Por Kai Ambos
Algunas reflexiones sobre un reciente libro de Ronen Steinke
Quien, como esto escribe, es parte del segmento mayoritario de la sociedad alemana puede comprender intelectualmente los sentimientos que tienen las minorías y las personas con antecedentes migratorios que viven en Alemania, pero no empatizar con ellos. El hecho de que a muchos juristas, en particular, les cueste intelectualmente ponerse en el lugar de las minorías queda demostrado por la sentencia del Tribunal Constitucional de Mecklemburgo-Pomerania Occidental sobre el uso permitido (¡sic!) del término “negro” en un debate del parlamento regional. A su vez, el caso Jalloh – que trata de una persona de color que murió en un centro de detención en Dessau, ciudad del estado oriental de Sajonia-Anhalt – muestra que la violencia policial contra las personas de color no es solo un problema de los Estados Unidos de América.
Ronen Steinke, un judío socializado en Alemania, doctor en derecho y periodista del importante diario Süddeutsche Zeitung, contribuye ahora a la comprensión intelectual de la suerte de los judíos en la Alemania del siglo XXI, dejando en claro desde el principio que sus consideraciones se refieren a la discriminación hacia los “marginados por cuestiones raciales” en general (“same shit, different asshole”) y, por tanto, a un “problema de justicia” general (pág. 18). Aquel que haya creído que el exterminio nacionalsocialista de los judíos europeos y los posteriores esfuerzos de educación política en la República Federal de Alemania habían reducido notablemente los prejuicios contra los judíos, incluso el odio, recibe una refutación por parte de Steinke: su crónica, investigada meticulosamente, de la violencia antisemita en Alemania desde 1945 hasta enero de 2020 (pág. 149 y ss.) muestra que la violencia se dirige principalmente contra los símbolos judíos, especialmente contra las tumbas. (Por “violencia” se entiende ataques contra las personas y las cosas, y excluyendo los meros “graffitis” antisemitas (pág. 140)). Hay que tener en cuenta que la cifra es elevada y que la violencia contra las personas es considerablemente menor que la violencia contra la propiedad, porque sólo el 0,12 % de la población alemana es judía según el Consejo Central Judío [“Zentralrat der Juden”], proporción que se traduce en aproximadamente 95.000 personas para 2019 en constante disminución desde 2005.
Steinke complementa la lista de actos de violencia con historias particulares, narradas de manera emocionante y basadas en conversaciones personales, a través de las cuales el lector se familiariza con la triste realidad de la vida judía en Alemania (miedo por los propios hijos en el jardín de infancia y en la escuela; práctica religiosa que no puede desarrollarse en completa paz; indiferencia, hasta incluso un abierto rechazo por parte de las autoridades alemanas, incluyendo a las fuerzas de seguridad que – como en el caso del grupo neonazi “Nationalsozialistischer Untergrund” (“Clandestinidad Nacionalsocialista”, NSU) – no investigan el entorno de la extrema derecha, sino primero el círculo de conocidos de las víctimas, etc. Ante esta situación no es sorprendente que los conciudadanos judíos y Steinke duden que la República Federal de Alemania sea un Estado de Derecho – su “carácter” está “en juego” (pág. 133) –, pues una de las obligaciones más emblemáticas de un Estado de Derecho es la protección de sus minorías. El mandato constitucional de protección (originalmente elaborado en la sentencia del Tribunal Constitucional Federal alemán del 25 de febrero de 1975 y perfeccionado en el escrutinio de la lucha contra los terroristas como objetivos estatales de seguridad) tiene eficacia preventiva especial que incluye el despliegue de la protección policial necesaria y la puesta en funcionamiento de las medidas preventivas adecuadas tales como sistemas de videovigilancia etc. Este mandato de protección no se cumple si se pone a cargo de los propios ciudadanos en riesgo tal protección, como sucede en la actualidad en edificios e instalaciones judías en Alemania (pág. 31 y s.).
Steinke no solamente describe, sino que en ocasiones también evalúa a través de sus protagonistas. La “frialdad” alemana es lamentada por Grabowski, un judío que inmigró desde Argentina (pág. 16). Así se confirma que las emociones y la empatía son virtudes secundarias para nosotros los alemanes y su lugar está ocupado por “trabajo, organización y método” (Heinrich Mann, Der Kopf, 1918/2911, pág. 217). Steinke además argumenta, correctamente, que el terrorismo no solo podría dirigirse contra el Estado, sino también contra las minorías (pág. 51). La nueva derecha, entre ellas, el partido “Alternative für Deutschland” (“Alternativa para Alemania”, AfD)., se habría hecho un lifting respecto de los nazis (pág. 54 y s.) y a los judíos solo les correspondería “el papel de tontos útiles en este juego” (pág. 61); pero la (vieja) izquierda de los años sesenta del siglo pasado tampoco se salva de la crítica de Steinke (pág. 65 y s.). También es cierto que los ataques contra los judíos (y otras minorías) son delitos, a veces incluso de carácter terrorista y su comisión no encuentra justificación en la (posiblemente merecedora de críticas) del Estado de Israel. Es más, no solo los judíos de Alemania no son parte en el conflicto palestino-israelí (pág. 86), tampoco lo son los judíos de cualquier parte, incluso del Estado de Israel, mientras no participen personalmente en las hostilidades contra los palestinos. Esto se desprende incluso del derecho internacional, más precisamente del derecho de los conflictos armados, que se aplica, dado el caso, en Israel y (parcialmente) en los territorios ocupados.
Sin embargo, no puedo coincidir completamente con Steinke en su equiparación de antisionismo con el antisemitismo – con referencia al dictum de Jean Améry de que el antisemitismo está contenido en el antisionismo “como una tormenta en la nube” (pág. 68). Si eso fuera cierto, los bisabuelos de muchos judíos, tal vez también los de Steinke, habrían sido antisemitas – judíos antisemitas –, pues la gran mayoría de los judíos europeos estaban en contra de la fundación de un Estado judío a finales del siglo XIX y serían, por lo tanto, antisionistas. Las diferencias perduran hasta el día de hoy, ya que incluso los mismos judíos ortodoxos que viven en Israel rechazan la formación de un Estado y, en cambio, esperan al Mesías. Pero el reproche de antisemitismo al antisionismo está muy extendido (véase, por ejemplo, la postura de la Oficina Federal de Protección de la Constitución [“Bundesamt für Verfassungsschutz”]); pero solo es correcto si se refiere a posturas que justifiquen el rechazo del Estado de Israel y sus políticas por motivos puramente antisemitas. Es cierto que Steinke equipara ambos en un determinado contexto de nuestra historia, esto es, el del terrorismo de izquierda alemán, que en ocasiones equiparaba a los judíos con Israel y carecía de cualquier tipo de empatía por aquellos judíos que fueron víctimas y que salvaron sus vidas exiliándose en Israel. Como fuese, aquí Steinke se mete en la discusión sobre el abuso del reproche de antisemitismo (“jueces civiles de la creencia”), al que se refiere el caso Mbembe y el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones) sobre el que se pronunció el Tribunal Europeo de Derechos Humanos.
Pero, ¿qué se debe hacer para mejorar la situación de los judíos como ciudadanos alemanes? La emigración (pág. 123 y ss.) no es una alternativa, ya que los judíos realmente no están seguros en ningún lugar, ni siquiera en Israel, y porque significaría una victoria de aquellos a quienes todos nosotros – judíos y no judíos – deberíamos combatir. Si realmente todos los judíos debiesen dejar Alemania, entonces – tal como Ignatz Bubis, entonces presidente del Consejo Central Judío, ya ha advertido con razón (pág. 126) – nuestro país estaría perdido, pues ¿quién quiere vivir en un Estado que no puede proteger adecuadamente a sus minorías? Steinke hace cuatro recomendaciones que se derivan sin mayores problemas de su análisis anterior: castigar más severamente los crímenes de odio, rechazar patrones de argumentación antisemita por parte del poder judicial, despedir a los extremistas de derecha de las fuerzas policiales y proteger las instituciones judías de forma más proactiva (pág. 133 y ss.). Para eso no se requieren grandes cambios legislativos, sino solo la aplicación de las posibilidades ya existentes (por ejemplo, véase la reciente sentencia del Tribunal Supremo Federal [“Bundesgerichtshof”, BGH] sobre la posible agravante de la pena por motivos racistas, xenófobos u otros motivos inhumanos según el § 46, párr. 2.º, StGB del Código Penal alemán) y la correspondiente voluntad política. Es decir, no se trata de llevar a cabo exaltaciones oportunistas cuando se repiten ataques a los judíos y a las instituciones judías, sino de una política práctica para la mejor protección de nuestros conciudadanos judíos y para la consecuente persecución de los autores de hechos punibles.
Versión original publicada en Legal Tribune Online el 7 de septiembre de 2020. Traducción de María Lucila Tuñón Corti (Universität Würzburg). Revisión por el autor.