Por Francisco González-Castilla

Los profesionales del Derecho asistimos a numerosas conferencias cada año. Si trabajas además en el ámbito universitario los encuentros, congresos y seminarios se multiplican. Son decenas, cientos de horas en las que ponemos nuestro tiempo y atención en las manos del orador, frecuentemente un profesor admirado, un colega reconocido, un profesional del que esperamos, nada más y nada menos, que nos cambie la vida: que nos aporte una nueva perspectiva en el tratamiento jurídico de la realidad social, que nos desvele ese problema en el que no habíamos reparado, que nos explique no lo que le contaron, sino lo que averiguó.

Sin embargo, en más ocasiones de las que queremos reconocer, esa conferencia del compañero merecidamente admirado y reconocido nos deja la sensación agridulce de lo que pudo haber sido. Pudo haber sido más clara, pudo haber sido más interesante, pudo haber sido más memorable. Y pudo haber sido porque la capacidad, conocimiento y análisis de la realidad jurídica se hallaban en el estrado, pero la presentación hizo todo lo posible por ocultarlo. Esos elementos que erróneamente se estiman accesorios –las diapositivas, la expresión física y oral, el cálculo de los tiempos– se encargaron de que la audiencia se desconectara irremediablemente del discurso, y el esfuerzo del ponente consiguió un pírrico resultado: apenas unas horas después la memoria de lo dicho se desvanece, porque cuando la presentación es deficiente no sólo el mensaje llega con dificultad, sino que se olvida pronto.

¿Estamos ante un mal inevitable de las conferencias jurídicas (si se puede hablar de tal género)? ¿Cómo romper ese tópico que parece identificar la profundidad con el aburrimiento? Y, sobre todo, ¿dónde podemos invertir ese 20% que nos proporcione el 80% paretiano de ganancia en la transmisión del mensaje?

Jesús Alfaro me anima a contribuir a este necesario debate sobre la muerte por el power point jurídico. Evidentemente, querido lector, no se trata de lapidar a nada ni nadie: quien esté libre de pecado, que arroje la primera diapositiva. Sin embargo estoy convencido de que debemos romper con ciertos vicios que parecen asumirse como ley de la transmisión oral del conocimiento jurídico, y con esa intención quiero compartir tres breves reflexiones sobre esa actividad que ocupa buena parte de nuestros esfuerzos como profesionales del Derecho: «dar conferencias».

Tu conferencia no es un examen oral sobre lo que sabes

Cuando nos invitan a participar en un Congreso (ese reconocimiento envenenado de nuestro ego) tenemos la sensación de que nos han puesto un examen que tenemos que aprobar.

Esa perspectiva hace que pongamos el foco en nosotros y en lo que vamos a decir, no en quien nos va a escuchar. Y ése es un tremendo error de partida, porque en una presentación la audiencia es lo único relevante: no estás en la sala por quién eres o por lo que sabes, estás en la sala por ellos.

Como el objetivo no es demostrar que te sabes el examen, tu primer paso debe ser clarificar qué quieres que se lleve la audiencia tras escucharte. Abrumar con datos o jurisprudencia, embutir en los veinte minutos que te han dado un análisis detallado del Derecho comparado o de la evolución histórica de esa institución suelen ser malas decisiones (salvo que el objeto de tu ponencia sea precisamente histórico o de derecho comparado). Piensa que sólo tienes tiempo para tres ideas: primero escógelas a conciencia y después sé coherente con tu decisión (por ejemplo, no estaría mal desechar esa introducción de cinco folios que has preparado).

Además hay que ser conscientes de que hoy en día tu audiencia ya lleva consigo el Derecho positivo (probablemente en ese móvil al que presta tanta atención), así que también es mala idea hacer una lectura artículo por artículo de la penúltima norma sobre el tema. Las conferencias expositivas de la regulación no tienen cabida en la era de internet y veinte minutos son demasiado cortos: mejor cuenta la situación que has estudiado, los personajes del drama, cuál es el problema que se presenta, y donde podrían estar las soluciones.

Por cierto, si no vas a pasar un examen, y tu audiencia es lo importante, resulta imperdonable no informarse de la composición del aforo y de todo lo relativo al entorno de la presentación: ¿son mayoritariamente profesores, jueces, abogados, estudiantes? ¿qué otros temas se van a abordar? ¿hablarás el primero de la mañana o serás la séptima ponencia del día? ¿qué capacidad tiene la sala? ¿está muy iluminada? ¿Cuál es la resolución del proyector y especialmente el tamaño de la pantalla? ¿hay mando a distancia o tendrás que estar cerca del teclado? ¿hay toma de vídeo disponible para conectar mi propio portátil? Es muy indicativo del estado de las cosas que siempre que hago estas preguntas el organizador se sorprende y me da cuatro datos vagos o me pone en manos del «informático». Si, seguro que son cosas accesorias, pero dejarán de serlo cuando te encuentres con que la pantalla es pequeña y recibe luz directa, por lo que nadie en la sala lee esas diapositivas que has preparado en tipografía de 14 puntos; o con que tu ordenador sólo tiene salida VGA y el proyector portátil que te han preparado solo admite entrada HDMI.

Un power point no es un documento

Una vez definidas esas tres ideas que quieres transmitir –escogidas pensando en el público al que te vas a dirigir–, pasamos a preparar la exposición. Y aquí el error principal es pensar que los programas de presentaciones sirven para crear documentos.

Esta confusión tiene muchos padres. Desde los diseñadores que han pergeñado esas plantillas llenas de bullet-points, a los organizadores del evento que te piden la presentación para repartirla al público asistente como si fuera el texto de la conferencia. La consecuencia es que la mayor parte de los ponentes redactan la diapositiva-chuleta más con la intención de que durante la ponencia no se le olvide nada, que con la idea de hacer llegar su mensaje de la manera más clara y memorable para el público.

Este estado de cosas determina que nos hayamos malacostumbrado a conferencias sustentadas en diapositivas llenas de texto (apenas legible desde la tercera fila de la sala) que el conferenciante se dedica a leer con dedicación ante un público que está entretenido en otras cosas.

Un error extendido es pensar que la reiteración del mensaje (leído, escuchado) fortalece su captación. Sin embargo –y no voy a levantarte ahora a buscar los estudios psicológicos que demuestran esta tesis­– con el apoyo del texto no refuerzas el mensaje sino que lo divides: exiges a la audiencia que elija entre leer la diapositiva o prestarte atención. Y te anticipo que no tienes nada que hacer ante el poder de la imagen: si divides la atención el público se dedicará a leer esas detalladas dispositivas y harán caso omiso de tu discurso. Sobre todo teniendo en cuenta que leen más rápido de lo que tú hablas.

¿Y qué es entonces el power point que estás preparando?: es un apoyo visual (e incluso, multimedia) a tu discurso, pero no debe ser el discurso. Las diapositivas solo deben tener un objetivo: subrayar tu conferencia y hacer memorables sus ideas esenciales.

Para conseguirlo me atrevo a darte dos reglas de partida:

La primera, apaga el ordenador y empieza a pensar tus diapositivas con lápiz y papel. El software te llevará a perder tiempo en plantillas, efectos, tipografías y además te empujará a escribir. Ante el papel te obligas a centrarte en la conferencia como un todo, a marcar sus ideas esenciales, a escoger la historia que vas a contar y las imágenes/texto que mejor podrían servirte.

La segunda. Ponte trabas. Limita el número de diapositivas que vas a utilizar para que tu creatividad despierte. Por ejemplo, no utilices más de 10 diapositivas, y nunca un tamaño de letra menor de 30 puntos. Estos márgenes estrechos impedirán que vuelvas a desconectar a tu audiencia con dispositivas-documento interminables, y te harán sacar la esencia de tu mensaje.

De forma exagerada te diría que la prueba del algodón de tu presentación es la siguiente: si un lector ajeno a tu conferencia puede entender el mensaje de tus diapositivas sin que estés presente es que están mal hechas. Lo que has preparado es un documento, un artículo escrito, pero no una presentación.

Déjalos con ganas de más

Digámoslo claro: nadie se ha quejado porque una conferencia sea demasiado corta. Así que lo peor que te puede pasar si terminas cinco minutos antes de tu tiempo es que tus compañeros de mesa y el público te lo agradezcan. De hecho, siempre es mejor dejar al auditorio con ganas de más.

Sin embargo, como uno de los miedos del conferenciante es el horror al vacío, si dispones de 20 minutos prepararás 40 por si acaso. Como se necesitan aproximadamente 3 minutos para exponer oralmente lo escrito en un folio, si te has preparado 20 páginas, considerarás equivocadamente que tienes un colchón de seguridad de 40 minutos, pero lo que tienes en realidad es un problema:

  1. porque irás más rápido para «decir más cosas» y, evidentemente, será más difícil seguirte (de nuevo el error de partida de pensar que lo importante es lo que dices y no lo que queda en las cabezas de tu aforo).
  2.  porque modificarás tu discurso sobre la marcha para adecuarlo al tiempo disponible por lo que tendrás lagunas en la argumentación, además de dar la impresión de descuido e improvisación.
  3. porque si utilizas el apoyo de diapositivas, pasarás rápidamente sobre algunas de ellas sin analizarlas, mientras la mitad del público intenta leerlas y la otra mitad se pregunta para qué las incluiste si no eran importantes (como ves, no queda nadie atendiéndote a ti).

Insisto: escoge tres ideas y comunícalas de la forma más concisa y memorable posible. Excederte del tiempo que te han concedido es una descortesía que nadie te va a agradecer.

Finalmente, me atrevo a darte algunos consejos sobre cómo ejecutar tu exposición en esos 20 minutos (que se han reducido a 15 porque las ponencias han ido acumulando retraso): 

Plantea desde el principio el camino que va a seguir tu intervención

Nada más empezar. Nada de introducciones, agradecimientos interminables, excursus o preliminares: tienes dos minutos para captar la atención del aforo.

Ese camino, salvo excepciones, tiene tres partes: cuál era la situación, cuál es el problema, cuál es la solución (aprovecha la querencia de nuestro cerebro por los grupos de tres).

Evidentemente en Derecho la palabra «solución» tiene un contenido muy relativo y provisional. Pero de lo que se trata es de poner en antecedentes a la audiencia del ámbito que vamos a abordar (el sector del ordenamiento, los operadores que intervienen, o el propósito que persigue el legislador) y del problema que justifica que estemos en la sala (qué defectos existen en la regulación, qué aspectos están faltos de solución legislativa, qué nuevo problema social, económico se encuentra sin solución) y caminar en la solución/explicación/aclaración de ese problema.

Hay una regla no escrita que parece obligar a que nuestras conferencias deban impartirse sentados, parapetados detrás de una mesa y en lo alto del estrado, no para que nos vean bien, sino para protegernos mejor. Este punto de partida aleja al auditorio de tu mensaje y hace que tengas una barrera más que superar, ¿has visto alguna vez una presentación en TEDtalks donde el ponente esté sentado? Y no tiene nada que ver con que el contenido sea divulgativo o más profundo y científico. En una conferencia el auditorio tiene que empatizar y estar próximo al mensaje, así que en la medida de lo posible da la conferencia de pie, mirando a tu audiencia, con entrega en lo que dices y cuidando tu lenguaje corporal.

Para conseguir este objetivo, ensaya. Hacen falta muchas horas de trabajo para dar una buena conferencia improvisada. Recuerda que hay que recuperar la atención del auditorio cada 15 minutos con alguna variante (una pregunta a resolver por la sala, un ejemplo, una anécdota pertinente). Y sobre todo no permitas que tu ponencia termine abruptamente al consumir el tiempo disponible: prepara el final a conciencia, reserva un tiempo para las preguntas del público e incluso deja unos minutos para el siguiente ponente. Dejaste atrás los síntomas de aburrimiento y fatiga debidas a la sobrecarga de información. Resucitaste a la sala de la muerte por el power point jurídico.

Further reading

El lector que quiera profundizar en estas ideas encontrará abundante información en la web. A mi me abrió los ojos Garr Reynolds, cuyo blog Presentation Zen es una de las referencias en este campo. En español, pueden consultarse, por ejemplo, Presentaciones artesanas, con el trabajo de Alberto de Vega y Eduardo S. de la Fuente. Otro de los pioneros en la materia es Gonzalo Álvarez. A su libro El arte de presentar, ha seguido una intensa actividad comercial en su web, lo que demuestra el nicho de mercado que hay detrás de este problema. Y, en fin, las entradas de García Amado en su blog tituladas “Vademecum del buen conferenciante