Por Jesús Alfaro Águila-Real

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A propósito de Bo Winegard/Amanda Kirsch/Andrew Vonasch/Ben Winegard/David C. Geary, Coalitional Value Theory: an Evolutionary Approach to Understanding Culture,2020

Frente al extranjero, la emoción puede ser la de la simpatía. Frente a los demás miembros del grupo, el individuo tiene obligaciones

Tomasello

 

Introducción: lo primero fue el estatus

Hasta que inventamos el dinero, los humanos pagábamos a nuestros semejantes con sexo y estatus. Las mujeres pagaban con sexo la inversión parental de los varones y los varones seducían a las mujeres con despliegues de fuerza, habilidad e ingenio. Los varones, además, pagaban a aquellos otros varones que realizan aportaciones sobreproporcionales al “bien común” (a la res publica, a la commonwealth)  rindiendo pleitesía y reconociendo su autoridad – y, por tanto, su control sobre los recursos –  y exigiendo sometimiento por parte de aquellos que eran peores “compañeros de equipo”. Nos falta saber cómo pagaban las mujeres a otras mujeres del grupo para recibir apoyo de éstas en la crianza de los niños (¿bastaba el parentesco?).

Para obtener estatus los individuos – varones mayormente – deben demostrar que son buenos compañeros de coalición porque sólo seleccionando a los más valiosos para unirse a nuestra coalición podremos obtener el objetivo que llevó a coaligarnos: en los primeros tiempos de la evolución humana, sobrevivir en un entorno muy peligroso y, más adelante, competir, guerrear, vencer y subyugar a otras coaliciones.,

Dos conceptos centrales son, pues, el del  instinto coalicional y el de la jerarquización de las relaciones sociales. Boyer explica largo y tendido que el instinto coalicional es uno de los tres sistemas mentales más importantes de la psicología humana diseñada por la evolución junto al sistema para detectar amenazas y el sistema mental para hacer intercambios equilibrados – la posibilidad de que nos engañen se codifica como una amenaza –. Los humanos disponían de una psicología coalicional, “un conjunto de capacidades y motivaciones que hacía muy sencillo formar y mantener alianzas cohesionadas y de gran tamaño” que permitió el desarrollo de “intuiciones apropiadas para la rivalidad entre grupos muy cohesionados”. En la lucha contra otros grupos, se desarrolló la enorme capacidad humana para la acción colectiva que los humanos desplegaron en muchos otros ámbitos. Esta capacidad exige una psicología que vigile lo que hacen los otros miembros del grupo y que castigue a los gorrones o parásitos, esto es, a los que no contribuyen a la producción en común pero se aprovechan de ella. Como se verá inmediatamente, la aportación de los autores del trabajo que resumo a este esquema de Boyer es doble.

  • Por un lado, que el instinto coalicional nos ha dotado de otras habilidades (la de ser capaces de valorar si un potencial compañero “aporta valor” al grupo, a la coalición o no lo hace y la de contribuir a la unidad y estabilidad de la coalición sometiéndose voluntariamente – reconociendo estatus superior, esto es, aceptando las relaciones jerárquicas – a los compañeros que más valor aportan a la coalición y obligando a los miembros que menos aportan a “obedecer”.
  • Por otro, que este instinto coalicional ha tenido una importancia muy superior en la conformación de la psicología masculina que la femenina. Los hombres suspiran en mucha mayor medida por obtener reconocimiento social, por el poder y son “mejores” en todas aquellas actividades que puedan funcionar como señales del alto valor coalicional de un individuo. Eso explica, por ejemplo, que los hombres, en mayor medida que las mujeres, fabriquen cosas, creen obras culturales y sean más agresivos, violentos y atléticos que las mujeres.

El estatus, por su parte, es un juego de suma cero. No podemos aumentar el estatus de todos al mismo tiempo. El superior estatus social de uno es siempre a costa de que el grupo reconozca que un individuo está más arriba en la escala social que otro y los cambios en esa escala implican un cambio en la ordenación. Así ocurre con todas las “preferencias relativas” que McAdams ejemplificaba con la hormona del crecimiento. La lucha por el status es siempre una carrera armamentística. Solo puede haber un ganador. De ahí que haya sido uno de los grandes inventos de la cultura humana el de afirmar la igualdad esencial de todos los seres humanos. Afirmar la igualdad esencial de todos los miembros de una coalición es la forma de evitar que la competencia por estatus dentro del grupo se traduzca en una lucha de todos contra todos y constituye un mecanismo para asegurar el cumplimiento (“enforcement”) de las reglas que establecen las jerarquías dentro de esa sociedad. La afirmación de la igualdad de todos, hace mucho más aceptable la relación de superioridad o inferioridad porque ésta habrá de basarse en razones – méritos – y no en el puro azar, lo que la convierte en un mecanismo de enforcement mucho más eficiente que el uso de la coacción y la violencia por parte del líder como ocurre en las sociedades de animales no humanos. De ahí también que la dignidad no sea un bien “escaso”. Porque todos los humanos somos igualmente dignos no se genera un juego suma cero por tener más dignidad que el de al lado. En definitiva, afirmada la igualdad – el igual valor – de todos los seres humanos, la estructura jerárquica puede justificarse meritocráticamente: los miembros del grupo se someten voluntariamente – no coactivamente – al que ha demostrado haber prestado servicios extraordinarios al grupo.

Las jerarquías productivas – que decía Rubin – son meritocráticas. Por eso nos resulta insufrible que nos gobiernen patanes o incompetentes en general. Nuestro instinto coalicional nos hace muy “obedientes” frente al que percibimos como más competente en la realización de una tarea colectiva. Pero el mismo instinto nos hace rebelarnos contra el incompetente. De ahí que las democracias se degraden y la división social – polarización – se exacerbe cuando la coalición mayoritaria se organiza en torno a líderes que son percibidos como incapaces por las otras coaliciones presentes en una sociedad. En tal caso, la división social se acentúa y la política se vuelve sectaria. La coalición ganadora no puede ganarse el respeto de los perdedores y dedica su gestión a favorecer a los miembros de su coalición en perjuicio del interés general (populismo). Esta es, probablemente, una mejor explicación de la división política y social de las democracias contemporáneas: el sistema de selección de élites se ha deteriorado y se elige, cada vez con más frecuencia, a patanes deshonestos para gobernar, lo que los hace inaceptables para los que han perdido las elecciones que, en consecuencia, se niegan a cooperar.

¿Por qué todos los animales sociales persiguen mejorar su status, esto es, su posición en la jerarquía que organiza los grupos? Porque una posición más elevada en la jerarquía significa más y mejor acceso a los recursos disponibles o producidos por el grupo tanto en términos de compañeros sexuales – y, por tanto, descendencia – como en términos de supervivencia – acceso a los alimentos –. Los seres humanos son los únicos que establecen jerarquías “productivas”, no “extractivas”, en las que la posición de cada individuo en la jerarquía la determinan sus conocimientos o su capacidad para liderar la actividad en común que exige la organización del grupo jerárquicamente.  En las demás especies, las jerarquías son extractivas: el macho alfa absorbe buena parte de los recursos reproductivos y alimenticios del grupo. Así las cosas, una buena definición del «estatus social” de un individuo es la que lo califica como “un metarecurso” que determina quién y cuánto accede cada uno de los individuos de un grupo a los recursos cuando estos son escasos y hay competencia por ellos. Entre los animales no humanos, la fuerza física determina, a menudo, el estatus social. Entre los humanos no, porque inventamos tempranamente armas letales lo que redujo a la insignificancia la diferencia – en todo caso no muy grande – de fuerza física de unos individuos u otros. Los autores consideran, sin embargo, que la capacidad de formar coaliciones es el criterio decisivo para determinar el status de cada individuo en la jerarquía. Es cierto el poderosísimo instinto coalicional de los humanos y que, en la competencia intergrupal, suponiendo una fuerza física comparable entre ambos y un número de individuos también comparables, deben salir vencedores aquellos grupos que se coordinen-cooperen mejor entre sí (que tengan menos desertores, por ejemplo) pero los autores de este trabajo atribuyen más influencia a la capacidad de movilizar a otros a su favor que tendría el individuo que goza de un estatus social superior

“el estatus social implica influencia social y los individuos con un estatus más alto pueden dirigir más fácilmente el curso de acción que toman los demás. Esto permite movilizar a los demás en favor de uno mismo y desmovilizar a los posibles adversarios. Esencialmente, el estatus social es un recurso que permite ganar competiciones sin tener que luchar”

En función de los “recursos” que un individuo tenga, empleará una (prestigio) u otra (dominación) estrategia para ascender en la escala social. Los fuertes físicamente la dominación, los más inteligentes, el prestigio. Por las razones que Gintis y otros explican en este trabajo, las sociedades humanas primitivas – las de prácticamente toda nuestra historia evolutiva como especie – se organizaron en torno a jerarquías productivas lo que, a su vez, se tradujo en una organización social muy igualitaristas.

El instinto coalicional

Los autores argumentan, siguiendo a Pascal Boyer y otros, que la psicología humana ha desarrollado mecanismos “que permiten a los humanos – especialmente a los hombres – construir y organizar redes amplias de compañeros para conseguir fines supraindividuales”. Para que estas coaliciones sean exitosas, es importante acertar en la selección de los miembros del grupo, es decir, ser capaz de valorar la aportación marginal del nuevo compañero de coalición (recuérdese a Alchian y Demsetz y su análisis de la empresa como trabajo en común y las tareas que desempeña el empresario) y acertar en la elección de la coalición a la que unirse en función de las probabilidades de que, si se trata de competir, sea la coalición ganadora. Y “dado que el conflicto coalicional es un ámbito dominado por los varones, los mecanismos psicológicos y las conductas asociadas a ellos deberían ser dimórficas sexualmente”, es decir, no ser iguales en hombres y mujeres.

En efecto, como recordara Pascal Boyer,

“La política durante la mayor parte de nuestra historia evolutiva se limitaba a la cuestión de decidir si guerrear o no contra los grupos vecinos; si cabía esperar un ataque de ellos y evaluar si podían ser pacificados a través del comercio” No es de extrañar pues que las decisiones políticas en todos los grupos humanos fueran tomadas por los hombres y que la psicología masculina evolucionará para gestionar la rivalidad entre grupos. Eso explicaría por ejemplo que los hombres contribuyan más en los juegos de bienes públicos cuando estos se llevan a cabo en competencia con otros grupos y que tal cosa no ocurra cuando la competición es entre individuos, no entre grupos. Más genéricamente las mujeres tienden a interpretar las relaciones sociales primariamente como relaciones entre individuos mientras que los hombres las ven directamente o fácilmente como relaciones entre grupos

Según Winegard y sus coautores, las explicaciones de por qué la socialidad humana es coalicional no son incompatibles entre sí. Por ejemplo,un aumento de la inteligencia conduce a coaliciones más complejas, lo que conduce a más intensas presiones para comunicarse entre sí, lo que conduce al lenguaje, que incrementa la inteligencia etc”. Las coaliciones competían entre sí y la competencia entre grupos humanos debió convertirse en una fuerza selectiva más importante conforme los conflictos entre grupos por los recursos que los líderes repartían entre los miembros de su coalición aumentaban. “En ese contexto, también debieron aumentar las presiones selectivas… para amplificar el valor de los individuos que contribuyeran desproporcionalmente al éxito de la coalición

¿En qué consisten estos

 

mecanismos psicológicos – sistemas mentales – que favorecen la formación de coaliciones

Uno es la capacidad de desarrollar una predisposición a atribuir autoridad al miembro más valioso de la coalición y a esperar subordinación por parte del miembro menos valioso. Esta deferencia hacia la autoridad es adaptativa porque el superior no ha de temer que ofrecerse como líder vaya a afectar a su éxito reproductivo – porque su liderazgo sea contestado – Si el líder mejora los resultados de la coalición, todos los miembros que acepten el liderazgo verán aumentado su adaptación (supervivencia y reproducción).

 “Aquellos que se someten y son considerados valiosos por los individuos dominantes son recompensados por su subordinación – e, históricamente, si no lo hacen acaban frecuentemente muertos – porque su alianza con la persona de mayor status incremente su capacidad general para lograr y controlar recursos, es decir, en promedio, incrementa su adaptación y los superiores en status obtienen acceso preferente a los recursos y a las parejas sexuales”.

Esta evolución se vería reforzada si hay castigo social”, esto es, si todos esperan de todos la conducta de subordinación y deferencia al que más contribuye al éxito de la coalición. Las mujeres deberían mostrar estos mecanismos psicológicos y las conductas asociadas en mucho menor grado que los hombres. Lo general es que hay una suerte de intercambio entre el subordinado y el líder. El subordinado proporciona estatus al líder – que le da el control de recursos –  a cambio de que éste reparta con el subordinado parte de esos recursos.

El valor de la coalición es el valor marginal de aptitud que una persona añade a una coalición; el estatus es la cantidad de poder a través de la deferencia que ejerce sobre los subordinados. Como decía Rubin, si el valor marginal de una persona para la coalición no es reconocido voluntariamente, el líder o el que pretende ser líder ha de recurrir a la coacción o a la violencia para conservar el liderazgo.

Recuérdese a Tomasello sobre la socialidad humana basada en la interdependencia: si mi compañero de búsqueda de comida es malo en sentido moral o en sentido de torpe buscando comida, o se pone malo, en el sentido de que no está disponible a menudo, los que busquen comida con él sufrirán su “maldad”. Y recuérdese también su afirmación de que la obligación como un artilugio evolutivo favorece la cooperación entre los humanos porque nos permite afinar en la selección de las contrapartes más cooperativas.

el sentido humano de la obligación es parte integrante de la naturaleza ultra cooperativa de los seres humanos. Evolutivamente, surgió del proceso por el cual las partes en un proyecto colaborativo – como cazar – se evaluaban unos a otros – y se preocupaban por la evaluación que recibirían ellos mismos de los demás – como compañeros en tales proyectos. Esto, en un contexto socio-ecológico en el que no ser aceptado como parte en los procesos cooperativos significaba la muerte.

Dicen los autores del artículo que comento que esta explicación de la cooperación humana basada en la interdependencia es preferible a la de Trivers – altruismo recíproco – porque “no hay que esperar a que pase un lapso de tiempo entre los favores recíprocos”. «yo te doy hoy y espero que tú me des mañana» Y no hay que esperar porque la relación entre los dos individuos no es una relación de intercambio sino una relación de “sociedad”, esto es, consiste en contribuir, ambos, a un fin común (la recolección de alimento). Esta interdependencia debió de conducir al desarrollo de sistemas mentales que permitieran a nuestros ancestros calibrar si sus compañeros de caza, por ejemplo, eran buenos o malos, esto es, calibrar “el valor relacional de un compañero potencial”. En esta entrada hice una pequeña crítica de la tesis de Tomasello basada en que es preferible explicar las relaciones de interdependencia sobre la idea de “da cuando te sobre, pide cuando necesites” y que esa es la forma de desarrollar relaciones de intercambio, no relaciones de producción en común como es la de recolección de alimentos o la caza en grupo (aunque sea en pareja).

 

Sobrevivir a la naturaleza y sobrevivir al conflicto bélico

Añaden los autores que mientras que, originalmente, el valor de la coalición se medía por su capacidad de contribuir a la supervivencia individual en un entorno peligroso (riesgos naturales que representaban los depredadores, los accidentes y los fenómenos naturales), la competición entre grupos debió de desarrollarse más tarde. Cuando – según Richard Alexander – el dominio del entorno físico por parte de los grupos humanos fuese el suficiente como para que “en lugar de luchar contra las vicisitudes de la naturaleza, los humanos empezaron a luchar unos contra otros convirtiéndose, en palabras de Alexander, en sus propias fuerzas naturales hostiles”. Las presiones selectivas para dominar la naturaleza se redujeron y las adaptadas al dominio de los demás humanos se intensificaron.

las presiones selectivas asociadas con la agresión coalicional se amplificaron casi con toda certeza una vez que los humanos pudieron producir y almacenar recursos más allá de los necesarios para la subsistencia. Estos recursos en exceso permitieron el desarrollo de grupos más grandes, con alguna diferenciación de la mano de obra y el desarrollo de habilidades, así como un incentivo para que otros grupos los expropiaran por la fuerza

Y esto es interesante: si los grupos grandes ganaban a los grupos pequeños, aquellos sistemas mentales idóneos para moverse en grupos más grandes serían favorecidos por la evolución lo que explicaría (Pascal Boyer) por qué, a pesar de haber vivido los seres humanos toda su historia evolutiva en grupos pequeños, los humanos han sido capaces de crear y sostener grupos de enorme tamaño.

La capacidad para seleccionar “recursos humanos” y el «Vae victis»

El sistema mental coalicional debe generar emociones de respeto y admiración en presencia de alguien que aporta más valor a la coalición y de desprecio o exigencia de obediencia hacia el que aporta menos y debe generar también expectativas de sometimiento de los que tienen menos status en este sentido hacia los que tienen más status y disposición a sancionar al que no siga estas normas. Además, debe generar la capacidad para distinguir si un individuo pertenece o no a nuestro grupo porque esas emociones sólo se producirá en relación con alguien que pertenece a nuestro grupo. Por tanto, la dicotomía amigo-enemigo debe formar parte de nuestra psicología más elemental.

Todas estas tendencias y sistemas mentales deben reforzarse más cuanto más intensa sea la competencia entre coaliciones. Nadie querrá estar en el bando de los perdedores ni aunque su valor individual como compañero le asegure un elevado status en la coalición… perdedora, sobre todo, si la competición es bélica y se arriesga la vida con la batalla y, especialmente, con la derrota. Así las cosas, en tiempos de máxima competencia con otros grupos, los subordinados estarán dispuestos a aceptar un estatus extraordinariamente rígido – siervos – si eso asegura el triunfo de la propia coalición. Vae victis. Y viceversa.

Cuanto más variadas  sean las coaliciones y – va asociado – menos competencia directa y bélica haya entre ellas, más probable es que se produzca – diría un economista – una “asignación eficiente” de los recursos – del valor coalicional de cada uno – porque cada uno buscará participar en la asociación o coalición en la que el valor marginal de su aportación le proporcione el mayor status posible. Como en la teoría del equilibrio general, el bienestar social se maximiza cuando cada individuo se asocia con aquellos con los que la asociación genera el máximo de utilidad para él. Maximizando la utilidad individual se maximiza la social. Si las relaciones entre los distintos grupos – las distintas coaliciones – dentro de una Sociedad son cooperativas, la Sociedad puede maximizar su bienestar. Tal ocurre si las distintas coaliciones se especializan en producir bienes o servicios que intercambian en los mercados. Las coaliciones son, en este esquema, las empresas (de nuevo hay que recordar la concepción de la empresa como «producción en equipo» de Alchian y Demsetz. Mantener relaciones cooperativas entre los distintos grupos – coaliciones – en que se divide una sociedad haciendo partícipes de las ganancias de un proyecto gestionado por una de las coaliciones a los miembros de las otras coaliciones es una de las mejores evoluciones que puede experimentar una Sociedad hacia la prosperidad y el bienestar como demuestra el caso de Inglaterra en el siglo XVIII.

Una exigencia añadida: además de la capacidad para reconocer el valor de la aportación de cada compañero, cada individuo debe ser capaz de reconocer “cuál es el objetivo del grupo” y qué cualidades en los socios o compañeros son valiosas para alcanzar tal objetivo. El objetivo de cada uno de los socios es pues distinto al del mero aprendizaje de los que saben hacer bien algo imitando su conducta. El objetivo es “tener al bueno en mi equipo” y proporcionar status y recursos al bueno mediante la deferencia por parte de los otros miembros para que no quiera irse con otro grupo. No tenemos que ser buenos fabricando arcos y flechas pero debemos ser buenos valorando quién es bueno fabricando arcos y flechas si alcanzar el objetivo del grupo requiere de buenos fabricantes de arcos y flechas. Los países que proporcionan status a sus científicos, tecnólogos, artistas y militares generan sociedades más estables que los que proporcionan status a los miembros de las familias más antiguas.

 

La señalización de la calidad como compañero

Si la competencia entre coaliciones es intensa, el status se determinará por la capacidad de cada individuo de hacer que su coalición resulte vencedora en la competencia con otras coaliciones. “La competencia, la capacidad y el valor coalicional”, sin embargo, “no son inmediatamente visibles, por lo que tienen que ser comunicados – mediante señales – a los otros miembros del grupo”. Cuanto mayor sea el grupo, más valor tendrán estas señales, pero, simultáneamente, menor será la aportación marginal del individuo (porque el grupo será ganador, si o sí, dado su tamaño), lo que explica que, a menudo, en lo alto de la jerarquía no estén los más valiosos.

En fin, los miembros del grupo pueden tener incentivos para castigar a los que no se ajustan a su posición en el grupo porque reciban recompensa en forma de una “deferencia aumentada por parte de otros miembros del grupo”, especialmente, por parte de los líderes del grupo ya que se convierten en policía de su propio liderazgo.

El objetivo que sirve para medir el “valor coalicional” es, en los grupos de cazadores-recolectores, la caza.

 

Jerarquías justas e injustas y la polarización política

Esta es la conclusión

La gente considera generalmente justas las jerarquías en las que las personas que aportan menos al grupo se someten a las personas con mayor valor para el grupo (Haidt 2012). Las jerarquías justas son relativamente estables porque sus miembros las ven así y no se rebelan contra ellas, mientras que las jerarquías injustas es decir, aquellas en las que el rango es incongruente con valor coalicional, son inestables porque los miembros las ven como arbitrarias e injustas. En otras palabras, los humanos pueden haber desarrollado cierta proclividad a favor de la meritocracia

La intuición de que un gobernante incapaz es peor que un corrupto puede tener su justificación, precisamente, en el instinto coalicional que nos habría hecho psicológicamente meritocráticos. Porque si no lo fuéramos, elegiríamos para gobernarnos a incapaces y nuestra coalición acabaría siendo destruida por otra competidora. De manera que nuestra psicología ha tenido que desarrollar una aversión a los gobernantes incapaces quienes, sin embargo, pueden mantenerse si consiguen controlar suficientes recursos para repartir entre su “clientela”. Los gobiernos incapaces acaban siendo, también, gobiernos corruptos. En definitiva, la polarización y división social es inevitable en determinadas sociedades porque la democracia entra en conflicto con los sistemas mentales con los que nos ha dotado la evolución. Un sistema democrático que no seleccione adecuadamente a sus élites (esto es, que no ponga en los puestos superiores de la jerarquía política a sujetos capaces) está condenado a la división social y a degradarse en populismo. Ya lo dice Marta Nussbaumdeberíamos elegir más científicos para el Congreso… Gran parte de nuestra política la hacen personas que ignoran la Ciencia o que incluso creen en paparruchas”

 

En resumen

Las personas se someten libremente a socios socialmente valiosos y miembros de la coalición que tienen un alto valor. Durante gran parte de historia evolutiva, el estatus fue determinado por la coacción amenazas (dominación). Sin embargo, en algún momento en el homínido linaje, un nuevo tipo de dinámica de estatus evolucionó, uno en que los humanos libremente cedieron frente a otros con alto valor coalicional (como compañeros sociales) (Henrich y Gil- Blanco 2001), porque estos otros contribuían desproporcionadamente al bienestar de los otros miembros del grupo.

La deferencia puede servir a la función de mantener a estos individuos en el grupo y proporcionarles más control para tomar a menudo decisiones de mejora de grupo; estas de también sería auto-reforzada. La intimidación física puede ciertamente suscitar la deferencia de otros, pero la física la intimidación no obtendrá el mejor resultado de los demás, especialmente si esos otros son hábiles en algunas importantes manera. La deferencia social confiere entonces estatus para producir productos que benefician al deferente, sin recurrir a intimidación.

Aplicaciones

El resto del artículo son “aplicaciones” de esta hipótesis sobre el instinto coalicional. A mi juicio, la idea es especialmente poderosa para explicar las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres dadas las mayores presiones selectivas sobre los varones para ser buenos miembros de cualquier clase de “equipo” y para seleccionar y “retener” a los que más pueden aportar al éxito de la coalición. Desde los equipos de amigos que se divierten juntos (los hombres se enfadan menos y olvidan las ofensas más fácilmente) hasta los pelotones de un ejército (en ningún otro ámbito es más importante tener la espalda cubierta que cuando te estás jugando la vida) pasando por las competiciones deportivas o las partidas de caza. En este sentido, las aplicaciones que los autores explican están bien traídas: ¿por qué los hombres son más homófobos que las mujeres? (spoiler: no son más homófobos. Más bien, los hombres desprecian a los hombres afeminados porque perciben que no tienen las cualidades que les harían buenos miembros del equipo. No es el temor a que un gay le viole lo que lleva a un machirulo a usar palabras o gestos denigrantes hacia los gays. Se explica así porque las mujeres homosexuales no sufren el mismo desprecio por parte de los hombres y por qué han prevalecido durante tanto tiempo políticas como la de “prohibido preguntar, prohibido decirlo” – don’t ask, don’t tell – en el ejército.

También explican los autores desde este instinto coalicional, por qué a los hombres les interesan más las “cosas” y a las mujeres más las “relaciones personales”:

“la propensión de los varones a hacer artefactos funciona como una señal que comunica al resto del grupo que el fabricante tiene los rasgos que le hacen valioso como compañero de coalición porque puede aportar tecnología que hace más exitosa a la coalición, especialmente en la competencia con otros grupos De ahí que tendamos a admirar y premiar a los innovadores con status, reconocimiento social y enorme riqueza en un sistema capitalista. Esto incluye a los creadores culturales, esto es, a los novelistas, poetas, cantantes si sus “obras” sirven, como sirven, a reforzar la unidad de la coalición – si hay asociación entre unidad interna de una coalición y éxito en la competencia con otras –

En este punto, es inevitable recordar lo de Shakespeare (band of brothers) o, por poner otro ejemplo histórico, los numerosos libros y escritos en la España de finales del siglo XV y principios del XVI hagiográficos de los Reyes Católicos a los que se comparaba con los emperadores romanos. Geoffrey Miller ya había dicho que los productos culturales eran una herramienta que usaban los hombres paras halagar y seducir a las mujeres. “courted people pay attention to such displays and artifacts because they signal underlying genetic fitness”.

Lo interesante es que, si la tesis de la coalición es cierta, y los hombres han sufrido una mayor presión selectiva para ser compañeros valiosos en una coalición,y las obras culturales son una señal de que uno es valioso como miembro de la coalición, los hombres producirán, ceteris paribus, más obras culturales que las mujeres. Lo cual es además coherente con la tesis de Miller si el hombre es el que corteja y la mujer la que elige. Además, las obras culturales son señales difíciles de reproducir por los que carecen del talento para producirlos. Son, por ello, señales “honestas”. Esto permitiría dar una explicación evolutiva del plagio, y barruntar que los hombres plagian más que las mujeres (y que los hombres copian más en los exámenes y, en general, hacen trampas con mayor frecuencia en cualquier clase de actividad competitiva). Los hombres tienen más incentivos para plagiar – para imitar la señal – que las mujeres si las obras culturales aumentan su éxito en el emparejamiento y su valor como miembro de la coalición.

También tiene interés lo que se dice acerca de por qué las religiones de sociedades de gran tamaño son monoteistas y el Dios se vuelve más y más poderoso hasta devenir “todopoderoso». Un solo dios evita la división social en adoradores de distintos dioses. Cuanto más intensa sea la competencia con otras tribus humanas, más probable es que las sociedades se vuelvan monoteistas y supriman cualquier pluralidad religiosa (piénsese, de nuevo en la Castilla de los Reyes Católicos en competición secular con los reinos musulmanes en la península ibérica).

En fin, los autores ensayan una explicación de la polarización social levemente distinta de la que he narrado más arriba. En su opinión, como en la de Milanovic, la división social relevante a efectos de polarización, es la que existe entre ciudadanos cosmopolitas y localistas

Así, los que son educados, de mente abierta, capaces de prosperar en muchos entornos y ciudades impulsan una narrativa que sugiere que el cosmopolitismo es moralmente correcto, que los apegos a las pequeñas comunidades y el miedo al cambio cultural son retrógrados, intolerantes y ruinosos para el futuro de los Estados Unidos. De manera similar, aquellos que están apegados a las comunidades locales empujan una narrativa que sugiere que el cosmopolitismo es un proyecto fallido de élites fallidas, que es malo para las comunidades americanas, que perjudica la cohesión coalicional, y que en última instancia llevará a la desaparición de los Estados Unidos Este conflicto, esta polarización, es tan vehemente y aparentemente intratable porque se trata de la condición (que en última instancia es sobre el control de los recursos). El status, a diferencia de los intercambios económicos, es generalmente un juego de suma cero. Si un grupo se percibe el valor coalicional sube, entonces el de otro grupo inevitablemente va abajo Cada tribu quiere las habilidades y talentos que posee para ser valorada por la coalición americana. Cuando esos rasgos no se respetan, el valor coalicional de la tribu disminuye; cuando lo son, entonces aumenta


Foto: Miguel Rodrigo Moralejo