De cuando Ticio era un esclavo-becario y se le conocía con el sobrenombre de «Espartaco»

Fue en la cruenta época de las «prácticas». Nunca olvidará la forma en que asignaban a los «sin nombre» un nuevo dueño, a viva voz, en el foro. Nuestro esclavo protagonista, engañado por sus captores, que lo engatusaban con la idea de que en realidad era un «liberto», soñaba con ser libre algún día y convertirse en un verdadero ciudadano de Roma.
Los no remuneratis no tenían más opción que poner su conocimiento a beneficio del mejor postor. «Experiencia» era el castigador que justificaba aquella infamia dejada de la mano de Dios.

«¡Espartaco, libera a tu pueblo!», le escupían los más cobardes a nuestro protagonista para que cargase con las culpas en el caso de que la rebelión fuese fallida. Y Espartaco cumplió con su destino liderando en solitario una resistencia pacífica a golpe de: «¡No voy a hacer nada, tendré que estar aquí de cuerpo presente, pero nadie podrá controlar mi libertad
de pensamiento!».

No tenía nada más que perder que sus cadenas.

Pronto fue castigado por los cabecillas de la trata y relegado a la «fotocopiadora», donde se le da la espalda completamente a la todopoderosa «experiencia», principio y fin de todos los males de aquellas gentes. Castigo ejemplar. Mártir al servicio de la dictadura del miedo a ser novato.

Cierto día, Ticio se acercó a sus semejantes y les preguntó:
—¿De qué nos alimentaremos si no tenemos remuneración?
—Dios proveerá —decían aquellos que habían abrazado el cristianismo como forma de mitigar aquel insufrible dolor.
—Es un esfuerzo que tenemos que pasar para algún día ser como ellos —aseguraban aquellos otros que ya mostraban claros síntomas del síndrome de Estocolmo.

Y, de pronto, Ticio se dio cuenta de cuál era el camino hacia su libertad: debería retar al negrero de su jefe a una carrera de cuadrigas, como en la película Ben-Hur.
—Nos jugaremos mi sueldo y mi destino en una carrera. Tú y yo midiendo nuestras fuerzas de igual a igual, como hombres libres. Los augurios son propicios.
—Pero ¿qué dices, chaval? Léete el caso, que mañana se acaba el plazo del recurso. No estoy para bromas.
A Ticio le pusieron un cinco en las prácticas, pero, si lo hubiesen puntuado por su conciencia de los Derechos Humanos, nuestro Espartaco se hubiese llevado una matrícula de honor.


Extracto de Abel Gende/Adrián Fernández, ‘De becario a ciudadano’, Editorial Plan B.