Por Hugo Acciarri

 

Antes del 30 de noviembre de 2022 la Inteligencia Artificial (“IA”, en delante) resultaba un tema muy atractivo para la producción jurídica. Sin embargo, probablemente mucha gente que escribía o hablaba de aspectos normativos vinculados a ese campo nunca había interactuado conscientemente con un sistema de ese tipo. Su vida, seguramente, ya estaba atravesada por aquella, desde las sugerencias de un teclado predictivo hasta las opciones de streaming que aparecían en su pantalla, o perfilamientos diversos que la involucraban. Pero, hasta esa fecha, no era muy usual la interacción deliberada con un sistema de IA.

Aquel día OpenAi lanzó ChatGPT y las cosas cambiaron diametral y aceleradamente. A pocos meses del lanzamiento, muchísimas personas se convirtieron en usuarias más o menos frecuentes de aquella IA. Entre ellas, muchas vinculadas al mundo del Derecho.

Sugerí en otra oportunidad que la actitud visceral de los juristas ante los cambios tecnológicos disruptivos suele ser reactiva y defensiva. Tiende a concentrarse, intuitivamente, en sus peligros y no en sus beneficios.

Dentro de los riesgos vinculados a la educación suelen plantearse dos que parecen, paradójicamente, algo contradictorios. Por una parte, se observa que ChatGPT “inventa” autores y textos. Más generalmente, que no es veraz en muchas de sus respuestas y que falsea datos fácilmente verificables. Por otra, se afirma que escribe en un estilo y con una calidad que muy bien pueden pasar por los de una persona humana y, en lo que nos interesa, por un estudiante razonablemente bueno. Cada día se reporta que una IA aprobó un examen para tal o cual finalidad, sea para alguna asignatura universitaria, para ingresar a una asociación profesional de abogados, etc. Estos temores concluyen, muchas veces, con el diseño de mecanismos para evitar que los estudiantes accedan al sistema.
Al contrario, otra posibilidad -que me parece valiosa- va en un sentido bastante diverso: se trata, simplemente, de utilizar alguna IA suficientemente poderosa (sea ChatGPT, el nuevo Bing u otra) para fines de aprendizaje e, incluso, de evaluación.

Lejos de apuntar a aspectos teóricos complejos sobre su funcionamiento, a cuestiones éticas, o a modos de mitigar sus sesgos, la propuesta es apenas un recurso práctico y fácilmente implementable. Un instrumento que puede, como se verá a continuación, converger también hacia ese tipo de preocupaciones sustanciales.

La actividad que propongo consiste, muy sintéticamente, en lo que sigue. Dentro de un tema más general que se elija dentro de la asignatura o área (sea el delito de estelionato o estafa, la compensación económica tras el divorcio o los sesgos de la IA y los DDHH, por ejemplo) se puede proponer a cada estudiante o grupo que escoja un subtema para diseñar un prompt -la pregunta, el disparador- dirigido a la IA que se decida emplear, tendiente a que el sistema escriba un ensayo de no más de cierta longitud (unos seis u ocho mil caracteres podría ser suficiente para el pregrado).

Luego, cada estudiante o grupo deberá replicar sobre los aspectos débiles, inadecuados o incorrectos de esa primera versión del ensayo, para que el sistema de IA la mejore. Quizás como producto virtuoso de las estructuras bayesianas utilizadas en su arquitectura, una de las propiedades más interesante de los sistemas á la ChatGPT es la capacidad para revisar su respuesta y mejorar cada output dentro del mismo chat, cuando se lo corrige negativamente o se le provee nueva información.

Después de un número (tres, parece razonable) de replicas/correcciones de parte de los estudiantes, aquel ensayo que produzca la IA será tomado como producto final del sistema. Y, sobre ese producto, los estudiantes deberán identificar los aspectos inadecuados que subsisten y explicar por qué lo son. En su caso, citando las fuentes que lo demuestren. Es posible imaginar muchas variantes para mejorar este esquema básico.

Una actividad tal puede ser evaluativa o bien, constituir un trabajo práctico que habilite, en su instancia final, una discusión colectiva sobre el tema sustancial, sobre el proceso de escritura y reformulación del texto y sobre aquellos aspectos que merecieron revisión.

Como puede advertirse fácilmente una propuesta tan sencilla y fácil de implementar (de tan escaso costo) presenta varias ventajas (beneficios). Por un lado, al contrario de divorciarlas, tiende a asociar la enseñanza a una tecnología que predeciblemente irá tomando cada vez más espacio en nuestras vidas. Luego, promueve juzgar críticamente sus productos y a la vez investigar -muy someramente o con el nivel de profundidad que se requiera- las cuestiones relevantes de los temas que se le sometan. Colateralmente, promueve, de un modo útil y pragmático, la interacción efectiva con los sistemas. Y orienta a ingresar, con naturalidad y fluidez, a la realidad empírica de un campo que merece conocerse empíricamente antes, durante y después de siquiera intentar hablar sobre sus virtudes, utilidades y peligros.


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Foto: The Anonimous Project Lee Shulman