Por Jesús Alfaro Águila-Real

 

Gabriel Doménech ha publicado un trabajo al respecto. A mi juicio, el problema está en que la dogmática jurídica, tal-como-se-practica-realmente por los-juristas-realmente-existentes en el siglo XXI se ha degradado de tal manera desde la “edad de oro” de finales del siglo XIX y principios del siglo XX que carece de cualquier capacidad para constreñir lo que un profesor de Derecho puede sostener por escrito en una publicación académica sin que le dé la risa.

La situación es especialmente grave en el ámbito del Derecho Laboral pero, lamentablemente, la metástasis se ha extendido por todas las ramas del Derecho. Que se puedan sostener en serio tesis como la de la personalidad jurídica del Mar Menor o – me lo contaron la semana pasada – que deba concederse un fresh start no solo a los individuos – es una exigencia del art. 10 CE (libre desarrollo de la personalidad) – sino también a las personas jurídicas como si éstas tuvieran dignidad que exigiera del ordenamiento que se les reconociera la posibilidad de “volver a empezar” libres de deudas, son dos ejemplos (podría poner muchos más) de lo que en broma decía algún jurista italiano: “diritto valutario”, o sea, “tutto vale”.

Vean algunos ejemplos más: Tooze sobre Katharina Pistor; Hueck sobre por qué la relación laboral se funda en un contrato – el contrato de trabajo – y no en la “incorporación del trabajador a la empresa del empleador”; sobre la concepción que los laboralistas tienen de la terminación del contrato de trabajo (aunque hay disponibles «mejores explicaciones» de la ‘gran diferencia’ entre el contrato de trabajo y otros contratos) y próximamente, escribiré sobre la barbaridad legislativa que ha supuesto que uno pueda decidir por sí y ante sí cuál es su sexo. Para que los estudiantes de Derecho aprendan a distinguir una buena de una mala “teoría”, puedo remitirme a cualquiera de los trabajos de Cándido Paz-Ares pero son especialmente útiles los que analizan la naturaleza jurídica de la compensación por clientela en la agencia y su aplicación analógica a los contratos de distribución/concesión y el que analiza, en general, la terminación de los contratos de distribución (aunque para mi, el más brillante es el de la naturaleza jurídica del franchising y la empresa organizada como franquicia como “empresa dual”).

Ese es el problema. Que las teorías (doctrinas) jurídicas, aunque sean muy “malas explicaciones” de la realidad en el sentido de Deutsch o, como gusta decir Lorenzo Warby de las ideas postmodernas, aunque carezcan de “reality check” y no puedan ser falsadas en el sentido popperiano, encajan en la psicología de los juristas del siglo XXI. Si los juristas nos hubiéramos mantenido en el camino de la dogmática jurídica tradicional, la que elaboró el Código Civil alemán o incluso el Codice civile italiano, nos habría ido mucho mejor. Pero es más rentable profesionalmente para los profesores universitarios inventarse nuevas doctrinas para explicar cualquier nimiedad sin haberse estudiado previamente lo que los más inteligentes estudiosos del Derecho tenían que decir al respecto.

Ahora quiero detenerme en explicar, valga la redundancia, el concepto de “una explicación mejor” de Deutsch (better explanation de David Deutsch) y su refutación de las explicaciones “míticas”.

 

Una explicación es “mala” si pueden modificarse fácilmente sus elementos y seguir explicando el fenómeno

Deutsch pone el ejemplo del mito griego de las estaciones del año. El mito está relacionado con la hija de Deméter, Perséfone, y su matrimonio con Hades, el dios del inframundo. Según la leyenda, un día Perséfone estaba recogiendo flores en un prado cuando Hades emergió de un agujero en la tierra y la secuestró para llevarla al inframundo. Cuando Deméter (diosa de la tierra), la madre de Perséfone descubrió la desaparición de su hija, desesperada, empezó a buscarla por todas partes. Durante su búsqueda, dejó de lado su tarea de hacer crecer las plantas y hacer que la tierra fuera fértil, lo que provocó que la tierra se secara y las cosechas fallaran. Finalmente, Zeus intervino para resolver la situación y ordenó a Hades que liberara a Perséfone (diosa de la primavera). Pero antes de hacerlo, Hades le dio una granada a Perséfone para comer. Cuando Perséfone regresó a la superficie, Deméter estaba tan feliz de volver a tener a su hija con ella que les dio la bienvenida con la llegada de la primavera y el renacimiento de la vegetación. Sin embargo, como Perséfone había comido la granada en el inframundo, estaba destinada a pasar una parte del año allí con Hades. Durante ese tiempo, la tristeza de Deméter por la pérdida de su hija causaría el otoño y el invierno, cuando la tierra se vuelve más estéril. Y cuando Perséfone regresa a la superficie en la primavera, Deméter se siente feliz de nuevo, y así comienza el ciclo de las estaciones.

¿Por qué una explicación mítica como la que se acaba de narrar del ciclo de las estaciones es una ‘mala explicación’? Porque no tiene más capacidad explicativa del fenómeno que pretende explicar – el ciclo de las estaciones – que cualquier otra semejante. Y para comprobarlo, basta cambiar el hecho explicativo según el cual, la primavera llega porque Hades forzó su matrimonio con Perséfone a cambio de dejarla libre cada año por primavera y el invierno es producto de la tristeza de Demeter por dicho matrimonio por otro que diga que, en realidad, Perséfone se escapa de los brazos de Hades cada primavera. Dice Deutsch

“Esta facilidad de variación es señal de que se trata de una mala explicación. Porque, sin una razón funcional para preferir una de entre multitud de variaciones en la historia, elegir una de ellas en lugar de otra es irracional. De ahí que, para lograr la esencia que permite el progreso, haya que buscar ‘mejores explicaciones’, las que no pueden ser modificadas fácilmente sin que al modificarlas, dejen de explicar el fenómeno que pretenden explicar”.

La explicación basada en el mito es ‘comprobable(mente)’ falsa: en Australia o Chile la primavera llega cuando en el hemisferio norte es otoño, ergo, la llegada de la primavera no puede explicarse aduciendo la salida de Perséfone del inframundo. Pero tal refutación del mito sobre la base de una comprobación empírica (cuando es primavera en el hemisferio norte es otoño en el hemisferio sur) no podemos llevarla a cabo para demostrar que la tesis según la cual cuando el empleador despide al trabajador le está imponiendo una sanción o aquella según la cual el empleador “sanciona” al trabajador cuando le reduce en un 5 % su salario porque éste llega tarde al puesto de trabajo son erróneas. No hay un hemisferio sur en el que mirar qué ocurre en esos casos.

El problema de las explicaciones míticas no afecta, obviamente, sólo al Derecho. Afecta a todas las Ciencias Sociales. Compárese con lo que dice Cassirer (El mito del Estado) sobre los mitos en la vida social y política:

 “Un mito es, en cierto modo, invulnerable. Es impermeable a los argumentos racionales; no puede refutarse mediante silogismos. Pero la filosofía puede prestarnos otro servicio importante. Puede hacernos comprender al adversario. Para combatir un enemigo hay que conocerlo. Este es uno de los primeros principios de la buena estrategia. Conocerlo significa no sólo conocer sus defectos y debilidades: significa conocer sus fuerzas. Todos nosotros somos responsables de haber calculado mal esas fuerzas. Cuando oímos hablar por vez primera de los mitos políticos, nos parecieron tan absurdos e incongruentes, tan fantásticos y ridículos, que no había apenas nada que pudiera inducirnos a tomarlos en serio. Ahora todos hemos podido ver claramente que este fue un gran error. No debemos cometer otra vez el mismo error. Debiéramos estudiar cuidadosamente el origen, la estructura, los métodos y la técnica de los mitos políticos. Tenemos que mirar al adversario cara a cara, para saber cómo combatirlo. Para ilustrar la relación entre el mito y las demás grandes fuerzas culturales, podemos emplear tal vez un símil tomado de la propia mitología.

Encontramos en la mitología babilónica una leyenda que describe la creación del mundo. Se nos dice que Marduk, el dios supremo, tuvo que sostener un terrible combate antes de que pudiera empezar su obra. Tuvo que vencer y subyugar a la serpiente Tiamat y a los otros dragones de las tinieblas. Mató a Tiamat y amarró a los dragones. Con los miembros de la monstruosa Tiamat formó el mundo y le dio a éste su forma y su orden. Hizo el cielo y la tierra las constelaciones y planetas, y determinó sus movimientos. Su última obra fue la creación del hombre. De este modo, el orden cósmico surgió del caos primitivo, y se mantendrá por el resto de los tiempos. «La palabra de Marduk, dice la épica babilónica de la creación, es eterna; su designio es inalterable, ningún dios puede cambiar lo que viene de su boca”. El mundo de la cultura humana puede describirse con las palabras de esta leyenda babilónica. No pudo surgir sino hasta que se combatió y se dominó la tiniebla del mito. Pero los monstruos míticos no quedaron completamente destruidos. Fueron utilizados para la creación de un nuevo universo, y en éste perviven todavía. Las fuerzas del mito fueron reprimidas y sojuzgadas por fuerzas superiores. Mientras estas fuerzas intelectuales, éticas y artísticas están en plenitud, el mito está domado y sujetado. Pero en cuanto empiezan a perder su energía, el caos se presenta nuevamente. Entonces el pensamiento mítico empieza nuevamente a erguirse y a inundar toda la vida social y cultural del hombre”

Piensen en las primarias en los partidos políticos como requisito imprescindible para afirmar que la estructura y organización interna de un partido es “democrática”. O el mito según el cual la diversidad es “riqueza” y nos hace mejores. Los ejemplos pueden multiplicarse (Por qué la gente siguió haciéndose sangrías mucho tiempo después de que la teoría de Galeno de los humores hubiera quedado refutada).

 

¿Por qué triunfan los mitos y las explicaciones míticas?

Porque encajan muy bien en la psicología humana que no se diseñó por la Evolución – como he explicado muchas veces siguiendo sobre todo a Mercier y Sperber ¿Para qué razonamos? Para qué razonamos (III): racionalidad expresiva de la pertenencia a un grupo Para qué razonamos (iv) – para resolver problemas intelectuales (para conocer la Naturaleza o la estructura de la realidad que es el objetivo de la Ciencia) sino para gestionar nuestras relaciones sociales persuadiendo a otros y evitando ser engañados. A tales fines, el mito como explicación es muy valioso porque utiliza personajes humanos o semejantes a los humanos cuyo comportamiento podemos entender (los humanos tenemos cualidades casi telepáticas y podemos imaginar escenarios que no están realmente presentes). Al tener forma de historias, se vuelven “pegajosas” y pueden recordarse, transmitirse (enseñarse a los niños) y reformarse con facilidad. Su valor cultural, pues, es muy elevado..


Foto: Pedro Fraile