Por Jesús Alfaro Águila-Real
A propósito de Michael Tomasello, A Natural History of Human Morality, Harvard U. Press, 2016
«Sodalis est is, quocum versari animi causa solemus, qui rerum leviorum laetiorumque particeps est ut convivii, stuodiorum, venationis atque exercitationum ludicrarum, socius, amicus”.
“Un sodalis es aquel al que solemos frecuentar por cosas del carácter; quien es partícipe de las alegrías y de las cosas poco graves, como los convivios, estudios, la caza o ejercicio; socio, amigo”
Traducción de @aluarus
En esta entrada me propongo añadir algo a las varias que he escrito sobre los temas de la cooperación entre los seres humanos (en las dos anteriores se contienen enlaces a otras entradas en el blog y, de forma más amplia, en este trabajo), perspectiva que – creo – es la más fructífera para entender profundamente el sistema jurídico.
En pocas palabras, se trata ahora de exponer brevemente cómo la sugerencia de Tomasello (2016) de poner en el origen de los comportamientos cooperativos la interdependencia de los seres humanos respecto de sus compañeros y respecto del grupo en el que viven constituye una explicación mejor de las bases biológicas y psicológicas de la conducta humana que la apelación a la racionalidad. Mi objetivo es muy modesto: se trata sólo de avanzar en la idea – que hemos expuesto aquí – de que las reglas morales (y, por tanto, también las reglas jurídicas) evolutivamente sostenibles y económicamente eficientes son distintas cuando la cooperación entre los individuos se desarrolla a través de la actuación en grupo (incluso en grupos de dos, o sea por parejas) en la que los compañeros comparten un fin común y se comprometen para lograrlo y cuando se desarrolla a través del intercambio que desemboca, cuando se institucionaliza, en los mercados.
El logro de objetivos comunes asociándonos con otros individuos constituye la forma más básica de cooperación entre individuos de una especie social. Si el ser humano es “ultrasocial”, debería ser evidente que la asociación con otro u otros para perseguir objetivos comunes es la forma más primaria de cooperación.
Desde esta perspectiva, el intercambio constituye una forma de cooperación mucho más exigente en cuanto a las circunstancias ambientales necesarias para que se extienda dentro de un grupo humano. Exige especialización y división del trabajo o, en términos sociológicos, la existencia de roles diferenciados dentro del grupo (la asociación, no) y un tamaño del grupo muy grande que permita la propia aparición de especialistas. Por el contrario, la asociación entre dos miembros de un mismo grupo para el logro de un objetivo común (conseguir alimento) sólo requiere una teoría de la mente (la capacidad en los individuos para entender lo que le está pasando al otro). El papel de cada asociado es equivalente al del otro, de manera que se puede asegurar la colaboración del otro a bajo coste porque ambos asociados disponen de la misma información. Si el grupo es pequeño, es imposible que se desarrollen los intercambios pero es perfectamente factible que se constituyan asociaciones entre los miembros más o menos ocasionales o permanentes y que la conducta cooperativa se intensifique entre todos los miembros del grupo.
En sentido contrario, las reglas morales necesarias para sostener la cooperación en el seno de una asociación de humanos son mucho más exigentes que las reglas morales necesarias para sostener la cooperación a través de los intercambios. De esta cuestión nos hemos ocupado más ampliamente en las entradas citadas más arriba y hemos concluido que las instituciones jurídicas y sociales contemporáneas incluyen la asociación de los individuos a través de las organizaciones y el intercambio entre individuos a través de los mercados en muy diferente medida y combinación. En el modelo de equilibrio general, toda la cooperación y la coordinación entre los agentes se desarrolla a través de mercados perfectos. Pero, aún en el mundo contemporáneo, gran parte de la cooperación entre los individuos tiene lugar, no a través de mercados, sino a través de la asociación con otros para lograr metas comunes.
En fin, el éxito de la cooperación en el seno de los grupos – de las asociaciones – no depende, en la misma medida, de la racionalidad de los individuos, que en las relaciones de intercambio. Depende, sin embargo, en mayor medida, de la moralidad, es decir, de la autorregulación de los asociados y de la autorrestricción de los propios intereses en el altar del beneficio común.
Tomasello distingue su explicación del origen y de la evolución de la moralidad en los humanos respecto de otras doctrinas poniendo el centro del análisis en la interdependencia de los humanos primitivos y no en la reciprocidad. Y dice que la idea de interdependencia es mucho más potente que la idea de reciprocidad para explicar el nacimiento de la psicología moral de los humanos, especialmente para explicar la “autorregulación de las propias acciones a través de sentimientos de responsabilidad, obligación y culpa”.
“estos fenómenos psicológicos parecen derivar (1) del sentimiento de que dependo de otros y que estos otros dependen de mí – interdependencia –, lo que abre el camino evolutivamente para (2) el sentimiento de “nosotridad” (weness) o formación de un “nosotros” que somos tal cosa a partir de que (a) podemos construir fines u objetivos comunes (shared intentionality) especialmente en la forma de compromisos conjuntos (a dos, esto es un otro y yo nos obligamos recíprocamente a contribuir lo necesario para lograr el objetivo común) y (b) que podemos ponernos en el lugar del otro en todo lo que hacemos porque lo reconocemos como igual (equivalencia que permite la imparcialidad)”
De manera que, a diferencia de otras teorías acerca de la formación de la moralidad humana, Tomasello considera fundamental apreciar que
“la moralidad humana depende del sentimiento de “nosotros” y de la equivalencia entre el otro compañero y yo como individuos que interactúan socialmente con motivos y actitudes cooperativas… y que autorregulan su cooperación vía ideales normativos imparciales y acordados mutuamente”
Conforme aumenta el tamaño de los grupos humanos (al menos, dice Tomasello, hace 100.000 años) y los grupos humanos empiezan a competir entre sí por los recursos, la interdependencia se estructura entre el individuo y el grupo, de manera que se desarrolla la conformidad con el grupo y la lealtad hacia el grupo y rivalidad frente a otros grupos. En correspondencia, se reparten igualitariamente los recursos obtenidos por el grupo porque todos contribuyen a su producción.
La tercera fase, la hemos explicado en esta otra entrada: la evolución cultural. En senos de grupos más grandes, sedentarios y dedicados a la agricultura y ganadería, se formulan reglas y se construyen instituciones, esto es, formas estructuradas de interactuación. La visión imparcial del mundo y de lo que se puede y no se puede hacer – lo que es correcto – que se había formado en las relaciones interpersonales a dos entre iguales, se traslada al colectivo y permite los juicios morales sobre la conducta individual ajena y la propia. Pero no solo a las conductas con contenido moral, sino también a las formas de producir económicamente o a la asignación de papeles en la vida social.
De manera que el concepto teórico más fundamental (para explicar por qué los humanos somos seres morales) es el de la interdependencia
la reciprocidad (que podría ser una explicación alternativa) puede describir apropiadamente algunos patrones de conducta en términos de análisis coste-beneficio, pero no ayuda mucho para explicar la psicología moral. Porque en lugar de centrarnos en explicar las interacciones sociales en términos de costes-beneficios para las partes involucradas, es preferible… fijarnos en las dependencias entre los actores y.. en cómo las entienden esos actores. La dependencia es la forma normal en la que los biólogos evolutivos conceptualizan las interacciones entre diferentes especies en términos de los distintos tipos de simbiosis… y la noción de interdependencia adopta simplemente esta forma de conceptualizar las cosas para individuos que pertenecen a la misma especie dentro de un grupo social”. Esta conceptualización de la dependencia evita muchos de los bien conocidos problemas del altruismo recíproco… y proporciona un marco adaptado para explicar los orígenes evolutivos de la psicología moral de los seres humanos.
Así pues, podríamos decir que a la racionalidad de los Economistas les ha surgido un segundo rival (el primero es la reciprocidad): la interdependencia. No la racionalidad limitada ni distorsionada por múltiples sesgos padecidos por los humanos de la que ha hablado la psicología económica (Behavioural Economics). No las explicaciones alternativas a la maximización de la propia utilidad – por tanto, la persecución irrestricta y racional del propio interés – como presupuesto del comportamiento económico que también han propuesto los propios economistas. No. Lo que explica los comportamientos morales de los humanos y sus comportamientos económicos cuando los humanos se asocian con otros humanos para producir y satisfacer sus necesidades es la interdependencia.
La racionalidad, la maximización de la utilidad, la persecución irrestricta del propio interés sigue siendo una válida conceptualización del homo sapiens. El homo oeconomicus goza de una excelente salud para explicar, mediante modelos que presuponen el comportamiento racional, el funcionamiento de los mercados donde los humanos intercambian.
Pero dado que los mercados – y los intercambios de mercado – no son ubicuos, y apenas han existido en la historia de la Humanidad si hablamos de Humanidad desde la aparición del homo erectus, la capacidad explicativa de la interdependencia respecto de la conducta humana es muy superior a la de la racionalidad, esto es, al análisis coste-beneficio de un individuo racional. En particular, la conceptualización de las interacciones entre los miembros de un grupo ha de basarse en la dependencia recíproca entre los individuos que forman parte de ese grupo y entre los individuos considerados aisladamente y el grupo.
Recuérdese la historia de los murciélagos o las relaciones simbióticas entre la acacia y la hormiga o la del colorín aliblanco. Añádase que las crías humanas son intensamente dependientes de sus cuidadores hasta pasados años desde su nacimiento y se comprenderá que la dependencia o interdependencia es un buen candidato para explicar los comportamientos humanos que puedan tener una base evolutiva y que no son obviamente racionales.
La dependencia tiene algunas ventajas explicativas, dice Tomasello.
En primer lugar, permite explicar por qué los individuos se preocupan o toman en consideración el bienestar de los demás y por qué la ayuda mutua forma parte naturalmente de la vida social. Si dos individuos son dependientes (la supervivencia de uno depende del otro), el proceso psicológico que tiene lugar cuando uno ayuda a otro no es el de la reciprocidad. El murciélago que permite a otro murciélago alimentarse de la sangre acumulada por el primero no está “devolviéndole el favor” que el otro hizo previamente. Dice Tomasello que está “invirtiendo, con la vista puesta en el futuro”.
Quizá, no. Como dije en otra entrada, es imposible que se haya desarrollado una “contabilidad” en este tipo de relaciones mutualistas. El mecanismo, más simple y derivado de la interdependencia es el de “da cuando tengas en abundancia, pide cuando necesites”. O sea, un mecanismo de reciprocidad. Este mecanismo es sostenible, en la medida en que el donante no pone en peligro su supervivencia por su “generosidad” y ésta aumenta las probabilidades de supervivencia del donatario y, en el largo plazo, la supervivencia del donatario aumenta las posibilidades de supervivencia del donante cuando, como ocurrirá inexorablemente, sea él, el que se encuentre en situación de necesidad. Para que ocurra tal cosa, basta – como explica el propio Tomasello – que las interacciones sean suficientemente recurrentes y que los roles (donante, donatario) sean intercambiables en el sentido de que no quepa la “especialización” de unos en ser siempre donatarios o donantes. De esta idea se derivan, al menos dos.
La primera es que las probabilidades de comportamientos aparentemente altruistas entre los miembros de una especie (recuérdese, las relaciones simbióticas tienen lugar, en la naturaleza, entre miembros de especies distintas como atestiguan los ejemplos expuestos más arriba) exige altos niveles de dependencia recíproca entre los miembros de la especie, más allá de la cooperación necesaria para la reproducción sexual. De ahí que sean los animales que viven juntos en número elevado los que presenten más conductas aparentemente altruistas y de ahí, probablemente, que se formen organismos más complejos a partir de individuos más simples (transiciones).
La segunda es que, como sugiere Tomasello, la cooperación mutualista se desarrollará, sobre todo, en relación con la alimentación (y, me atrevo a añadir, la diversión y el placer). Obsérvese que Tomasello parte de las relaciones mutualistas de dos individuos humanos que “celebran” un contrato de sociedad entre ellos dos (relaciones diádicas) para aumentar la captura de alimento en la seguridad de que repartirán el fruto de su colaboración equitativamente (por qué el reparto es equitativo deriva de la equivalencia entre los compañeros en su aportación a la empresa común: “si somos equivalentes en el proceso cooperativo, entonces merecemos el mismo tratamiento y la misma parte en los beneficios”). Este tipo de cooperación es más intensa que la que resulta de una relación mutualista entre dos miembros de la misma especie y “comunidad” de murciélagos, por ejemplo. Los murciélagos no cazan en común, simplemente, se aseguran recíprocamente frente al riesgo de la varianza en la captura diaria. Los seres humanos primitivos de los que habla Tomasello constituyen una sociedad para ser más eficaces en la obtención de alimento (joint intentionality, joint commitment, self-other partner equivalence). Tomasello habla de que hay un acuerdo explícito entre los dos compañeros de caza y recolección. La búsqueda de alimentos ocupaba, probablemente, la mayor parte del tiempo, de manera que la selección natural tenía más oportunidades de actuar sobre esa actividad, si realizada en común, que sobre otros comportamientos. Pero la reciprocidad debió desarrollarse extraordinariamente en forma de trueque diferido de comida.
Como bien explica Tomasello, hay que distinguir el nivel evolutivo y el nivel psicológico. En el nivel evolutivo, la interdependencia es suficiente para explicar las conductas altruistas. Naturalmente, éstas no se producen porque exista un mecanismo psicológico que lleve a los individuos a realizarlas pero si es razonable afirmar que, una vez bien establecida la conducta altruista, acabe desarrollándose el mecanismo psicológico correspondiente:
“Por ejemplo, un individuo puede ayudar a su compañero porque sabe que, de esa forma, avanza el logro del objetivo común o puede ayudarle porque sabe que es importante para su propia supervivencia o adaptación al medio (por ej., a su pareja sexual) o para mantener su reputación en el grupo. Si yuxtaponemos los niveles psicológico y evolutivo terminológicamente, entonces, podemos llamar a tales conductas estratégico-adaptativas, en la medida en que son egoístas y, por tanto, no pueden calificarse de morales en ninguno de los dos niveles (psicológico y evolutivo).
Cuando las conductas altruistas – ayuda al otro – se realizan sin ningún cálculo estratégico, por ejemplo, cuando los niños de muy corta edad ayudan a sus compañeros de juego,
“cualquiera diría que significa que los niños se comportan así movidos por la simpatía o la moralidad. Si el origen evolutivo de tal conducta altruista es la interdependencia, entonces, estas conductas benefician evolutivamente al que las lleva a cabo, aunque el individuo no lo sepa… Son conductas adaptadas. La primera forma en la que la interdependencia ayuda a explicar los orígenes evolutivos de la psicología moral humana, por tanto, puede ser considerada una versión de lo que algunos han considerado un <<error>>, en el sentido de que el individuo cree que está actuando movido por una preocupación genuina por el otro cuando, en realidad, en el nivel evolutivo, se está beneficiando de tal conducta”.
La frase que hemos destacado es crucial para entender por qué el desarrollo económico y el “gran enriquecimiento” de la Humanidad se debe tanto a la creación de mercados donde agentes independientes entre sí intercambian lo que han producido, sin sujeción a más reglas morales que las de evitar la violencia y el engaño, como a la asociación para perseguir metas u objetivos comunes por parte de seres morales. La moral – la preocupación por el bienestar del compañero, del socius, del sodalis – es la gran herramienta que la evolución nos ha proporcionado para obtener las ventajas de las economías de escala y la producción conjunta. Lo que sólo puede conseguirse “en compañía de otros” exige compañeros morales y, antes que eso, compañeros que dependan de uno tanto como uno depende de ellos. Sólo así el grupo puede funcionar como un individuo y, por tanto, lograr lo que un individuo racional y egoísta lograría: maximizar su utilidad.
Tomasello se ocupa de esta cuestión en la Conclusión de su libro: los mercados son
“instituciones cooperativas culturales… que, paradójicamente, autorizan a los que participan en ellos a perseguir la ganancia personal y excluir cualquier otra cosa de su conducta… Sólo si uno desprecia el contexto institucional-cultural de la conducta humana puede alucinar y poner el carro competitivo delante de los bueyes cooperativos…
En realidad, como he explicado en otra entrada, los mercados no son un «carro competitivo», sino cooperativo. Pero tiene razón Tomasello cuando añade que
los seres humanos tienen capacidad para actuar en el propio interés y, a menudo, lo hacen. Pero, muy a menudo, incluso desde muy corta edad, se preocupan sinceramente por el bienestar de los demás sin hacer cálculos estratégicos: ayudan a otros a conseguir sus objetivos, reparten los recursos equitativamente, se comprometen conjuntamente y piden permiso para romper los compromisos, actúan en interés del grupo o del “nosotros”, hacen cumplir las normas sociales a terceros sobre la base de su preocupación por el bienestar del grupo y tienen emociones morales sinceras, desde la simpatía a la culpa pasando por el resentimiento o la lealtad, que no surgen de cálculos autointeresados.
Cuánto espacio tengan en nuestras sociedades el mercado y los intercambios guiados por los precios y exentos de reglas morales y cuánto espacio tengan las empresas asociativas entre individuos que requieren de reglas morales internalizadas depende, en parte de decisiones colectivas. Pero depende también de las ganancias respectivas que generan para los humanos. Las de la especialización y la división del trabajo los mercados y las de la felicidad, el desarrollo de la personalidad y, más prosaicamente, las economías de escala, las asociaciones.
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