho y la directiva sencilla de Maquiavelo pareciera dar una guía para aplicarlo del mejor modo.

Pero las investigaciones más recientes de la psicología conductual parecen poner en duda esta conclusión. Supongamos que pudiéramos pensar en una cantidad total de dolor experimentado. Si hubiera una intensidad de dolor fija, por unidad de tiempo (y excluido cualquier efecto acostumbramiento), parece razonable pensar que más tiempo sufriendo puede entenderse como una mayor cantidad de dolor total. Pero ¿qué pasa cuando dicha cantidad de dolor, entendida en esos términos, es menor, pero hay un “pico” de dolor superior a la media? ¿Y qué influencia tiene el último momento del proceso?

Las respuestas de esas investigaciones son sorprendentes. Para explicarlo de un modo sencillo se suele recurrir a la metáfora de un yo que experimenta el dolor y un yo que recuerda. El primero, efectivamente, sería más sensible al dolor total, mientras que el segundo se vería más afectado por los “picos” de dolor que recuerde y por la intensidad del dolor en el último momento. Una duración algo menor no mejoraría el recuerdo de la experiencia, ni una duración mayor, lo empeoraría.

Es este “yo que recuerda” quien tomaría nuestras decisiones futuras. Luego, a la luz de estos resultados, podría sostenerse que Maquiavelo estaba equivocado: que si el objetivo es que los súbditos recuerden del mejor modo las crueldades del príncipe (es decir, las olviden lo más que sea posible), no debería haber puesto tanto énfasis en la duración del sufrimiento, sino en esos picos y en la intensidad de la última fase del proceso.

Una defensa de Maquiavelo podría adoptar varias estrategias diferentes. Por un lado podríamos sostener que no se trata sólo del recuerdo del sufrimiento, sino de la efectividad de la acción que produce sufrimiento para lograr sus objetivos. Mantener encarcelados en las mejores condiciones posibles, a sus opositores, podría producir en ellos y en sus seres queridos un sufrimiento menos intenso y más prolongado que asesinarlos. Pero quizás –podría haber pensado Maquiavelo- aquel expediente es menos efectivo que el restante, para neutralizarlos. Y mucho más costoso.

Una línea diferente podría poner énfasis en el control de quien hace el mal, más que en la reacción de quien lo recibe. Un episodio único y rápido de crueldad –podría haber razonado Maquiavelo- es más controlable que un proceso sucesivo de crueldades. Del mismo modo en que mucha gente arroja basura en un lugar donde otros ya lo hicieron (aunque esté prohibido) pero no se atreve a iniciar ese proceso si nadie lo precedió, es más sencillo incurrir, incontroladamente, en crueldades mayores, después de que se comenzó con esta clase de actos y se persistió reiteradamente en esa conducta. “Una mancha más al tigre” sería la rudimentaria expresión de lo que la psicología conductual denomina “efecto ventana rota” y que describe estos comportamientos. Podría Maquiavelo haber pensado, no por moralista, sino en cuanto técnico, que sufrir el mal de parte del gobernante siempre inspira malas respuestas de sus súbditos y también, como la ciencia vigente, que esa respuesta es función del recuerdo del mal, más que de la experiencia del mal. Pero que la cantidad y modalidad de la crueldad del gobernante será función, también, de su control sobre sus acciones. Si inadvertidamente ingresa en un proceso que sume manchas al tigre, ese proceso puede extenderse tanto en el tiempo, como para que el peso de esa duración exceda el peso de los picos de ese proceso, en la memoria de sus súbditos. No se trata de que la duración sea enteramente irrelevante (un segundo o diez años de un dolor de la misma intensidad), sino del peso relativo del tiempo (inferior) y los picos de intensidad (mayor). Y además, las manchas sucesivas pueden ser cada vez mayores. Tanto como para que, además de la extensión temporal del sufrimiento, imponga también picos de sufrimiento crecientes, sólo por la pérdida de control del gobernante sobre sus propias acciones.

La combinación de ambos argumentos -podría explicar Maquiavelo-, llevaría al Príncipe (y probablemente también, al menos en el corto plazo, a sus súbditos) al peor de los mundos posibles. Así como una droga suministrada en una dosis insuficiente durante mucho tiempo, puede ser ineficaz para curar una enfermedad, pero puede generar efectos colaterales negativos, así la crueldad insuficiente podría ser ineficaz para sus objetivos, y adicionalmente, sumamente costosa. Pero además, romper la ventana e ingresar a un camino de prolongado de crueldades, podría hacer perder el control del suministro de esa crueldad, e imponer un sufrimiento más intenso (“…ancora che da principio siano poche, crescono piuttosto col tempo che le si spenghino…” Il Principe, C. VIII) y como tal, imprimir un recuerdo más negativo y duradero en sus súbditos.

Probablemente Maquiavelo intuyera las mismas propiedades de la naturaleza humana que hoy redescubre la psicología experimental. Quizás, la expresión de sus ideas sea más literaria y menos precisa, que la prosa raramente atractiva de los trabajos científicos, pero no se contradiga frontalmente con las ideas más modernas. Quizás no haya estado tan equivocado. Pero difícilmente sea correcto dar a sus ideas (o a las de cualquiera) la categoría de sabiduría última e insuperable. La Ciencia, en este, como en todos los campos es un proceso generalmente gris y colectivo, y escasamente una creación personal y extraordinaria. Algunas pocas grandes figuras, y muchos anónimos juristas, economistas, científicos sociales o psicólogos conductuales, suben todos los días a los hombros de aquellos que subieron a los hombros de Maquiavelo. Sólo algunas veces esos actos de acrobacia se difunden fuera de su ambiente monótono y reducido, y más escasamente aún, se concretan en cambios tecnológicos o institucionales que mejoran claramente la vida de las personas. Pero quizás vale la pena intentarlo.


 

Una conversación con el Decano del Departamento de Derecho de la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca y profesor de filosofía del derecho y ciencia política, Andrés Bouzat, sirvió de disparador para estas estas líneas.

La imagen es de ABC