Por Quentin Skinner

 

Extractos de Judicial Rhetoric in The Merchant of Venice, From Humanism to Hobbes Studies in Rhetoric and Politics, 2018

En la entrada en el Almacén de Derecho en la que reproduje unos párrafos de Ihering sobre esta misma obra de Shakespeare se concluía que para entender el razonamiento de Ihering es fundamental distinguir entre la declaración del derecho de Shylock a cobrar su deuda (la condena a Antonio a pagar) y la ejecución de dicha declaración judicial / condena. Lo que dice Ihering es que la cuestión acerca de la moralidad de la reclamación de Shylock debería haberse ventilado, no en el proceso ejecutivo (cuando se obliga a Antonio a «entregar» una libra de su carne) sino en la fase de declaración del derecho de Shylock y la condena a Antonio a cumplir con lo prometido. Es en esta fase en la que debería haberse comprobado si la reclamación de Shylock del cumplimiento en especie o in natura de su crédito era contrario a la moral y, por tanto, inejecutable. No en la fase de ejecución. En ésta, es absurdo exigir a Shylock que no derrame una gota de sangre o que corte exactamente una libra de la carne de Antonio.

Recuérdese que el proceso romano estaba dividido en esas dos fases. En lo que sigue, Skinner explica que Shakespeare no se inspiró en los casos o el Derecho de su época, sino que utilizó viejas historias sobre judíos que querían cortar una libra de carne de un cristiano para transformar en poesía la retórica forense de Cicerón en La invención retórica, texto que Skinner dice que debió tener en su mesa Shakespeare cuando escribió El Mercader de Venecia (en adelante, EMV). Skinner rechaza las interpretaciones «contemporáneas» de EMV que opondrían la rigidez del common law a la ‘misericordia’ y equidad de la jurisdicción de la Chancery (equity) y nos explica cómo el procedimiento ante el Dux responde milimétricamente a las reglas que Cicerón da sobre cómo llevar adelante un pleito. 

…………………………

.. Según Cicerón, “constitutio es el nombre que damos a la quaestio de la que nace la causa”.  Uno puede verse implicado en una constitutio iuridicalis o causa jurídica, en la que la cuestión en disputa es si una determinada acción se ha ejercido recte iure (correcta y legalmente)… Puede incluso sostener que su causa es absoluta. “Aquí la cuestión sobre qué es ius y qué lo contraría estará contenida en la propia alegación”.

En cuanto Shylock es llamado al tribunal, deja claro que considera que su causa es una constitutio iuridicalis, y al mismo tiempo de carácter absoluto… a la indignada pregunta del duque: “¿Cómo esperas misericordia si no la das?”… Shylock responde: “¿Qué juicio debo temer si no he hecho mal?”… su causa es justa, y… simplemente está reclamando lo que le corresponde por derecho.

…  Según la tradición retórica romana, de cualquiera cuya causa sea a la vez jurídica y absoluta debe esperarse que persiga sus derechos con total firmeza. Como dice Cicerón, “estas son causas en las que se busca una recompensa o una pena conforme a lo que es equitativo y justo”, y debemos suponer que todos los demandantes desean por igual alcanzar esos resultados. La raza y la religión de Shylock no son relevantes, o al menos no lo son en este momento del juicio.

Si tienes suerte, puede que te toque intervenir en una causa honesta… aquella “que puede esperarse que despierte de inmediato la simpatía del auditorio, sin necesidad siquiera de pronunciar un discurso al respecto”… Una segunda posibilidad… es que tu causa sea en parte honesta y en parte turpis por su naturaleza… (Pero)  …  tanto Cicerón como Quintiliano contemplan una posibilidad adicional: que tu causa sea admirabilis. Según los diccionarios latinos-ingleses, calificar una intervención como admirabilis equivale a considerarla “maravillosa, digna de asombro” y, por tanto, “extraña”. Por ejemplo, cuando hablamos en forma paradójica, decimos algo “extraño y contrario a la opinión de la mayoría”, lo que lo convierte en “algo maravilloso, asombroso y extraño de oír”. Hablar de una causa extraña es, por tanto, referirse a un alegato que a la mayoría le parecerá asombroso que sea planteado ante un tribunal.

Cicerón advierte que es difícil defender causas extrañas con alguna expectativa de éxito, porque “las mentes de quienes están a punto de escucharte estarán predispuestas en contra” de tu posición…

¿Cómo debe clasificarse entonces la causa de Shylock? Ya encontramos la respuesta en una de las fuentes de Shakespeare: la historia de Alexander Silvayn en The Orator (traducida por Lazarus Piot en 1596), sobre “un judío que, por una deuda, exigía una libra de carne de un cristiano”. Allí, la causa del judío se describe como “admirable” y “extraña”. Quintiliano, en su discusión sobre las causas extrañas, las caracteriza como “aquellas que se apartan de la opinión de todos los hombres”, y en su discurso inicial el Dogo parece hacerse eco de esta idea. No solo se refiere a la “extraña y aparente crueldad” de Shylock, sino que concluye declarando que tal inhumanidad es tan extraña que cualquiera en el mundo, incluso los turcos y los tártaros, estaría obligado a rechazarla. Esta forma de pensar sobre la causa de Shylock se confirma posteriormente cuando Porcia se dirige a él por primera vez:

PORCIA: ¿Te llamas Shylock?
SHYLOCK: Shylock es mi nombre.
PORCIA: De naturaleza extraña es la demanda que persigues.

Porcia está de acuerdo con el Dogo en que la causa de Shylock solo puede clasificarse como una causa admirabilis, una extraña demanda… Cicerón había aconsejado que, si uno decide desarrollar una causa extraña con un estilo “directo”, debe comenzar ofreciendo “una razón extremadamente poderosa en apoyo de su causa”. Shylock parece reconocer que eso es lo que se espera de él:

Me preguntaréis por qué prefiero tener
una libra de carne corrompida antes que recibir
tres mil ducados.”  (TLN 1848–50, p. 500 [4.1.40–42])

Sin embargo, su respuesta es que no hay ninguna razón particular para su preferencia, y que no está obligado a dar ninguna. Refuerza su postura con una serie de comparaciones:

Hay hombres que no soportan ver un cerdo chillando.
Otros enloquecen si ven un gato.
Y otros, cuando la gaita canta con voz nasal,
no pueden contener la orina.

Como hemos visto, Cicerón advierte que, si uno se empeña en defender una causa extraña… corre el riesgo de ser tratado como alienus… describir a alguien con ese término era sugerir que es “de otra clase” y “no uno de los nuestros”; es decir, que es extranjero o ajeno a la humanidad. Así es como el Dogo responde a Shylock al comienzo del juicio, describiéndolo ante Antonio como “un infame inhumano, / Incapaz de piedad”. La pena inmediata que Shylock recibe por exigir que se escuche su causa extraña es que todos lo consideran como “no uno de los nuestros”.

Porcia reconoce que la causa de Shylock es jurídica: los hechos relativos al contrato no están en disputa; la única cuestión es qué prescriben el Derecho. También acepta que la pretensión de Shylock es absoluta: simplemente está reclamando un derecho, y no puede ser impugnado legalmente. La única alegación que puede presentar en nombre de Antonio deberá, por tanto, ser igualmente asertiva. En otras palabras, no puede hacer más que presentar una confessio en su nombre. Tampoco puede esperar hacerlo en forma de purgatio, admitiendo que Antonio firmó el contrato pero negando que lo hiciera cum consilio (con conocimiento de causa). Antonio… consintió libremente en los términos del contrato de Shylock. Porcia no tiene entonces otra opción que ofrecer una deprecatio —una súplica directa de misericordia—, y no pierde tiempo en hacerlo:

PORCIA: ¿Confiesas la existencia del contrato?
ANTONIO: Lo confieso.
PORCIA: Entonces solo te queda encomendarte a la misericordia del judío

Como reconoce Porcia, Antonio se encuentra en la desesperada situación de un demandado que carece de defensa legal….

Ante la insistencia de que debe ser misericordioso, Shylock responde:

“¿Por qué debo serlo? Dímelo.”

… Porcia responde con su célebre discurso sobre la virtud de la misericordia como don celestial.. Porcia está reaccionando exactamente del modo que recomiendan los teóricos clásicos de la retórica procesal: si no tienes otra opción que presentar una deprecatio, debes fundamentarla tanto como sea posible en loci communes familiares y resonantes, concentrándote en temas como el valor de la misericordia y la fragilidad de la condición humana, y culminando con la afirmación de que tu propio corazón está lleno de compasión hacia los demás.

… Porcia… concluye añadiendo un argumento específicamente cristiano, también muy frecuente en las compilaciones isabelinas de loci communes. El argumento sostiene que, si pedimos justicia en lugar de misericordia, no podemos esperar la salvación. Cogan habla de aquel “que no muestra misericordia” y pregunta “¿cómo se atreve a pedir perdón por sus pecados?”; Larke nos recuerda que “Nuestro Señor Jesús dice: perdona de buen grado si quieres ser perdonado” y John Marbeck, en su Booke Of Notes and Common Places, añade que “no habrá juicio sin misericordia, porque no hay hombre vivo que pueda hallarse limpio”.

Porcia concluye su discurso repitiendo casi literalmente estas admoniciones:

“Aunque supliques justicia, ten en cuenta que si se nos aplicara a todos ninguno de nosotros se salvaría. Por eso imploramos misericordia y esa misma súplica nos demuestra que debemos también practicarla” 

El discurso de Porcia ofrece un magnífico ejemplo de la capacidad de Shakespeare —muy celebrada por T. S. Eliot— para extraer gran poesía de materiales convencionales. Pero quizá no sorprenda que su argumento no cause ninguna impresión en Shylock, especialmente porque sus loci communes son de procedencia enteramente clásica y cristiana. Sin duda, esto es lo que el público original de Shakespeare habría esperado, pero no está claro por qué tales exhortaciones deberían tener peso para alguien que no profesa la fe cristiana…

Porcia le pide ahora a Shylock: “Te ruego que me dejes ver el contrato. Con ello, está indicando que la cuestión en disputa no es exclusivamente iuridicalis, es decir, no se trata solo de determinar si la pretensión de Shylock se ajusta a la ley y al derecho; también es negotialis, una cuestión de cómo debe interpretarse un documento concreto…

Al principio, este cambio de perspectiva no parece alterar nada. En cuanto Porcia examina el contrato, declara:

Este contrato es válido,
y legalmente el judío puede reclamar
una libra de carne, que él mismo ha de cortar
cerca del corazón del mercader.

Por ello, hace un último intento: “Sé misericordioso, / acepta el triple del dinero, déjame romper el contrato.” Pero Shylock responde como antes, exigiendo justicia conforme a los términos del acuerdo:

Os lo exijo por la ley,
de la cual sois un pilar merecedor,
proceded al juicio: por mi alma juro
que no hay poder en lengua humana
que me haga cambiar. Me mantengo en mi contrato.

Antonio ahora repite la exigencia de juicio, y Porcia responde pronunciando su veredicto:

Pues bien, así es:
debes preparar tu pecho para su cuchillo.

Shylock no puede resistirse a una exclamación triunfal:

“¡Oh noble juez, oh excelente joven!”

Pero a estas alturas, muchos miembros del público original de Shakespeare sin duda estarían negando con la cabeza. Para cualquiera instruido en la ars rhetorica clásica, la exclamación de Shylock habría parecido prematura e imprudente. Parece no darse cuenta de que, si la cuestión ahora ante el tribunal surge de una constitutio negotialis, y por tanto trata sobre cómo debe interpretarse el texto de su contrato, deberá proceder con mucho cuidado al enfrentarse a las dos preguntas inevitables.

La primera es si debe basarse exclusivamente en el tenor literal del contrato,

en las verba ipsa, “las palabras mismas” del contrato, o si debe apelar también a la sententia scriptoris, es decir, a las intenciones y propósitos subyacentes al texto. Porcia se cuida siempre de mantener un equilibrio entre ambas. Cuando inicialmente reconoce la validez legal del contrato de Shylock, lo hace en parte porque la redacción precisa así lo exige, pero también porque la intención subyacente de la ley pertinente lo hace aplicable al caso:

Porque la intención y el propósito de la ley
guardan plena relación con la pena,
que aquí aparece como debida según el contrato.

Más adelante reafirma la importancia de esos propósitos subyacentes cuando ordena a Shylock: “Ten a mano un cirujano, Shylock, a tu cargo, / para detener la hemorragia, no sea que muera desangrado.”Aunque reconoce que este requisito no está expresamente mencionado en el contrato, sostiene que no es lo único que debe tenerse en cuenta: “No está así expresado, ¿y qué? / Sería bueno que lo hicieras por caridad.” Aunque el contrato no dice nada explícito sobre la necesidad de este grado de humanidad, es algo demasiado evidente como para requerir explicación… Shylock responde insistiendo una vez más en la literalidad del contrato. Su razón para ignorar la petición es que tal requisito no aparece en el texto: “No lo encuentro, no está en el contrato».

Shylock insiste siempre en la literalidad exacta de su contrato y nada más: “Me mantengo en mi contrato.” Cuando Porcia declara que eso le permite cortar una libra de carne “cerca del corazón del mercader” él saborea la precisión de su formulación, citando incluso la fórmula de Cicerón sobre “las palabras mismas”:

Sí, su pecho,
así lo dice el contrato, ¿no es cierto, noble juez?
Cerca de su corazón, esas son las palabras exactas.

Para el público original de Shakespeare, esta preferencia de Shylock habría parecido típicamente judía. Encontramos esta suposición, por ejemplo, en el Examination of Men’s Wits de Juan Huarte (1594), donde se advierte que “las palabras de la ley no deben tomarse a la manera judía, es decir, interpretando solo la letra”. No solo debemos “tener presentes las palabras formales”, sino también “añadir o quitar lo que la ley misma no expresa”… las categorías de la retórica forense se utilizan aquí para subrayar su identidad ajena y específicamente judía.

Añadir algo no expresado en su contrato está muy lejos del instinto de Shylock, pero pronto descubre que habría hecho bien en seguir ese consejo. En cuanto le dice a Porcia: “Te ruego que dictes sentencia”, se le hace ver que, al pedir que se consideren únicamente las palabras de su contrato, ha cometido un error desastroso. Porcia reitera su sentencia, presentándola en dos partes. Primero concede a Shylock su libra de carne:

El tribunal la concede, y la ley la otorga…
Y debes cortar esta carne de su pecho,
la ley lo permite, y el tribunal lo concede.

La compleja construcción retórica de Porcia —tribunal/concede/ley/ley/tribunal/concede— acentúa la aparente firmeza de su veredicto, y Shylock se vuelve de inmediato hacia Antonio: “Ven, prepárate.” Pero Porcia lo interrumpe para pronunciar la segunda parte de su sentencia:

Espera un poco, hay algo más:
este contrato no te concede ni una gota de sangre,
las palabras expresan claramente una libra de carne.

Shylock ha pedido que se consideren únicamente las palabras de su contrato, y lo que expresan literalmente es que se le concede carne, pero nada más. La desastrosa consecuencia de su elección queda súbitamente revelada.

Shylock debería haber solicitado, además, que se valorara la sententia scriptoris, es decir, la intención del redactor. Como había explicado Cicerón, si se atiende al propósito subyacente de cualquier disposición legal, siempre se puede argumentar que “algo que resulta intrínsecamente obvio no necesita ser expresado de forma explícita”. Shylock podría haber sostenido que, dado que es intrínsecamente obvio que nadie puede cortar una libra de carne sin derramar sangre, su contrato debe entenderse como que le permite obtener sangre además de carne, porque de lo contrario le sería imposible obtener carne alguna.

De forma bastante notable, Porcia parece insinuar esta solución cuando se refiere a la relevancia de las intenciones y los propósitos. Pero evidentemente se siente segura al asumir que Shylock seguirá interpretando su contrato, en palabras de Huarte, “a la manera judía”, y esta suposición resulta acertada. Shylock queda así enfrentado al dilema de que las palabras de su contrato le permiten carne, pero no sangre.

La inmensa mayoría de los comentaristas ha considerado que este es el punto crucial del caso. Comienzan citando el verso: “Este contrato no te concede aquí ni una gota de sangre”. Luego anuncian —en una metáfora repetida hasta la saciedad— que este es el momento en que “se invierten los papeles”…. se ha vuelto “imposible” ejecutar su contrato, de modo que la pena se vuelve “inaplicable” y “no puede exigirse”. Porcia logra así la victoria mediante un simple juego verbal y un ardid.

Sin embargo, cabe argumentar que tratar este momento como decisivo es pasar por alto el elemento más esencial en la construcción del caso de Porcia. Aquí Shakespeare se aparta notablemente de sus dos fuentes principales… la historia de Alexander Silvayn en The Orator, sobre el judío “que, por una deuda, exigía una libra de carne de un cristiano”. El judío presenta su caso ante “el juez ordinario del lugar”, quien dictamina que el judío puede “cortar una libra justa de carne del cristiano”, pero que si corta más o menos, su propia cabeza será cortada». Esta sentencia sumaria se presenta como la cuestión a debatir, y el resto de la Declamación se dedica a la apelación del judío contra la sentencia y a la respuesta del cristiano. La otra fuente de Shakespeare es Il Pecorone, de Ser Giovanni Fiorentino, y en esta versión de la historia el juez también comienza declarando, por su propia autoridad, que “si tomas más o menos de una libra, haré que te corten la cabeza”. El juez añade que el contrato “no menciona el derramamiento de sangre”, y acto seguido manda llamar al verdugo “para que traiga el tajo y el hacha”, proclamando que “si veo derramarse una sola gota de sangre, te cortaré la cabeza

La segunda pregunta inevitable – dice Cicerón – es que debes tener cuidado de que tu alegato no sea impugnado o invalidado por la existencia de una lex contraria,

El peligro aquí surge “cuando una ley permite u ordena que se haga algo, mientras otra lo prohíbe”. Este tipo de contradicción puede socavar fácilmente tu causa, porque tu adversario podría argumentar que la ley que respalda su posición “se ocupa de asuntos de mayor importancia” y, por tanto, debe ser la que el tribunal aplique: ¿Es posible que exista una lex contraria que impugne la validez jurídica del contrato en su conjunto?

Es evidente, por la forma en que presenta su caso… que es una pregunta que Shylock no se ha planteado. Pero, como Porcia se dispone a revelar a continuación, en efecto existe una lex contraria —o más bien, dos leges contrariae distintas— que se interponen en el camino de Shylock.

La primera está destinada a disuadir de cometer actos de violencia contra cristianos en Venecia. Porcia cita las disposiciones pertinentes:

Toma entonces tu contrato, toma tu libra de carne,
pero si al cortarla derramas
una sola gota de sangre cristiana, tus tierras y bienes
serán, por las leyes de Venecia, confiscados
por el Estado de Venecia.

Shylock queda atónito: “¿Esa es la ley?”. Resulta extraordinario que no conociera una legislación expresamente diseñada para proteger a los ciudadanos cristianos de Venecia contra la violencia…

Es la falta de atención de Shylock al consejo de Cicerón lo que permite a Porcia triunfar sobre él. Como ella misma reconoce a lo largo del juicio, la ley en Venecia protege a los extranjeros, de modo que Shylock tiene derechos privados que el tribunal debe respetar. Pero tales derechos están subordinados al derecho público, y por tanto a las disposiciones de leyes estatales como la que protege a los cristianos del daño

Por tanto, es engañoso tratar la observación de Porcia —de que el contrato de Shylock le concede carne pero no sangre— como el punto de inflexión del juicio, basándose en que ello hace imposible ejecutar el contrato. Shylock aún puede insistir en sus términos, y Porcia lo insta a hacerlo: “Toma entonces tu contrato, toma tu libra de carne. Pero si lo hace, estará obligado a pagar la pena por infringir la ley contraria pertinente, y perderá su patrimonio. La razón por la que este momento marca el verdadero punto de inflexión es que Porcia ha adivinado correctamente que, en cuanto Shylock conozca la pena, la considerará demasiado severa como para seguir adelante. Su contrato no es inaplicable; más bien, el efecto de la lex contraria es hacer que él decida no ejecutarlo.

La cuestión a la que Shylock se refiere aquí —la quaestio que había planteado ante el tribunal— era si debía permitírsele ejecutar la cláusula penal de su contrato. Con su propia decisión de no ejecutarlo, la quaestio queda resuelta. No hay nada más que decir, como él mismo reconoce…

Sin embargo, para Porcia, aún queda mucho por decir. Ahora informa a Shylock de que existe una segunda lex contraria… la que está específicamente diseñada para impedir que extranjeros como Shylock conspiren, incluso de forma indirecta, contra la vida de cualquier ciudadano veneciano:

Espera, judío, la ley aún tiene otra consecuencia para ti. Está establecido en las leyes de Venecia que si se prueba que un extranjero por medios directos o indirectos ha intentado atentar contra la vida de un ciudadano, la parte contra la que ha conspirado podrá incautar la mitad de sus bienes, y la otra mitad irá al tesoro público y la vida del infractor quedará a merced únicamente del Dogo, sin que nadie más pueda intervenir. Y en tal situación, digo, te encuentras tú.

La primera lex contraria no cuestionaba el derecho de Shylock a su libra de carne; simplemente activaba una pena tan severa que lo llevaba a decidir no ejecutarlo. Pero esta segunda lex contraria pone en duda la legalidad misma del contrato, ya que implica un atentado indirecto, por parte de un extranjero, contra la vida de un ciudadano veneciano. Mientras que el efecto de la primera ley era simplemente dejar a Shylock con las manos vacías, el efecto de la segunda es condenarlo por un delito capital.

Resulta aún más extraordinario que Shylock no conociera una ley expresamente diseñada para proteger a los ciudadanos venecianos de las maquinaciones de extranjeros como él. Pero ante este nuevo embate no tiene defensa posible y queda paralizado por el asombro. El Dogo le perdona la vida, y Antonio anuncia que se dará por satisfecho si Shylock conserva la mitad de sus bienes —la parte que habría sido confiscada por el Estado—, con la condición de que se cumplan tres exigencias: que Shylock, en su testamento, legue esa mitad a Lorenzo y Jessica; que la mitad que le corresponde a Antonio pase también a Lorenzo; y que Shylock se convierta de inmediato al cristianismo. Si se aceptan estos términos, dice Antonio, él se dará por satisfecho.

Porcia pregunta entonces: “¿Estás conforme, judío?” Shylock ha perdido la mitad de su patrimonio y su lugar en la comunidad, pero no tiene otra opción que repetir las palabras de Antonio: “Estoy conforme.” No hay forma de escapar a la fuerza de las leyes contrarias.


La foto la hemos tomado de esta entrevista al autor publicada por la Oxford Political Review.