Por Ana Tur-Prats y Felipe Valencia Caicedo*

 

Antes de nada, muchas gracias por su interés y su lectura cuidadosa de nuestro artículo. Al respecto nos gustaría hacer algunas precisiones, para que tanto usted como sus lectores, tengan mayor claridad sobre nuestra investigación. Esperamos de esta manera contribuir respetuosamente al debate.

Solamente un punto sobre el resumen, que consideramos excelente. Respecto a no encontrar efecto alguno de las exhumaciones que tuvieron lugar durante las últimas décadas, nos gustaría hacer una pequeña clarificación. Lo que hacemos en este ejercicio (apartado 6.1 del texto) es ver si las mediciones de confianza cambiaron antes y después de que haya habido una exhumación. Para lo cual restringimos la muestra a las exhumaciones realizadas a partir de 1998, y de hecho no encontramos ningún efecto. Econométricamente utilizamos una estrategia de “diferencias en diferencias” que sugiere que más que las exhumaciones como tal, lo importante es que las fosas funcionan como marcadores del conflicto histórico que hubo. El otro ejercicio que utilizamos para probar esta hipótesis es mirar directamente el impacto (también nulo) que pudo tener la (distancia a la) exhumación de Priaranza del Bierzo (la primera moderna, ocurrida en el año 2000, momento que marca el inicio de la última gran oleada de exhumaciones). Nuevamente este ejercicio confirma los resultados anteriores.

La calificación que hacemos sobre la Guerra Civil Española como uno de los conflictos bélicos más importantes del Siglo XX es, en efecto, subjetiva. Sin duda, fue una confrontación histórica de primer orden para España pero también en el contexto europeo, ya que sirvió como teatro de operaciones para la Segunda Guerra Mundial. Cronológicamente es la guerra más importante en Europa después de la Gran Guerra—y por supuesto—antes y menos que la Segunda Guerra Mundial, en la que no participó España. Reiteramos también que la contribución de nuestro estudio no es calcular el número de víctimas, que varios investigadores estiman fueron como mínimo medio millón de personas, una cifra para nada desestimable a nuestro modo de ver (ver, por ejemplo aquí). Casos muy sonados como los de la dictadura argentina y chilena, por ejemplo, resultaron en un número de víctimas un orden de magnitud menor.

El punto sobre un posible mayor efecto en poblaciones más pequeñas es potencialmente válido y podemos introducirlo cuando vemos efectos heterogéneos, de manera que le agradecemos la sugerencia. Esto quiere decir que el efecto real pudo haber sido inclusive mayor al que reportamos, asumiendo, por ejemplo, que algunas personas que fueron más afectadas por la represión migraron más. Cabe anotar que justamente excluimos Madrid de los análisis y que podríamos hacer exactamente lo mismo con Barcelona, como ejercicio de robustez. Sobre el grado de persistencia y transmisión generacional en el tiempo, citamos solamente el caso del antisemitismo en Alemania, que parece haber sido una constante en Alemania por 600 años, desde épocas medievales (Voigtländer y Voth, 2012).

Sin lugar a dudas que el papel de la dictadura franquista pudo haber exacerbado al efecto que observamos. En nuestro caso, las mediciones de fosas comunes capturan más a las víctimas de la guerra que las de la postguerra. Pero vemos a la dictadura como un elemento que bien pudo haber contribuido a mantener la cultura de desconfianza de la que hablamos. Justamente por eso analizamos las calles y monumentos franquistas, así como las emisiones del No-Do, en los mecanismos de transmisión (Sección 7 del texto). Pensamos que la memoria colectiva sobre la guerra es un elemento clave para explicar los efectos persistentes que observamos.

Sobre el frente de Aragón, aclaramos que no es necesario que las tropas que combatieron fuesen de allí. Lo que queremos mirar en ese apartado (sección 6.3) es justamente el impacto que pudieron tener (o no) dichas tropas, locales o foráneas, durante los casi dos años que estuvieron estacionadas allí. Primero, encontramos que de hecho causaron más represión en su respectivo bando, y que a su vez, también parece haber tenido impacto político a largo plazo. Esto lo interpretamos como el resultado de un conjunto de tratamientos: represión, propaganda política y posible convivencia con las tropas que ocuparon el territorio, que bien pudieron no ser locales. El caso es muy similar al analizado por Fontana y coautores, (2018) en Italia, donde también las tropas Nazis estuvieron solamente en el norte del país durante algunos meses.

El último punto sobre si estamos capturando divisiones existentes antes de la guerra es clave. Justamente por ello utilizamos una estrategia de identificación econométrica, en este caso de variables instrumentales, de amplio uso en economía hoy día (ver, por ejemplo). La idea básica es utilizar un “instrumento” que afecte la intensidad y la localización del conflicto, pero que no esté directamente correlacionado con la variable que queremos analizar (confianza, en nuestro caso). Como explicamos con detalle en la sección 6.2, explotamos las desviaciones de las tropas Nacionales, en su avance a Madrid, del plan inicial de ataque formulado por el General Mola. Para aislar aún más el efecto causal, restringimos el análisis a lugares que estaban cubiertos por la red de carreteras en 1931. Junto con el ejercicio de Regresión Discontinua en el Frente de Aragón, explicado anteriormente, consideramos que podemos hablar de efectos más causales y no solamente correlaciones con el conflicto.

Nuevamente agradecemos su interés y esperamos que estos comentarios hayan contribuido a aclarar algunos puntos importantes sobre nuestro trabajo.


Nota: esta entrada es la respuesta de los autores a la entrada de Jesús Alfaro en Derecho Mercantil en la que se resume y comenta el estudio de los autores titulado The Long Shadow of the Spanish Civil War (July 2020)