Por Jesús Alfaro Águila-Real

Introducción: ¿qué características tienen las empresas de la llamada economía colaborativa?

 

En varias ocasiones me he ocupado de Uber en el blog y en el Almacén de Derecho. Este tipo de empresas puede ser analizado con provecho desde el Derecho de Sociedades y la teoría de las organizaciones o de la empresa. ¿Quien es el titular residual de la “empresa” que es Uber? ¿Y de AirBnb? ¿y de twitter? ¿Quién debería serlo?

La llamada economía colaborativa no es mas que un seudónimo para un fenómeno bien conocido desde hace muchas décadas (al menos desde North): los mercados y la competencia inducen a los individuos a reducir los costes de efectuar las transacciones voluntarias que aumentan la riqueza para todos. En el mercado de competencia perfecta, todas las transacciones que aumentan la riqueza (porque asignan los bienes a aquellos que los valoran mas y su producción a aquellos que pueden producirlos a menor coste) se llevan a cabo. En los mercados reales, los costes de transacción impiden que se lleven a cabo muchas transacciones beneficiosas. El Derecho privado puede verse, en este sentido, como una grandiosa maquinaria para reducir los costes de transacción. Cuando las normas jurídicas establecen que el vendedor responde de los vicios ocultos, ahorra a comprador y vendedor los costes de asignar tal riesgo mediante una cláusula en un contrato explícito, proporcionándoles una regla eficiente y supletoria. El vendedor conoce mejor la cosa vendida y, por tanto, puede controlar el riesgo de que la cosa tenga vicios ocultos a menor coste que el comprador que, temeroso de que la cosa esté viciada, estará dispuesto a pagar un precio más bajo por ella, precio más bajo que, si está por debajo del precio de reserva del vendedor, impedirá que se lleve a cabo la compraventa, es decir, que se realice una transacción que aumenta la riqueza de la Sociedad porque, si no fuera por el riesgo de que la cosa esté viciada, el comprador valora la cosa vendida en más que el vendedor.

Cuando AirBnb pone en contacto directamente a los que tienen viviendas vacías y a los que quieren usarlas por períodos cortos de tiempo, reduce los costes de transacción, en concreto, los de alquilar viviendas a turistas que, a falta de tal posibilidad, irían a un hotel o, sobre todo, no irían a visitar esa ciudad porque el coste de hacerlo (en forma, por ejemplo, de dos habitaciones de hotel por una semana para él, su cónyuge y sus dos niñas) supere la utilidad del viaje. Al reducir los costes de transacción, AirBnb contribuye a aumentar el volumen de transacciones y la riqueza de la Sociedad. Como dijo Joan Robinson, lo único peor que ser explotado por un empresario capitalista es no ser explotado por ninguno. El problema de la pobreza es – como repite Hausmann – que los pobres no participan en los mercados. Que no hay suficientes mercados que funcionen con un mínimo de eficiencia donde se puedan intercambiar bienes y servicios y obtener las ventajas de la división del trabajo y de la especialización.

AirBnb supone una “pequeña” innovación respecto a los anuncios en prensa o las agencias inmobiliarias. Decimos “pequeña” porque, en realidad, no se han “inventado” un mercado (como hizo el jeque catarí con el gas natural) ni han modificado estructuralmente las transacciones sobre alojamiento. Se han limitado a aprovechar las ventajas de las comunicaciones electrónicas que son posibles a bajísimo coste gracias a Internet. Su valor estriba en que – como Uber o Spotify – han sido pioneros y han acaparado las ventajas del pionero a las que se refería Schumpeter. El gran mérito de estas empresas es que son muy buenas desarrollando el software, es decir, el sistema informático o plataforma que permite realizar esas transacciones a un coste muy inferior y con una calidad muy superior a la del sistema previo. Digamos, pues, que estas empresas son empresas que venden un producto transaccional. Si, como decía North, más del cincuenta por ciento de los costes de intercambiar en una Sociedad son costes de transacción, hay tantas ganancias de eficiencia en la tecnología que desarrolla nuevos productos y servicios como la hay en la tecnología que reduce los costes de transacción. Recuérdese la brillante calificación de los abogados como “ingenieros de los costes de transacción” que debemos a Gilson.

Como cualquier pionero en un entorno de competencia dinámica, estas empresas son, per se, monopolistas, en cuanto que, como ofrecen un producto nuevo, son los únicos que lo ofrecen hasta que otros imitan su conducta. El problema para el bienestar general es que las ventajas del pionero pueden ser excesivas e inmerecidas. Excesivas porque las economías de red (economías de escala por el lado de la demanda) pueden proteger excesivamente al pionero frente a los que acceden con posterioridad al mercado e inmerecidas porque, como hemos dicho, normalmente, estas empresas no realizan ninguna innovación importante que justifique que la Sociedad les entregue un “premio” valorado en decenas de miles de millones de euros. Y, lo que es peor, puede ocurrir que la innovación genere una reducción en el bienestar social en el largo plazo, como ocurre con muchas innovaciones financieras. Es más, en la medida en que dispongan de la financiación suficiente – lo que, en una época en lo que más abunda es el capital no resulta difícil – estas empresas pioneras pueden impedir la consolidación de rivales simplemente adquiriendo cualquier tecnología disponible que pueda sustituir a la que utilizan (competencia por el mercado).

 

Eficiencia productiva y distribución del excedente en las empresas colaborativas

 

Así pues, estas empresas plantean dos tipos de problemas. Por un lado, un problema productivo (¿mejoran el bienestar de la Sociedad en mayor medida que cualquier alternativa disponible? ¿su organización y la comercialización de su producto reduce la innovación en el largo plazo o genera barreras de entrada al mercado o crea externalidades o empeora el riesgo sistémico?) y, por otro, un problema distributivo (¿es el “premio” al pionero que reciben estas empresas excesivo en relación con su contribución al bienestar social? ¿retienen demasiada proporción del excedente del consumidor que generan? ¿este excedente no es verdaderamente tal sino expropiación de otro de los factores que contribuyen a la producción del bien o servicio distribuido a través de la plataforma?)

Hansmann explicó hace algún tiempo que las cooperativas de clientes – las mutuas – y las cooperativas de trabajadores – las cooperativas de trabajo asociado – o las cooperativas de consumidores – las cooperativas de vivienda, por ejemplo – pueden tener una explicación en la existencia de un monopolio de oferta. Por ejemplo, los ahorradores madrileños del siglo XIX se encontraban con un problema gravísimo de confianza en los banqueros que aceptaban sus depósitos y los utilizaban para dar créditos: que se habían sucedido los comportamientos deshonestos por parte de estos banqueros (“coge el dinero y corre”) y las quiebras por gestión negligente de los riesgos. Además, el Estado había dejado de pagar la deuda pública en numerosas ocasiones, de manera que los ahorradores no disponían de alternativas para invertir sus ahorros de forma segura y rentable.

En estos casos, es decir, para no ser explotados por los banqueros, los ahorradores pueden formar una cooperativa de depósitos (o de crédito si la explotación proviene de los prestamistas-usureros). Como tienen un problema gravísimo de acción colectiva para alcanzar economías de escala – ponerse de acuerdo miles de ahorradores – un filántropo o “emprendedor social” puede crear una Caja de ahorros en la que se depositen esos ahorros y, a la vez, un Monte de Piedad donde dar crédito a los pobres con garantía pignoraticia. Eso es economía colaborativa bajo la forma fundacional (no hay titulares residuales del beneficio): los ahorradores cooperan – coordinados por el emprendedor – para obtener intereses por sus ahorros de forma segura y más rentable que a través de cualquier otro mecanismo disponible en el mercado en esa época. El intermediario pone en contacto a los ahorradores con los que tienen necesidades puntuales de dinero y que acuden al Monte de Piedad. El mismo ahorrador puede convertirse en prestatario y viceversa.

Igualmente, la forma “natural” de protegerse los clientes o consumidores frente al riesgo de explotación por parte del que ofrece un producto o servicio que tiende al monopolio (servicio de electricidad, gas o teléfono en una ciudad “nueva” a principios del siglo pasado) es formar una mutua a la que puede pertenecer cualquiera que se instale en la ciudad. Con las facturas que pagan los habitantes de la ciudad se cubren los costes de producción de la electricidad y de su distribución hasta los hogares. El servicio eléctrico es un monopolio natural porque no tiene sentido duplicar las redes de transporte y distribución. Lo propio con el teléfono o con el gas. De nuevo, coordinar a los clientes es muy costoso. El Estado – el Ayuntamiento – actúa normalmente como “emprendedor” que reduce los costes de acción coleciva.

Pero como nos muestra el sector del seguro, conforme los mercados mejoran y se reducen los costes de contratar (los banqueros deshonestos y faltos de preparación acaban en la cárcel o arruinados), la organización de las empresas se torna capitalista: las sociedades anónimas sustituyen a las mutuas o cooperativas y los que aportan el capital reciben el residuo que genere la actividad una vez cubiertos todos los costes de producción del bien o servicio. Las formas mutualistas y fundacionales tienden a decaer porque, en términos de incentivos, no son tan eficientes como las formas capitalistas pero, sobre todo, porque el monopolio deja de ser la forma eficiente para los mercados donde florecieron (banca o seguros) o el riesgo de explotación de los clientes queda conjurado por la aparición de otras instituciones que mantienen ese “coste de agencia”, bajo. Y ni Dios puede mejorar la asignación de los recursos que resulta de los mercados competitivos.

Pues bien, las empresas de la economía colaborativa, a diferencia de las cajas de ahorro y montes de piedad o de las cooperativas telefónicas o eléctricas del siglo XIX y XX no tienen forma de mutua, ni de cooperativa, ni de fundación. Son empresas que han nacido directamente como sociedades de capital, sociedades anónimas con el objetivo (venture capital) de maximizar su valor para los inversores que financiaron su nacimiento y crecimiento, valor que éstos realizan, normalmente, sacando a bolsa a la compañía y vendiendo al público sus acciones.

 

Por qué no tienen forma de mutua, cooperativa o fundación

 

Es, a la vez, extraño y fácil de explicar. Es extraño porque si AirBnb nace para facilitar a los que quieren un alojamiento ponerse en contacto con quienes disponen de “espacio sobrante” en sus domicilios (en su primera o segunda vivienda), la forma natural de estos intercambios es la de esos contratos que sólo están ya en el Código Civil, porque son intercambios entre particulares (no entre una empresa y un particular – Derecho de los consumidores – o entre dos empresas – mercantil –). Lo natural sería que los que quieren alojarse y los que tienen alojamiento sobrante (que pueden ser la misma persona que unas veces actúa como huesped y otras como hospedero) se organizaran cooperativamente para ponerse en contacto y fijar el precio (en dinero o mediante permuta). De nuevo, sin embargo, los costes de coordinación – acción colectiva – son muy elevados. O, en los términos de Hansmann, no pueden gobernar eficientemente la empresa. Y AirBnB puede coordinar a demanda y oferta a través de una plataforma.

Una primera cuestión es ¿quién retiene qué parte del excedente generado por esta nueva actividad? (si es que genera un excedente, porque los economistas construyen modelos en los que todo el excedente lo retienen las partes de la transacción o la parte que puede mantener privado su precio de reserva sin que el que organiza el mercado pueda recuperar la inversión). Si, – supongamos – el coste de lograr un alojamiento en Granada para un turista de Ohio era de 10 antes de AirBnB y ahora es de 4 ¿quién debe quedarse con los 6? Es obvio que el turista debe retener algo de esa ganancia porque, en otro caso, recurriría al sistema tradicional (o no viajaría a Granada, que es lo mismo) y la dueña de la casa de Granada, lo propio. Y es obvio también que AirBnB tiene que poder retener una cantidad suficiente para cubrir sus costes. Si el mercado es competitivo, no hay por qué preocuparse: a largo plazo se maximizará el excedente del consumidor y el servicio lo proporcionará la plataforma que logre “producirlo” a menor coste.

El problema es, sin embargo, más serio. Para bien y para mal: dadas las particularidades de los mercados que consisten en crear “mercados” donde los particulares puedan llevar a cabo directamente las transacciones para las que antes utilizaban un intermediario (un hotel no es más que una forma pre-internet de resolver el problema del alojamiento de los forasteros), el que “pone” la plataforma puede convertirse fácilmente en un monopolista que retiene la ganancia de la innovación (esta ganancia no decae rápidamente) o, en sentido contrario, puede no obtener rentabilidad suficiente como para “aparecer” en primer lugar, esto es, para proporcionar el servicio a los particulares que estos valoran.

El mejor ejemplo del primer caso es Uber. Originalmente Uber pone en contacto a los que tienen un vehículo y a los que necesitan un vehículo. Si Uber pusiera en contacto a los transportistas con sus clientes, se habría limitado a desarrollar un software que vendería a esos transportistas. Lo que hace Uber va mucho más allá. Uber induce a particulares a convertirse en taxistas/transportistas profesionales de viajeros aumentando la demanda de estos servicios gracias a que reduce los costes, para los viajeros, de contratar un transporte (admitamos que el servicio que proporciona Uber a los viajeros tiene una mejor relación calidad-precio que los servicios preexistentes, lo que obliga a tener en cuenta que esos servicios preexistentes son de una calidad muy heterogénea en los distintos lugares. Por ejemplo, los servicios públicos de transporte son mucho mejores en Europa occidental que en los EE.UU).

Pero Uber no es un ejemplo de economía colaborativa. Porque Uber no permite a los particulares que tienen un activo infrautilizado (su segunda vivienda en el caso de AirBnB) ponerlo a disposición de otro particular que demanda utilizar tal activo (los que quieren alojarse en Granada por unos días). Uber es una empresa de transporte. Si Uber presta el servicio de transporte de forma menos costosa y con mayor calidad que las empresas preexistentes, el mercado le premia. El problema de Uber es, pues, el del pionero: ¿es el premio al pionero excesivamente grande en el sentido de que el monopolio provisional que recibe cualquier pionero durará demasiado tiempo porque la protección “natural” que el mercado ofrece a cualquier pionero es excesiva y dificulta la aparición de competidores? Y, en segundo lugar, las mejoras de eficiencia que Uber logra ¿las logra gracias a la innovación lícita o derivan de que no soporta costes que la regulación de esa actividad impone a todos los que desean desarrollarla – por las razones que sean –? ¿Logra sus ganancias Uber a costa de explotar a los conductores? Y, en fin, ¿hay ganancias para la sociedad en el largo plazo si el servicio de transporte se presta por plataformas como Uber? En efecto, si Uber no es una empresa colaborativa que permite a los particulares extraer beneficios de sus activos infrautilizados, sino que es una empresa de transporte, hay que considerar que los conductores son, en realidad, empleados de Uber y que Uber debe cumplir con las reglas legales para la contratación de conductores. Y si la actividad está regulada en régimen concesional – como ocurre con el servicio de taxi – la ventaja competitiva de Uber no reside sólo en su espectacular software, sino en que se “salta” el régimen concesional.

La Sociedad no tiene por qué aguantar la disrupción que supone Uber simplemente porque su software sea mucho mejor. La Sociedad está interesada en saber, no solo que la riqueza de la Sociedad aumenta, sino también cómo se reparte ese excedente. Si el excedente lo retienen los accionistas de Uber a costa de poner a pérdida o asignar ineficientemente los riesgos de la actividad o convertir en trabajadores que cobran el salario mínimo a centenares de miles de personas – sus conductores – (a los que, a largo plazo, deberá “rescatar” la Sociedad de los infortunios de salud y proteger frente a la vejez o a la insuficiencia de sus propios ingresos) o provoca otros efectos externos, la Sociedad tiene mucho que decir respecto de la actividad de Uber. Por tanto, los accionistas de Uber no tienen la última palabra respecto a cómo debe organizarse la actividad del transporte de viajeros. Los derechos constitucionales de los accionistas de Uber limitan, naturalmente, lo que la Sociedad puede imponerle en la forma de organización de su negocio. Pero Uber no puede legitimarse disfrazándose de “emprendedor social” que reduce los costes de coordinación o acción colectiva de los particulares que ofrecen y demandan la utilización de un activo infrautilizado.

Si los factores que contribuyen a la producción de una empresa han de ser remunerados de acuerdo con su aportación marginal, lo que hemos de preguntarnos es si el mercado en el que desarrolla su actividad Uber garantiza que los que aportan el software y los que aportan los vehículos y la conducción reciben la remuneración justa, esto es, la correspondiente a su aportación marginal. Si Uber es una empresa que compite con muchas otras (al menos con cuatro – V. Smith) y los factores de la producción pueden desplazarse allá donde están mejor remunerados sin dificultad, no habrá que preocuparse al respecto. Los precios del mercado nos lo asegurarán. Pero, hoy por hoy, la sospecha existe de que, o bien Uber no genera ganancias con los precios que fija o bien sus accionistas las obtienen a costa de que los conductores trabajen “bajo coste” de producción. Hoy por hoy, el mercado de los servicios de transporte prestados a través de plataformas informáticas no es competitivo en el sentido de que compite con las empresas que prestan este servicio sin utilizar plataformas informáticas pero no se ha desarrollado competencia entre las plataformas (es obvio que hay otras empresas semejantes a Uber) en lo que se refiere a los tipos de empresa (capitalistas, mutuas, cooperativas, fundaciones) que prestan ese servicio, de manera que no podemos estar seguros de que la organización de estas empresas en forma de sociedades anónimas (con los que aportan el capital de riesgo como titulares residuales) sea la más eficiente. Si las barreras a la entrada en este mercado son elevadas, ni siquiera sabemos si tal competencia se desarrollará algún día. Y, en la medida en que hay perdedores claros y externalidades (los conductores “a pérdida” y la Sociedad que debe “rescatarlos”) está justificado que adoptemos las cautelas necesarias para asegurarnos que el mercado de esos servicios permanece abierto.

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Oferentes y demandantes en las plataformas

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Este análisis explica, a nuestro juicio, el fracaso de muchas empresas de internet que han tratado de hacer lo mismo que Uber en otros mercados. Por ejemplo, las empresas que pretendían poner en contacto a los que demandaban servicios domésticos con los proveedores de tales servicios. Estas empresas no pueden tener éxito como empresas de la “economía colaborativa” porque la oferta y la demanda que ponen en contacto no son homogéneas, es decir, no están formadas por las mismas personas. eBay comenzó poniendo en contacto a vendedores y compradores no profesionales. El que tenía algo que vender (“el resto de los acopios que hizo para su consumo” en la expresión del art. 326.4º C de c) o el que quería comprar algo de segunda mano se ponían en contacto a través de la plataforma. Con el transcurso del tiempo, eBay se llenó de vendedores profesionales y se convirtió en algo parecido a lo que hoy es, en parte, Amazon. Amazon, hoy, pone en contacto a los vendedores profesionales con los compradores (a los que ha atraído en masa porque ha demostrado que se puede dar un servicio de altísima calidad y con los mejores precios a millones de consumidores) y cobra a los vendedores profesionales una parte del precio que éstos cargan a los consumidores. Idealista hace lo propio: en su plataforma hay vendedores y compradores no profesionales y la plataforma se financia incorporando a vendedores profesionales a los que Idealista cobra por poner a su disposición a la muchedumbre de compradores no profesionales que acceden a su plataforma en busca de un inmueble.

Las partes que Uber pone en contacto no son homogéneas. Los que reciben el servicio de transporte no ofrecen sus servicios de transporte a los demás usuarios de la plataforma. De manera que es inevitable el conflicto entre los “accionistas” de la plataforma y los que proporcionan los servicios que se distribuyen a través de la plataforma. Ese conflicto no existe entre los que venden su piso o compran su piso y los accionistas de Idealista. Y es un conflicto que puede ser muy agudo si los beneficios de los accionistas dependen de minimizar la remuneración de los prestadores de los servicios.

El conflicto se resuelve – a falta de un mercado competitivo de los factores de la producción como el de las televisiones al que nos referiremos inmediatamente – convirtiendo estas plataformas en empresas que prestan un servicio a través de internet y que cobran por ese servicio a los oferentes que utilizan ese mercado electrónico para llegar a los consumidores. Cuando estos oferentes son empresas, la cuestión de la justicia de la distribución del excedente no se plantea. El mercado electrónico correspondiente no es mas que un canal de distribución más a disposición del oferente. Pero cuando los que ofrecen sus servicios son particulares, el conflicto entre estos proveedores y los accionistas de la plataforma se agudiza. ¿Por qué?

  • No por la diferente fortaleza negociadora entre la plataforma y estos particulares (eso lo resuelve la competencia entre plataformas)
  • tampoco exactamente porque los accionistas – la plataforma – hayan de construir la oferta del servicio a la vez que construyen la demanda del mismo. Es decir, el que quiere crear una plataforma para ofrecer u obtener servicios domésticos (cuidado de niños, limpieza…) tiene que lograr, simultáneamente, que los que ofrecen esos servicios y los que los demandan “entren” en la plataforma. Amazon construyó primero la demanda (vendiendo por su cuenta los productos y servicios) y después “vendió” esa clientela potencial a los que fabrican o distribuyen los productos. Idealista construyó la demanda (compradores de vivienda) publicando gratuitamente las ofertas de los particulares que querían vender y, a continuación, “vendió” esa clientela a anunciantes y vendedores profesionales. Job&Talent reunió decenas de miles de currículos (y de referencias de sus amigos) de jóvenes graduados que “vendió” a las empresas que necesitaban personal.
  • La razón por la que este conflicto es muy agudo es porque, cuando se trata de servicios personales (no de productos), el control de la calidad de la oferta por parte del titular de la plataforma es costosísimo (en comparación con el control de la calidad de los productos), lo que obliga al titular de la plataforma a invertir mucho en asegurarse que los proveedores prestan un servicio de calidad. Igual que en las franquicias, el valor de la plataforma decaerá rápidamente si los usuarios no pueden contar con que el servicio que reciben es siempre de la misma calidad. Y tal control sólo puede lograrse si el contrato que une al proveedor con la plataforma es un contrato de trabajo o uno similar (por ejemplo, un contrato de franquicia por el que el franquiciador “delega” en el titular de cada establecimiento franquiciado el control de la conducta de los empleados), es decir, un contrato de duración, en el que el principal – la plataforma – disfrute de una capacidad discrecional muy amplia para “completar” el contrato dando instrucciones y formación a los que prestan efectivamente el servicio y disponiendo de sanciones efectivas – apartando de la organización – a los que no prestan un servicio de calidad (como el contrato de concesión de automóviles). 
  • Recuérdese, en fin, que una cooperativa requiere homogeneidad entre los cooperativistas, esto es, que su posición y sus intereses sean muy semejantes. Por eso no hay cooperativas cuando los puestos de trabajo dentro de la empresa requieren cualificaciones muy distintas o la aportación a los ingresos de la cooperativa son muy diferentes y dependen del esfuerzo y la habilidad individual de cada cooperativista y medir y asegurar el rendimiento individual es muy costoso. Y los servicios que se prestan a través de estas plataformas son, normalmente, muy homogéneos (piénsese en Uber) y no requieren especial cualificación por lo que, sin el aliciente de una carrera profesional, los incentivos de los trabajadores para prestar un servicio de calidad son reducidos.
  • Y, naturalmente, lograr atraer a los mejores exige reputación de no discriminación y de tratar fair a estos empleados. Y es poco probable que trabajadores de alta calidad quieran trabajar, si disponen de alternativas, para compañías que no proporcionan los beneficios a sus “colaboradores” que van asociados a un contrato de trabajo regular (básicamente, que el empresario asume los riesgos de la varianza en los ingresos y, sobre todo, de la imposibilidad de trabajar por razones circunstanciales o de salud) pero a los que exigen exclusividad y seguir las instrucciones como a cualquier trabajador. 

O los contratas como trabajadores, o haces un fraude de ley (los llamas “colaboradores”, “agentes independientes”) o conviertes a los proveedores en socios de la plataforma de manera que los gestores de ésta sean “el hombre del látigo” de la barcaza de Cheung que se aseguraba de que los ¡dueños! del barco no racaneaban en su esfuerzo por mover el barco río arriba. Desde su posición de socios, los proveedores del servicio no participarán en la toma de decisiones (porque serán “propietarios dispersos”) pero podrán asegurarse, es decir, diversificar el riesgo de la varianza de ingresos individuales – como cooperativista – mediante su participación en los beneficios de la empresa, beneficios que, lógicamente, en una cooperativa de trabajo se destinan a mejorar las condiciones laborales y a proporcionar beneficios a los cooperativistas. Por tanto, si estas empresas no adoptan la forma de cooperativas es, como dice Hansmann, porque no pueden gobernar la empresa a bajo coste.

¿Qué tendrían que haber hecho esos emprendedores que organizaron plataformas para prestar servicios personales? Convertirse en gestores de cooperativa: promover la formación de la cooperativa entre los proveedores de servicios (seleccionándolos) y contratar con ella la prestación de los servicios de la plataforma. El fracaso de muchas de estos emprendedores se debe a que sólo sabían de software y de marketing.

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El caso de twitter

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El mejor ejemplo del caso contrario (donde las partes que se ponen en contacto a través de la plataforma son homogéneas) es el de twitter. Twitter es una innovación mucho más importante para el bienestar social que Uber. Prueba de ello es que hay centenares de millones de personas que, cuando menos, pasan un buen rato utilizando esa red social. Twitter es una plataforma que permite a gente que tiene tiempo libre y curiosidad, “hablar” con gente a la que no conoce. Es también, en palabras de Thiel new media distribution center. Es un buscador especializado y una fuente de noticias seleccionada por los que leen noticias. Compite con la barra del bar, con los portales de noticias, con los agregadores de información y con los buscadores (aunque no en todo el espectro de todos estos, obviamente). Twitter ha sido disruptiva en muchos sentidos. Por ejemplo, ha dejado sin sentido los sistemas de televisión interactiva. Los espectadores pueden dialogar con otros espectadores y con la emisora a través de twitter en lugar de hacerlo a través del televisor. Ha permitido coordinar a millones de personas en la consecución de un objetivo común (recuérdese el papel de twitter en las primaveras árabes), es decir, ha mejorado el funcionamiento de los mercados políticos y de discusión pública en general. 

Y la innovación ha consistido, sobre todo, en que son los usuarios los que proporcionan los contenidos, de modo que twitter se limita a poner a disposición de los que tienen algo que contar los medios técnicos para hacerlo. Twitter no es algo muy diferente de una compañía telefónica.

Twitter es una sociedad anónima. Tiene inversores y trata de maximizar el beneficio. Twitter pone en contacto a particulares con particulares. Y Twitter obtiene sus ganancias – más bien, obtendrá si es que lo hace en el futuro – porque introduce publicidad en la “conversación” entre sus usuarios.

Por tanto, Twitter es una empresa colaborativa que ha reducido los costes de transacción de la comunicación humana facilitando que entren en contacto las personas que comparten determinada visión del mundo, aficiones, intereses etc y supone una innovación (probablemente no buscada) enorme respecto a los instrumentos de comunicación entre desconocidos preexistentes que iban desde las stammtisch para aprender idiomas en un bar o los grupos que se reunían en una parroquia o en un jardín público hasta Facebook. Twitter ha generado un gran excedente en términos de bienestar social porque ha mejorado la vida – demostrada por la amplísima utilización de su producto – a mucha gente. El problema es que este aumento del bienestar no se refleja en una disposición a pagar explícita. Y aquí empiezan los problemas de las empresas de la economía colaborativa.

Si los factores que contribuyen a la producción de una empresa han de ser remunerados de acuerdo con su aportación marginal, no cabe duda de que los usuarios de twitter aportan muchísimo al atractivo de twitter y el éxito de usuarios indica que no es necesario pagarles para inducirles a hacerlo. El problema es que tampoco parece posible cobrarles por el uso de la plataforma, de manera que, podríamos decir, el mercado parece indicar que el precio por usar la plataforma y el valor del contenido aportado por los usuarios son semejantes y twitter no puede aumentar el residuo para sus accionistas cobrando por utilizar la plataforma si quiere que los usuarios aporten gratis el contenido que atrae a otros usuarios en primer lugar.

De ahí que este tipo de negocios se financien con publicidad. No queremos decir que no pudiera financiarse cobrando a los usuarios (discriminando entre aquellos que aportan contenido y los que se benefician de él) pero las dificultades para hacerlo son elevadas porque es probable que la disposición a pagar de los segundos sea muy baja y se trasladarían a cualquier competidor que renunciara a hacerlo.

El caso de las televisiones es significativamente diferente. Concebidas como plataformas entre los anunciantes y los espectadores, los dueños de las televisiones tienen los incentivos adecuados: maximizando la audiencia, maximizan sus ingresos publicitarios. Pero las televisiones no tienen las economías de red que tienen las plataformas que utilizan internet para llegar a sus usuarios. El mercado televisivo es competitivo tanto en lo que se refiere a los productos – las emisiones – como en la forma empresarial/societaria de prestarlos (hay muchas televisiones que no tienen dueño) de modo que la televisión que no ofrezca lo que quiere la audiencia o no pague a los que producen los contenidos lo que éstos creen que valen esos contenidos, fracasará.

El problema de twitter es si, a través de la publicidad, conseguirá retener una parte suficientemente alta de esas ganancias de bienestar que ha generado como para cubrir sus costes y proporcionar una rentabilidad de mercado a los inversores que lo han hecho posible. Es decir, el problema de twitter es que los usuarios se apropien de todas las ganancias de la innovación. Normalmente, esa rentabilidad se garantiza, como hemos dicho, a través de la publicidad (Google) pero también a través de su incorporación a una empresa que presta otros servicios – rentablemente – y cuya “experiencia” para los consumidores mejora (wassap y Facebook o skipe y microsoft). La forma sociedad anónima es tan flexible que permite asignar la práctica totalidad de esas ganancias a los usuarios si se alcanza la escala suficiente porque esa asignación no impide remunerar competitivamente a los que aportan el capital.

En definitiva, en twitter, a diferencia de Uber, los que “prestan” el servicio (los usuarios activos) y los que lo “reciben” no están en conflicto con los accionistas de twitter porque los segundos no remuneran a los primeros explícitamente en forma de un precio. Y, no habiendo precio, no hay que repartir los ingresos entre los accionistas y los que proveen el servicio que twitter distribuye a través de su plataforma.

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La organización

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Pues bien, puede argumentarse que cuando existe un conflicto entre los que proporcionan el servicio y los accionistas de la sociedad titular de la plataforma, la forma cooperativa es especialmente eficiente y, cuando, por el contrario, son los propios usuarios los que proporcionan el “producto” o “servicio” distribuido a través de la plataforma, la forma mutualista es especialmente eficiente. En ambos casos, en comparación con la forma sociedad anónima.

Con carácter general, la forma sociedad anónima está especialmente indicada cuando se necesita acumular grandes capitales que hay que invertir en activos fijos. La sociedad anónima es, pues, la forma corporativa eficiente para la revolución comercial que supuso el comercio intercontinental en el siglo XVII y para la revolución industrial del siglo XIX porque se necesitaba hacer permanente un enorme capital para acometer las inversiones necesarias para organizar aquel comercio entre Europa y Asia y entre Europa, África y América primero y para construir las fábricas y las infraestructuras de transporte que permitieran el desarrollo económico y la producción en masa. Las plataformas de la economía colaborativa no necesitan grandes capitales. Las inversiones necesarias de carácter fijo se refieren sólo al software, el resto, puede contratarse en el mercado y pagarse sin recurrir a capital o a deuda, esto es, con los beneficios generados por la empresa mediante la publicidad.

Una mutua solo puede triunfar cuando la gestión del producto o servicio mutualizado es sencilla y no requiere de muchas decisiones discrecionales por parte de los gestores. Gestionar una plataforma es muy sencillo en el sentido de que no hay que adoptar decisiones discrecionales. De hecho no hay que adoptar decisiones ya que todos sus procesos están mecanizados. Y las posiciones de los clientes son homogéneas (una póliza de la Mutua Madrileña es igual que otra póliza, que es igual que otra póliza).

Pero si twitter ha de permanecer independiente, no es probable que se vea sometido a competencia en un plazo relativamente largo (como dice Thiel, es un negocio muy fácil de imitar pero muy difícil de «replicar») y no existieran costes de coordinación entre los usuarios, lo lógico es que adoptara la forma de mutua.

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¿Cuáles serían las ventajas comparativas de un twitter-sociedad mutua?

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En una mutua, los consumidores o clientes retienen todo el excedente. Cada usuario de twitter contribuiría a cubrir los costes de la plataforma y los gestores de la misma serían “empleados” de los usuarios. Los usuarios han demostrado que, a precio explícito cero, están dispuestos a utilizar masivamente la red social como generadores de contenido o como usuarios pasivos y que, como hay enormes economías de escala en la difusión del contenido generado por cada usuario ya que basta con que un número reducido de los usuarios sea activo en la generación de contenido para sostener la “conversación” entre centenares de millones de personas.

En una mutua, cuando los dueños-clientes no pagan un precio explícito (como hacen los mutualistas de Mutua Madrileña cuando pagan la prima de su póliza de seguro) y la publicidad es la fuente de ingresos, ésta puede mantenerse en el mínimo necesario para cubrir los costes. Al no tener que remunerar a los inversores, no habría incentivos para maximizar los ingresos por publicidad ni los ingresos de ninguna otra forma. Los terceros podrían desarrollar innovaciones que mejoraran la experiencia de los usuarios y “la mutua” comprar esas innovaciones. No es de extrañar lo “extraña” que era, como empresa, la Lista de Craig.

En una mutua, los gestores no han de maximizar las ganancias. Porque los ingresos de la mutua se obtienen, normalmente, de los propios mutualistas (esto es algo que los ufanos gestores de Mutua Madrileña no quieren entender porque no les conviene entenderlo: cada euro de beneficio – no de ingreso – de la Mutua es un euro menos en el bolsillo de los mutualistas, sus dueños). La forma mutualista obliga a los gestores a pensar más en el éxito “deportivo” de la empresa que en su éxito financiero. La comparación entre la organización de los clubes de fútbol en Europa y en América es un buen ejemplo. La labor de los directivos no se juzga porque hayan conseguido maximizar el excedente, sino porque hayan conseguido maximizar los resultados deportivos, las victorias y los campeonatos ganados.

Del mismo modo, y como dijera Henry Ford respecto de cuál es el objetivo de Ford (producir los mejores coches al mejor precio posible) las empresas de la economía colaborativa han de juzgarse por su capacidad para maximizar el bienestar de los usuarios, esto es, de los que proporcionan sus “activos” ociosos para “intercambiarlos” con los que demandantes de tales “activos”. Si los gestores de twitter son agentes de los que han aportado el capital necesario para construir y gestionar la plataforma, tratarán de maximizar los beneficios financieros, no el bienestar de los usuarios de twitter salvo que, naturalmente, el mercado haga irrelevante la distinción (lo que, hemos visto, en el caso de twitter no es probable porque es una empresa difícilmente replicable). El mercado lo hace, repetimos, obligando a las empresas a competir en todos los aspectos de su actividad, incluyendo su forma organizativa y la determinación de los titulares residuales de sus beneficios. Pero, de nuevo, (i) si las preferencias de los consumidores no se revelan en forma de disposición a pagar un precio explícito, y (ii) las economías de red favorecen la forma monopolística de los mercados, las “señales” de los mercados no pueden orientar tan eficientemente la actuación de los que dirigen estas empresas como lo hacen los precios en un mercado normalmente competitivo. Y, como los gestores de los equipos de fútbol americano, tratarán de maximizar los beneficios pecuniarios y no las victorias cuando los consumidores – los aficionados – ven maximizado su bienestar gracias a las segundas.

Bueno, todo esto hasta que los que producen software sean capaces de crear una plataforma en la que los particulares que ofrecen sus servicios a otros particulares puedan relacionarse directamente sin intervención de ningún intermediario. O sea, cuando hayamos alcanzado la descentralización absoluta. Las empresas son nexos de contratos pero donde todos los interesados contratan con el «centro» (la persona jurídica-empresario). Quizá, algún día, Coase se sienta reivindicado porque el nexo de contratos sea innecesario.