Por Pablo García-Manzano

Hace algunos años un observador atento de la realidad, Richard Kapucinski, afirmaba como una de las certezas del mundo enloquecido en el que vivimos la ausencia de guerras en territorio europeo.

La guerra de Ucrania, que comenzó el 24 de febrero de 2022, no solo ha dejado este comentario como un ejemplo más de lo difícil que es hacer profecías acertadas, sino que se ha visto en ella un nuevo punto de inflexión desde la primera posguerra mundial.

Reticente como soy a ver cambios de paradigmas por todos lados, debo decir que en esta ocasión sí podemos hablar de una nueva etapa histórica. Y ello por la multitud de factores que concurren al cruce de caminos que se produce una vez más en Europa y por la relevancia decisiva de varios de los cambios que se dan cita en esta encrucijada.

Es siempre difícil seleccionar momentos de la realidad y convertirlos en hitos que marcan un antes y un después. Con su habitual acierto para la síntesis, José Luis Comellas publicó (antes del 11-S) una interesante monografía sobre El último cambio de siglo, en la que sugería que, a los cambios de 1789, la Revolución francesa, y de 1889, el año de fundación de la Segunda Internacional marxista, debía unirse como entrada en el siglo XXI la caída del Muro de Berlín en 1989. No le faltaba razón.

Mucho más recientemente, el atlantista Frederick Kempe, en un discurso dirigido al Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes en febrero de 2023, se refirió a tres puntos de inflexión en el siglo XX que dieron paso a sendas etapas históricas con sus peculiares características y equilibrios de poder: la primera posguerra mundial (1918-1939); la segunda posguerra mundial o Guerra Fría entre los bloques americano-OTAN y soviético (1945-1989); y, tras la caída del Muro, el período de la posguerra fría y la ampliación de la UE con la bienvenida a los Estados de la Europa del Este.

A su juicio, la guerra de Ucrania que comenzó en febrero de 2022 constituye un cuarto giro histórico, en la que incluso este último escenario parece haberse hecho pedazos. No solo por tratarse de una guerra convencional-tecnológica en pleno territorio europeo, sino por cómo se ha agravado después con la guerra palestino-israelí en Gaza y Líbano, los conflictos híbridos a lo largo y ancho del mundo… y, sobre todo, por cómo está negociándose su final con la postura de Estados Unidos de dar un paso atrás en su apoyo militar en suelo europeo y un paso adelante en su relación con la Rusia de Putin.

Europa, una vez más en su historia, necesita proteger su identidad. Esta vez la cuestión es urgente y demanda tal cantidad de esfuerzos y alianzas que existe ya un total consenso en torno a la necesidad de la defensa europea.

La defensa necesita preparación, “si vis pacem, para bellum”, y esta es la vieja idea a la que ha acudido la Comisión Europea: “readiness for 2030”. Ojalá estos cinco años sirvieran para garantizar la paz por otros muchos. Da la impresión de que la maquinaria burocrática de la Unión va a necesitar de mucho engrasamiento y no pocas excepciones para echar a rodar una auténtica maquinaria de defensa.

Las tres grandes instituciones de la Unión se han pronunciado recientemente sobre los cambios que se estiman necesarios, cada una con su propio estilo (y sus limitaciones). La Comisión publicó el Libro Blanco de la Defensa el 19 de marzo de 2025, el Consejo publicó el mismo día su propuesta de Reglamento por el que se crea el Instrumento de Acción por la Seguridad de Europa mediante el refuerzo de la industria europea de defensa (SAFE) y, una semana antes, el Parlamento emitió una Resolución sobre el Libro Blanco. Todos ellos hacían referencia a la histórica reunión del Consejo Europeo que tuvo lugar el 6 de marzo, con la presencia del presidente Zelenski.

Entre otras cosas, el Parlamento hizo hincapié en que debe prevalecer el pragmatismo, habida cuenta del gran número de prioridades y la necesidad de movilizar nuevos recursos.

Este enfoque pragmático es patente en el Libro Blanco de la Comisión, que se estructura en torno a siete grandes puntos que proporcionan un marco para el Plan ReArm Europe y exponen las razones para un aumento de la inversión europea en defensa:

  • una industria europea de defensa fuerte y competitiva (incluyendo el fomento de la demanda agregada y la adopción del programa de Industria Europea para la Defensa, EDIP, antes de verano), en línea con el refuerzo de la base industrial y tecnológica europea (EDTIB por sus siglas en inglés European Defence Technology Industrial Base);
  • la determinación de las 7 áreas de capacidad crítica (defensa área y antimisiles; sistemas de artillería; municiones y misiles; drones y sistemas antidrones; movilidad militar que pretende construirse como auténtica logística en torno a puertos, aeropuertos y corredores terrestres; IA, cuántica, ciberguerra y guerra electrónica; protección de infraestructuras críticas);
  • el apoyo directo a la industria de defensa en Ucrania;
  • una inversión en defensa masiva y sostenida tanto pública como privada, de la que forma parte el citado instrumento SAFE que otorgará préstamos respaldados por el Presupuesto de la UE con un máximo de 150.000 millones de euros; la activación de la cláusula de salvaguardia del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (prevista para finales de abril de 2025) que permitirá a los Estados un aumento adicional del 1.5% hasta alcanzar los 800.000 millones de euros en los próximos 4 años; la duplicación de la inversión anual de BEI en materia de defensa (hasta los 2.000 millones de euros) o la flexibilización de la política de cohesión, entre otros;
  • el lanzamiento de un paquete ómnibus en defensa, previsto para junio de este año, que comprenderá la flexibilización de los mecanismos de contratación pública en materia de defensa y seguridad (sobre la base del EDIRPA por las siglas en inglés de European Defence Industry Through Common Procurement, Reglamento (UE) 2023/2418, del Parlamento Europeo y del Consejo, de 18 octubre de 2023 por el que se establece un instrumento para el refuerzo de la industria europea de defensa mediante las adquisiciones en común), así como otras medidas de simplificación legislativa;
  • la transformación de la defensa mediante la innovación disruptiva, acelerando la transformación de la cadena de suministro de defensa (FAST) con la previsión de aprobar una hoja de ruta tecnológica (con foco en IA y cuántica) para finales de 2025 y la potenciación de capacidades tecnológicas avanzadas de doble uso; y
  • finalmente, el reforzamiento de alianzas con socios estratégicos como la OTAN, Canadá, Reino Unido o Noruega, y el necesario y cada vez más dificultoso fomento del diálogo bilateral con los EEUU.

En suma, un reto existencial para la Unión Europea y sus capacidades de defensa y seguridad (como remarca el Reglamento SAFE), con unos tiempos y objetivos bien marcados a los que España debe ajustarse con decisión tal y como lo demanda esta ocasión histórica.


Foto: Maribel Alarcón