Por Jesús Alfaro Águila-Real

 

A propósito de Herbert Gintis, Carel van Schaik and Christopher Boehm, Zoon Politikon: The Evolutionary Origins of HumanSocio-political Systems, 2018

 

“Queremos la igualdad porque es la condición del bien de la sociedad. Cuando las cargas están desigualmente repartidas entre los miembros de la comunidad, no es el más gravado el único que padece, sufre toda la sociedad, el eje social está fuera de su lugar, destruido el equilibrio, y la lucha para volver a repartirlas es inmediata – una lucha llena de amenazas para el orden social existente… es por tanto el interés práctico de la existencia y de la prosperidad de la sociedad quien somete ésta al principio de igualdad”.

Rudolf Ihering, El fin en el Derecho

 

“Once one band, somewhere, invented an egalitarian order, this radical change in social ways of doing things would become visible to its neighbors. The advantages would have been evident wherever subordinates were ambivalent about being dominated, particularly in bands with very aggressive bullies. Furthermore, the advantages of well-equalized variance reduction would have been obvious to members of despotic bands whose alpha types could be counted on to monopolize meat just when it was scarce. One would expect a gradual cultural diffusion to take place, with attractive egalitarian traditions replacing despotic ones locally. During periods of scarcity-driven migration, bands surely were mixed around a great deal, as they followed their individual strategies in coping with climatic changes. . . . The statistical chances of a despotic band’s coming into contact with an egalitarian band would have increased, and as a result the rate of cultural diffusion would have been accelerated. Over time, migration patterns over longer distances could have fairly rapidly spread this political invention from one continent to another.”

Christopher Boehm, Hierarchy in The Forest

“Mantenerse en la cúspide es un acto de equilibrio entre afirmar la propia dominancia, tener contentos a los aliados y evitar que la masa se rebele”

Frans de Waal

 

La distinción entre jerarquías de dominación y jerarquías productivas ha recibido recientemente un apoyo importante entre los que tratan de explicar científicamente las sociedades humanas y, en concreto, la organización política de los grupos humanos. Si las jerarquías en los grupos humanos son productivas y no de dominación, la organización política de las sociedades humanas será igualitaria con elevados niveles de acción colectiva y cooperación y con adopción de decisiones por consenso. En este sentido, Gintis/Van Chaik y Boehm han propuesto recientemente una explicación de la organización social humana basada en cuatro caracteres físicos o culturales relevantes a estos efectos: el bipedismo, la crianza cooperativa por ambos sexos de las crías, el cocinado de los alimentos – posibilitado por el control del fuego – con los cambios dietéticos y sociales asociados – y la fabricación de armas mortales. Estas características genéticas y estas innovaciones culturales condicionaron decisivamente la organización social de los grupos de homínidos y del homo sapiens hasta la aparición de la agricultura en el sentido de que hicieron desaparecer la organización jerárquica de dominación con un macho alfa en la cúspide que disfruta de la mayor parte de los recursos (compañeros sexuales y alimento) que es la forma de organización social más frecuente en los demás primates y la sustituyeron por jerarquías productivas en donde el liderazgo es producto de la persuasión del que pretende ser líder sobre su capacidad para mejor dirigir a éste.

El bipedalismoliberó a la línea de los homínidos de las exigencias de la vida arbórea, redujo la función locomotora de las extremidades superiores que pudieron reorientarse a objetivos de manipulación de objetos y de control de proyectiles”. Esto es una pre-condición física para la fabricación de armas mortales.

El control del fuego permitió a los homínidos, por un lado, abandonar completamente la vida arbórea

Antes del control del fuego, los humanos casi seguro que se subían a los árboles por la noche como la mayoría de los primates, como defensa contra los depredadores. Debido a que los depredadores tienen un miedo instintivo al fuego, el control del fuego permitió a los homínidos, que ya eran bípedos, abandonar la vida en los árboles casi por completo

y cocinar los alimentos lo que cambió la dieta y la anatomía humana y permitió el crecimiento del cerebro y convirtió al hominido en el más atlético de los primates. En otras especies, la caza en grupo no requiere la formación de una “ética de la equidad porque los participantes en la captura comen, simplemente, lo que pueden de la carcasa y porque los dominantes han evolucionado para tolerar que los subordinados coman también para que todos los que participan en la caza consigan alimentarse”. Pero en los demás primates no hay transporte de la pieza a un sitio central donde será cocinado. De modo que hay una condicionalidad recíproca entre cazar grandes piezas y desarrollar reglas moralistas de reparto igualitario. Sin las primeras, no hay por qué establecer las segundas. Pero sin las segundas, no hay la cooperación imprescindible – caza en grupo – para obtenerlas en primer lugar: “El fuego y el cocinado coevolucionaron así con la aparición de un orden normativo y una organización social basada en comportamientos morales”.

Por sus consecuencias sobre la organización social, los autores destacan la innovación de las armas mortales. Como explica  von Hippel:

Lanzar puede parecer trivial, especialmente si estás tratando de lanzar un disco de hockey a alguien armado con una pistola, pero en realidad, lanzar es probablemente el invento militar más importante de la historia, ya que ha permitido matar a distancia.

Sin armas mortales, a un macho de una especie de primates le resulta muy difícil matar a otro, de manera que el “equilibrio” social resultante es que el macho con más fuerza física se convierte en el macho alfa. Sin embargo, en una especie que dispone de armas mortales, la mayor fuerza física no es una ventaja insuperable. Según Woodburn (citado por Gintis et alii, Zoon Politikon)

«Las armas de caza son mortales no sólo para las piezas de caza sino también para las personas. La protección efectiva contra las emboscadas es imposible… con tales armas mortales… en circunstancias normales la posesión por parte de todos los hombres, por muy débiles, cobardes, inexpertos o socialmente ineptos, de medios para matar a cualquiera que se perciba como una amenaza para su propio bienestar. …actúa directamente como un poderoso mecanismo de nivelación o igualación social. Las desigualdades de riqueza, poder y prestigio… pueden ser peligrosas para los que carecen de medios de protección efectiva de su posición social. Los primates no humanos nunca desarrollaron armas capaces de controlar definitivamente a un macho dominante«

y las peleas entre chimpancés casi nunca acaban con la muerte de uno de ellos. Simplemente, son demasiado parejas sus fuerzas.

Wrangham añade

… la evolución del espíritu grupal humano está fuertemente influenciada por una habilidad humana única, la conspiración asesina... El hecho de que una alianza de este tipo pudiera despachar con seguridad al miembro más intimidante físicamente del grupo significaba que podía matar igualmente a cualquier otro miembro del grupo. En consecuencia, un amplio conjunto de comportamientos antisociales se convirtió en un intenso riesgo para los miembros del grupo, de tal manera que la reputación no sólo de ser un matón violento, sino también de ser un alborotador, un competidor, un portador de mala suerte o un egoísta constante, podía llevar a un individuo a ser asesinado. Esta nueva amenaza de castigar severamente el comportamiento antisocial creó un fuerte incentivo para seguir las normas en aras de la autoprotección, siempre que los costes de hacerlo no fueran demasiado altos. El resultado a largo plazo fue una selección contra el comportamiento antisocial y a favor del comportamiento prosocial, la cooperación y el conformismo, una dinámica que en última instancia favoreció los sentidos morales y otros componentes del grupismo. En resumen, el espíritu de grupo se vio favorecido cuando la evolución de la pena capital hizo que el comportamiento egoísta fuera mucho más costoso que antes»

La organización social que resulta en equilibrio en una sociedad de homínidos en la que hay armas mortales no es la de una sociedad jerarquizada sino “un sistema político igualitario en el que el grupo controla a sus líderes” y en el que “el éxito del grupo depende tanto de la habilidad de los líderes para persuadir y motivar a los seguidores como de la habilidad de estos de aceptar un proceso de decisión consensual”. La adaptación biológica de estos líderes persuasivos aumentó el valor reproductivo de rasgos como “la facilidad lingüística, la habilidad política y, en fin, la hipercognición humana”.

A lo que se añade la eliminación de los individuos más antisociales del grupo por su asesinato sistemático, lo que conduce a un elevado grado de ‘autodomesticación’ de la especie humana.

Este proceso se trastoca con la llegada de la agricultura: la acumulación de riqueza hizo posible el mantenimiento de una “jerarquía social de dominación con líderes autoritarios al frente”.

De manera que estos autores proponen explicar la organización de los grupos humanos para tomar decisiones (la política) como producto de la coevolución genes-cultura. Como los demás primates, los humanos poseen dos rasgos psicológico-sociales fundamentales: el instinto coalicional y la voluntad de dominar a otros. Estos dos rasgos, que compartimos incluso con el ancestro común a todos los primates tienen una base genética. No son un producto cultural. Lo que la co-evolución genes-cultura provocó es que las sociedades humanas, a diferencia de las de otros primates, no se organizaran jerárquicamente. Las innovaciones culturales referidas destrozaron la organización jerárquica de la sociedad que es común en los demás primates.

Este modelo de coevolución genes-cultura explicaría la psicología social de los humanos mejor que el modelo del homo oeconomicus y la idea de sometimiento a una cultura hegemónica. Este último, porque lleva demasiado poco tiempo como para que haya podido influir en nuestra psicología. Los autores utilizan la distinción de James Woodburn (1982) entre sociedades de “rendimiento inmediato” o simple y de “rendimiento aplazado”:

En la primera, los miembros del grupo obtienen un rendimiento directo de su trabajo cazando y recolectando, y la comida dura como mucho unos pocos días. Las herramientas y armas que utilizan son altamente portátiles. En las sociedades de rendimiento diferido, los individuos poseen bienes valiosos, como los medios de producción (barcos, redes, colmenas y similares), y sobre los alimentos y materiales procesados y almacenados. Estas sociedades exhiben formas de estratificación social similares a las de las sociedades modernas: jerarquías de dominio social en forma de linajes y clanes. Sin embargo, el registro fósil sugiere que sociedades humanas de rendimiento diferido son una innovación bastante reciente, que apareció hace unos 10.000 años, aunque en lugares ecológicamente adecuados puede haber existido antes (la mayoría de esos lugares están ahora por debajo del nivel del mar). De modo que el Homo sapiens evolucionó predominantemente en el contexto de los sistemas de rendimiento inmediato

Y que el modelo del homo oeconomicus porque éste se basa en el individualismo, que es una representación muy incompleta del ser humano. Tiene interés, en este sentido, que los autores digan que, como afirmación sobre la realidad, esto es, no como principio metodológico, el individualismo es simplemente incorrecto, porque las normas sociales son una propiedad emergente de la sociedad humana, irreducible a afirmaciones de nivel inferior.

Así pues, las sociedades primitivas en las que se formó la psicología humana eran profundamente igualitarias debido “a una combinación de la dependencia recíproca entre los miembros de un grupo para sobrevivir y la capacidad para castigar a los que pretendían obtener una ventaja particular. El cazador puede caer herido o enfermo y necesitar ser alimentado durante unos días. Esta fuerte interdependencia amortigua la tendencia a aprovecharse de los esfuerzos de otros, y favorece fuertes tendencias individuales hacia el igualitarismo” lo que, unido a lo que se ha dicho sobre el cocinado de los alimentos y el reparto de la carne conducen a la conclusión de que las reglas de moralidad social internalizadas debían de girar en torno a la idea de igualdad y equidad y, las tendencias que compartimos con otros primates (a formar coaliciones y a dominar a otros) nos hicieron profundamente “antijerárquicos” de modo que el liderazgo no se basará en la fortaleza física “sino más bien en la capacidad para motivar, persuadir y ayudar a la banda a alcanzar un consenso” (Hay correlación entre el individualismo y la mentalidad antijerárquica. Por ejemplo, se ha sugerido que si los europeo-occidentales tenían más facilidad, por su psicología social individualista, para cooperar con extraños y hacer de los demás vecinos y paisanos parte de la propia “familia imaginada”, es probable que fueran capaces de resistir más eficazmente frente a los gobernantes y que Europa acabara siendo la cuna y trono del gobierno limitado, el liberalismo y la democracia (v., Tanner Greer, How the Catholic Church Created Our Liberal World, The American Conservative 2018, y Tanner Greer, Taking Cross Cultural Psychology Seriously , The Scholar’s Stage 2018).

Esta capacidad para alcanzar soluciones por consenso era más valiosa entre los homínidos porque el volumen de decisiones colectivas que había que tomar era mucho mayor que entre otros primates, de forma que también lo era el liderazgo persuasivo lo que favoreció el desarrollo de habilidades cognitivas en la especie. En efecto, los individuos del grupo aceptan convertirse en seguidores y reconocer a otro como líder del grupo a pesar de las profundas tendencias antijerárquicas – resistencia a dejarse dominar – porque de esa forma se potenciaba la coordinación y cooperación a la vez que se reconoce por esos individuos que “carecen del capital físico, psicológico o social para ser líderes tienen más probabilidades de emerger como seguidorespero que convertirse en un seguidor le permitirá participar en los beneficios de la acción colectiva y la cooperación o, al menos, recibir parte de los recursos que acumula el lider.

En fin, la crianza compartida de los niños contribuyó, como la caza, a que los homínidos desarrollaran “una fuerte predisposición psicológica hacia la prosocialidad y favoreció que las normas internalizadas fueran las de la equidad”.

Estos autores concluyen diciendo que

los humanos son mucho más capaces de formar coaliciones grandes, poderosas y estables que otros primates, debido a nuestras mayores propensiones psicológicas de cooperación. Tales coaliciones también sirvieron para reforzar el orden moral, así como para promover la cooperación en la caza, la protección de los depredadores y las incursiones para atacar a otras bandas humanas”.

En el caso de la acción colectiva, lo que los miembros del grupo internalizan son los fines del grupo, es decir, actúan como si los fines del grupo fueran los propios y en ese marco, el comportamiento de los individuos es genuinamente altruista. La agricultura de cereales cambió las sociedades humanas para siempre, pero no pudo – no tuvo tiempo – de cambiar nuestra psicología.