Por Pablo Salvador Coderch
Michigan v. Environmental Protection Agency
El caso citado en el título de este post fue resuelto por el Tribunal Supremo federal de los Estados Unidos de América el pasado 29 de junio de 2015. La cuestión de derecho planteada ante el Tribunal era si el análisis de los costes y beneficios derivados de la aplicación de una ley medioambiental determinada había de realizarse en primer lugar, al inicio mismo del proceso regulatorio de desarrollo de la ley, o más tarde, en ulterior lugar.
La mayoría, en ponencia del juez Nino Scalia, resolvió que, en el caso, la economía ocupaba, ex aequo con otras métricas, el primer lugar. La minoría, en voto particular de la juez Elena Kagan, sostuvo que la economía ocupaba por supuesto un lugar, pero no necesariamente el primero.
A nadie se le ocurrió que la economía no ocupaba ningún lugar en la interpretación jurídica de los artículos relevantes de la ley: el caso es estadounidense, no europeo. Voy a él.
La Clean Air Act, una ley federal, encarga a la Environmental Protection Agency (EPA), la agencia regulatoria del medio ambiente, la regulación de las emisiones polucionantes de las centrales de producción de energía eléctrica. Al efecto, la Agencia ha de sustanciar, en un estudio sobre los riesgos a la salud pública, que tal regulación es “apropiada y necesaria”. En el caso, la EPA declinó incluir en su estudio previo sobre emisiones de centrales eléctricas alimentadas con combustibles fósiles un análisis sobre los costes y beneficios de las alternativas regulatorias planteadas.
El estado de Michigan y otros 23 estados, discrepando de tal negativa, demandaron ante la jurisdicción federal a la EPA. Un tribunal federal de apelaciones confirmó la resolución de la Agencia y los estados reclamantes acudieron al Tribunal Supremo. Este accedió a revisar el caso y les dio la razón.
Inciso: según el estándar tradicional de evaluación de un reglamento en su relación con la ley, los jueces federales americanos defieren siempre a la agencia reguladora si su reglamento cae dentro de los límites razonables de la interpretación de la ley. Es la doctrina Chevron, aplicada desde hace más de treinta años y que, aunque limada recientemente, sigue en vigor.
Por la mayoría, Scalia interpretó las palabras de la ley “apropiado y necesario” en el sentido de que, cuando menos “requieren prestar algún tipo de consideración al coste”: ninguna regulación, esgrimió, es “apropiada” si genera claramente más males que bienes. Si la EPA tuviera razón, añadía, cualquiera podría decidir que es “apropiado” comprar un Ferrari sin parar mientes en su coste.
Elena Kagan, una magistrada de fuste y antigua decana de la facultad de derecho de Harvard, discrepó, arrastrando a su voto particular a otros tres magistrados. A Kagan no se le ocurrió, con todo –estamos en USA— defender que la EPA podía prescindir de toda consideración sobre costes y beneficios. Su tesis era más modesta: estuvo de acuerdo con Scalia en que una interpretación maximalista, refractaria a cualquier tipo de análisis económico del derecho, habría sido absolutamente irrazonable. Pero tal análisis procedía en segundo o tercer lugar: en el primero, la Agencia, según la ley, había de basarse solo en la cantidad de partículas polucionantes emitidas y en sus efectos sobre la salud y en el medio ambiente. La palabra “apropiado” requiere siempre de un contexto y, en el caso, tal contexto era la afectación de la salud y del medio. A los costes habría que atender, por supuesto, pero después, aunque cuándo es ese después es algo que el voto particular no deja muy claro.
Kagan es fundamentalmente una profesora. Scalia, un esgrimista de la lengua inglesa: la metáfora scaliniana del Ferrari, objeta Kagan, es ocurrente, pero absolutamente inútil (“witty but wholly inapt”). Para empezar, escribe, las limitaciones a las emisiones contaminantes no son bienes de lujo, sino medidas de seguridad; además, la experiencia y conocimiento de la EPA le permitirá adquirir el bien de que se trata en condiciones económicamente ventajosas. Una analogía mejor, añade, es la del propietario de un coche que decide, sin antes haber mirado precios, que es “apropiado y necesario” cambiar las gastadas pastillas del freno de su automóvil, que luego ya tendrá tiempo para comparar precios. La metáfora de Kagan es algo útil, pero muy poco ocurrente: quizás es bueno soñar un momento antes de empezar a contar. Quizás. Usted verá.