Por Emanuela Fronza
«No se vive de lamentaciones, se vive de proyectos«, le gustaba repetir a Mireille Delmas-Marty.
El 12 de febrero de 2022, a última hora de la mañana, Mireille Delmas-Marty nos dejó. Desde Saint-Germain-Laval, en los Monts du Forez, rodeada de sus amigos y sus libros, había afrontado la situación con valentía. Ella había aceptado suavemente los límites de nuestra humanidad, sin dejar de alimentar los proyectos. Hasta el final vivió como una humanista.
En un cuerpo delgado vivía una mujer de extraordinaria fuerza. Su resistencia (la jornada podía transcurrir sin más interrupción que una taza de té y unas galletas) y su tenacidad eran admiradas por quienes veían a esta frágil figura poner su fuerza de trabajo al servicio del humanismo jurídico.
Profesora de derecho penal y titular de una cátedra en el Collège de France, Mireille Delmas-Marty era más que una jurista. Era una pensadora magistral, capaz de ver y hacer visible lo invisible, lo intangible, de contar el mundo con lucidez, lo que somos y nuestros posibles futuros.
A lo largo de su vida, dio forma a un pensamiento jurídico original, inspiró reformas, sugirió nuevos caminos y amplió nuestra comprensión del mundo. A lo largo de su carrera, presidió comisiones, contribuyó a instituciones como el Consejo Nacional de Ética o el Comité de Supervisión de la Oficina de Lucha contra el Fraude, dirigió innumerables proyectos de investigación colectiva y escribió más de veinte libros, traducidos a más de doce lenguas.
Era una figura intelectual cosmopolita con una delicadeza típicamente francesa. Su entusiasmo por el mundo, su pasión por los intercambios y su curiosidad intelectual la llevaron a liberarse de las fronteras físicas y disciplinarias para pensar en el derecho que aún no existía. Solía decir que los juristas eran los exploradores de «un mundo que hay que soñar para que tenga alguna posibilidad de existir definitivamente«.
Impulsada por la convicción de que el derecho sólo puede ponerse al servicio de la humanidad, puso en práctica esta visión muy pronto para reaccionar a los cambios del mundo y forjar nuevas herramientas -la Fiscalía Europea- y marcos de pensamiento -como la soberanía solidaria-. Utópica pero también realista, su espíritu pionero la llevó a explorar con pasión nociones emergentes como el delito de ecocidio. Su trayectoria ha estado marcada por su capacidad casi profética para descifrar las profundas dinámicas a las que nos enfrentamos hoy en día, como las constricciones planetarias, que ya evocó en 1992 en la que es sin duda una de sus obras maestras, «Les grands systèmes de politique criminelle», traducida además de al español, al chino y al persa.
Tras el derecho de familia, el derecho penal de los negocios y luego la política penal en los años 80, siguió observando las profundas transformaciones del derecho. Primero, con la redacción de otro de sus textos vanguardistas, «Le flou du droit», y luego con la cátedra que le fue otorgada en el Collège de France, que eligió para dedicarse a los estudios comparativos y a la internacionalización del derecho.
Mireille tenía el deseo de cambiar el mundo y el valor de trazar un rumbo, para después seguirlo con decisión. La fuerza de su imaginación le permitió ganar varias batallas, conseguir reformas y dejar su huella en el panorama institucional.
Frente a los «desórdenes» de la globalización, inspirada por el poeta Edouard Glissant, propuso apoyarse en la idea de mondialité. Pero como las palabras ya no eran suficientes, recurrió a otras lenguas para traducir sus pensamientos y transmitir su mensaje al mayor número de personas. Junto con el artista-constructor Antonio Benincà, imaginaron y crearon la Brújula de las Posibilidades, un objeto-manifiesto destinado a interpelar sobre nuestra pérdida de orientación en un mundo atravesado por vientos contrarios y a ayudarnos a encontrar el camino de la justicia y la paz social. Esta brújula está instalada en el centro cultural de Goutelas, muy cerca del lugar donde murió Mireille. Un lugar de utopías, un lugar de caminos, un lugar donde la ley y el arte se encuentran.
Mireille Delmas-Marty nos ha dejado. Ya echamos de menos la riqueza de nuestras conversaciones, nuestros debates, su cariño, su apoyo, su capacidad de escucha y su inmensa inteligencia. Pero su pensamiento sigue muy vivo, una inmensa herencia, vibrante en los que seguirán siendo lo que ella llamaba una «familia en los cuatro rincones del mundo».
Gracias Mireille por enseñarnos a caminar sin miedo, sin aceptar antinomias fáciles y abrazando la complejidad. Gracias por habernos enseñado el rigor en el análisis y el papel crucial del derecho en la fundación de la comunidad humana. Gracias sobre todo por enseñarnos que para ser jurista se necesitan sueños, alegría e imaginación.
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